K. Cronick
Carlos Marx promovió ideas de justicia social y el cambio
socioeconómico para las masas desposeídos en el siglo XIX. Pero el empleo de
sus preceptos no ha producido los cambios que Marx hubiera deseado. Sus
aplicaciones históricas en países como Rusia, China,
Cuba y otros lugares no han conducido a economías más justas ya que estos
intentos han resultado en dictaduras brutales.
En la práctica, y apoyándose en la supuesta necesidad de una
dictadura del proletariado,
los líderes de grupos revolucionarios asumen el control de sus países con poco
interés verdadero en mejorar la vida de los trabajadores. Emplean el apoyo ideológico
de sus seguidores sólo para llegar al poder y mantenerlo.
Muy pronto, desde la instalación de estas dictaduras, sus
líderes concentran la riqueza en sus propias manos y en las de los altos
funcionarios de sus regímenes. Prohíben a organizaciones como sindicatos y otros
organismos independientes. También se alejan de cualquier forma de autogestión
o respeto para los derechos humanos. Es más, quienes promuevan cualquier
disidencia en sus territorios terminan acusados de terrorismo o son declarados
enemigos del Estado.
Es decir, el marxismo ha quedado como una ideología
abstracta, pero inoperante para aplicaciones prácticas. No se trata de un
fenómeno únicamente marxista. Es necesario añadir que este tipo de resolución
histórica ocurre en todos los regímenes totalitarios y populistas, tanto de la
derecha como de la izquierda. Sus ideologías aparentes tienen poco que ver con
sus políticas reales.
De hecho, gobiernos absolutistas emplean sus dogmas sólo
como excusas para atraer y mantener seguidores. La oferta pública y
propagandística de todos los populismos -de todas las idolologías- es mayor
bienestar. En la práctica las ideologías quedan sólo como mecanismos para conseguir
el apoyo popular y mantener el poder. Mientras tanto, canalizan los beneficios económicos
hacia ellos mismos. Mientras los propagandistas de la Unión Soviético
proclamaban “¡Proletarios del mundo, uníos!”, y los de Reichsarbeitsdienst
(El Servicio de Trabajo del Tercer Reich) gritaban "El Trabajo Ennoblece”,
los líderes seguían una agenda de gobierno totalmente distinto. También, en
ambos lugares se enseñaba a la gente a ver a los ejércitos militares como un
escape a sus problemas económicas.
Pero hay otros aspectos del marxismo que tienen que
analizarse hoy en día.
Aunque sea cierto que los factores económicos tienen mucha
influencia sobre la consciencia política del “pueblo”, los obreros ya tienen cada
vez menos que ver con las fuerzas de producción. Desde el comienzo del siglo
XXI el obrero ha tenido siempre menos importancia en la manufactura de bienes,
porque los dueños de muchas compañías ven a la robótica como una solución a sus
problemas laborales. En algunos puestos de trabajo robots y sistemas
automatizados hacen lo que antes hacían obreros humanos. Este cambio no sólo
produce desempleo humano, sino que crea una fuerza laboral cibernética que no
requiere los mensajes ideológicos.
Por esta razón el mensaje de los populistas va a ir
cambiando, y a corto plazo. “Proletarios uníos” no tiene la misma fuerza. Los
obreros ni pueden apoyar a los populistas, ni pueden exigir nada a los dueños
de las fábricas. Los patrones los están reemplazando con equipos no-humanos que
pueden ser controlados sin dificultad. Los robots no irían a la huelga, y los
obreros de antes van quedando con poca voz.
La situación de los asalariados ya desempleados no preocupa
en nada a los dictadores de ahora. Sólo tienen que ir modificando su mensaje. De
hecho, en algunos países, aun en las agencias de los gobiernos, hay despedidos
masivos de empleados.
Pero todavía están vivos los obreros de antes. Pueden salir
a protestar como ciudadanos. Entonces el mensaje que los populistas les envía ahora
no tiene que ver con la necesidad de “unirse” sino de dividirse. Están llamados
a protestar contra la presencia de grupos minoritarios, inmigrantes y ciertos
grupos religiosos.
La política anti- inmigrante que existe ahora en varios
países, sobre todo los Estados Unidos, no tiene que ver con una propuesta para
mejorar las condiciones de vida de los actuales ciudadanos. Ahora tiene dos propósitos
distintos: el primero es desviar la atención de la población de los cambios
económicos que realmente están ocurriendo. Y el segundo propósito es crear una
base de ciudadanos leales, unidos en su xenofobia. La idea es que asuman las
divisiones como parte de su propia identidad cultural. Este mensaje se va
reforzando mientras peores sean sus penurias económicas, porque las atribuyen
al “extranjero” que viene a “robar” lo que consideran sus derechos y su patrimonio.