La Ilíada: una compleja cultura de guerra
Karen Cronick
Instituto de
Psicología, Universidad Central de Venezuela
Resumen
Estas reflexiones tratan de una
relectura de la Ilíada de Homero, se examinan en esta obra la naturaleza del
liderazgo, el valor del heroísmo y la intención del poeta de participar en la
creación de una nueva identidad cultural, la de los helénicos o “aqueos”.
Homero cantó sus poemas 400 años después del conflicto en Troya; en este tiempo
los reinos griegos comenzaban a ver las similitudes lingüísticas y comunalidades
de origen entre ellos, y se estaba formando una frágil noción de cultura
compartida. En la poesía homérica se pueden hallar, además de una llamada
cultural, aspectos profundamente anti-bélicos y humanitarios. Se reflexiona
sobre ciertos elementos poéticos que pueden apreciarse como el inicio de los valores
del hombre universal.
Abstract
These reflections are the product of a new
approach to Homer’s Iliad in which the nature of leadership, the value of
heroism, and the poet’s participation in the creation of the new Hellenic culture,
that is, of the “Aqueous” or “Achaeans”, is examined. Homer recited his poems
400 years after the Trojan war; by this time the Greek feudal kingdoms had
begun to see their linguistic similarities and the communality of their
origins, and were beginning to forma a shared, if shaky, union. In Homer’s
poetry one can find profoundly anti-war and humanitarian aspects, that go beyond
their cultural awareness. We consider certain poetic elements in which a new
universal humanity can be appreciated.
Introducción
La historia
es un proceso que, aunque no implica necesariamente progresar hacia vías más
humanitarias de convivencia, deja tras de sí suficientes rastros que las
generaciones de cualquier época pueden usar para construir nuevas soluciones
sociales. Los griegos antiguos crearon y recrearon un ambiente de reflexión
sobre temas como la justicia, el gobierno y lo que debe ofrecer un líder. Podemos
ver los inicios de este pensamiento en la Ilíada, poema épico que narra parte de
una espantosa guerra histórica ocurrida en el Siglo XII a. C., que relata cómo los
helenos asediaron la ciudad de Troya con el fin declarado de rescatar a Helena,
la reina de Esparta, cuyo secuestro fue, para sus participantes, la razón obvia
del conflicto.
Más
profundamente, se trata de una inquietud sobre la naturaleza del liderazgo, el
valor del heroísmo y soterradamente, sobre la creación de una nueva identidad
cultural.
Con los
criterios de hoy, que promueven la eliminación de elementos culturales que
recuerden cualquier pasado de injusticia, rechazando documentos, películas y
monumentos que así lo hacen, la historia va quedando vacía. Con mi apreciación
actual de Homero, encuentro que en la Ilíada se hallan aspectos profundamente
anti-bélicos y humanitarios; se evidencia una vez más que se deben preservar y
analizar los rastros que deja la marcha del tiempo humano.
Homero cantó esta
historia de la Ilíada 400 años después de la batalla que describe. No tenemos conocimiento de documentos escritos
sobre este conflicto de la edad de bronce, sólo la memoria colectiva y
generacional de los rapsodas, que quedó plasmada seiscientos años más tarde en
historias, poesías transcritas y obras de teatro. Los poemas orales transmitieron
estas tradiciones mezclando leyendas y mitos, supuestamente sin añadir mucho de
su propia autoría. Los cantores se basaban en lo que oían de otros trovadores,
implicando la propagación continua de los mismos relatos por diez generaciones,
considerando la posibilidad de un promedio de vida de 40 años en ese entonces.
El poeta Homero
existió como un individuo con su propia historia; era un conocido cantor que
aprendió los trozos dispersos de las narraciones poéticas por estas mismas vías
de filiación cultural. Aunque no haya pruebas suficientes para suponer que él sea
el autor de todo que se le atribuye, se puede percibir en sus dos obras
principales, la Ilíada y la Odisea, la mano de un poeta virtuoso. Los poemas
que nos han llegado en su nombre fueron copiados, posiblemente a manos de Solón
en el Siglo VI, dos siglos después de su muerte, a pesar de que los griegos ya
habían inventado un abecedario fonético en el Siglo X, doscientos años antes de
la vida de Homero.
Es decir,
entre las batallas de Troya y el momento de transcribir los poemas de Homero,
pasaron seiscientos años. Los aedos tenían que haber tenido memorias
fenomenales. Claro, era un don apreciado y cultivado en aquellos días, pero
recordar, y repetir los nombres, los parentescos y los detalles de cada actor y
evento es una hazaña histórica impresionante. Fue un recuerdo colectivo, transmitido
de cantor en cantor, de generación en generación y de evocación en evocación.
La Ilíada es
más que un collage disperso de cantos
reunidos. En ella uno encuentra el sentido de una obra pensada y construida,
con temas y subtemas en los que las personalidades de los protagonistas están muy
bien desarrolladas. A pesar de que el poema tenga el evidente propósito de
enaltecer el heroísmo de los combatientes, y crear las bases para una consciencia
helénica, o de los “aqueos”, hay un tema
escondido, casi subversivo: el horror frente a tanta violencia. La descripción
de las batallas es pavorosa. Homero glorifica la reciedumbre y el heroísmo de todos
los guerreros participantes, tanto griegos como troyanos, y lamenta por igual a
todos los muertos.
Uno de las
protagonistas más importantes y atrayentes es Héctor, un príncipe troyano enemigo
de los griegos; es retratado como un gestor de paz y un amante hijo, padre y
esposo; honrado al mismo tiempo como el mejor batallador de su reino. La
imparcialidad del poeta no es causal, porque no canta un himno tendencioso de
buenos y malos, más bien celebra a la humanidad. Esto es notable para una obra
que siglos más tarde pretendería el estatus de un texto fundacional para la
identidad helénica.
Es necesario
rescatar estas contradicciones antiguas, y apreciar cómo la compasión pueda
convivir con el fervor de lealtad al reino. En estas reflexiones he seleccionado
unos momentos claves de la Ilíada, particularmente aquellos en que el poeta
delibera sobre el significado de una guerra tan violenta, y el papel de los
héroes que participan en ella. Analizo la contradicción entre el afán de
heroísmo y el anhelo de paz. Los dioses también intervenían, y su actuación
revela la estructura de los valores y esperanzas de los mortales. Básicamente, en este trabajo razono sobre la
capacidad para la sensibilidad humana que tiene el guerrero en Homero. También
analizo el papel del poema en la creación de la identidad griega e intento crear
un acercamiento interpretativo entre la estética y la interpretación histórica.
Propongo
crear una nueva mirada sobre estos tiempos. En seiscientos años los griegos
pasaron de propiciar una guerra cruel de exterminio, a crear la primera
democracia del mundo. Quiero examinar estos orígenes y ver los atisbos de
reflexiones antiguas sobre las ideas de: el sentido de liderazgo, el valor de
la vida humana, la defensa del hogar, la participación en un proyecto
colectivo, la relación de los griegos con sus deidades, y la creación de un
valor helénico que rebasa cada reino “griego” por separado. Para ello he organizado estos temas bajo
géneros más amplios:
a) Las
personalidades de los protagonistas en “Algunos personajes”
b) La
contradicción entre el afán del heroísmo y la voluntad de paz en “La
guerra y el anhelo de paz”
c) El sentimiento de sumisión de los héroes a la
voluntad arbitraria de sus deidades en “El papel de los dioses”
d) La
sensibilidad del ser humano en el contexto de la hostilidad en “La
humanidad de los guerreros”.
e) La Ilíada como obra fundamental de la
cultura griega en “Los orígenes de
quienes se consideraban “griegos”
He usado la
traducción al inglés de Alexander Pope (1899), pero cuando la he citado, he
traducido las citas al español. El original de cada cita aparece en inglés en
notas numeradas al final del ensayo completo. No he reproducido ni la métrica
ni las rimas del original; mis citas en español no aparecen en forma poética
como hizo Pope. En algunos casos he
buscado referencias externas para clarificar algunos puntos.
Algunos personajes
En la Ilíada,
los personajes principales han sido muy bien desarrollados; sus temperamentos emergen
en la descripción de sus conversaciones, en la actuación en el campo de batalla
y en la calidad de relaciones que mantienen con los demás. Brevemente describo
algunos de los más destacados: Agamenón, Menelao, Aquiles y Héctor. Junto a
ellos hago breves referencias a otros personajes que los acompañan como París, Príamo,
Helena y Patroclo.
Agamenón y Menelao
En la Ilíada de Homero, Agamenón, el rey de Micenas; es el comandante
máximo de un ejército compuesto por reyes de feudos dispersos de lo que ahora
llamamos “Grecia”. Hay suficiente en la Ilíada para calificar la personalidad
mezquina de Agamenón, quien ha sido el tema de numerosas obras, como las de Esquilo
(458 a.C/sf) y Ovidio (2 dC /1998). En el siglo V a. C, Esquilo escribió sobre
el mismo personaje descrito en la Ilíada, en su obra teatral “Agamenón”; cuenta cómo este personaje sacrificó
a su propia hija para lograr el apoyo de la diosa Artemisa, antes de zarpar con
sus huestes a Troya. Homero no pudo conocer esta obra, pero seguramente debe
haber tenido acceso a los mismos cantos que Esquilo escuchó.
En la Ilíada, por momentos Agamenón es un soldado arriesgado y prepotente,
aunque en algunas situaciones huye de la guerra. Suele ser orgulloso, ambicioso y despiadado,
impetuoso, descomedido, avaro y ansioso de adquirir y mantener el poder. Pero
frente a un desafío que no controla, se convierte en alguien que ruega la ayuda
de los demás.
Los reyes feudales, integrantes del ejército de Agamenón, no se habían
reunido para participar en ningún proyecto colectivo antes del llamado a la
Guerra de Troya. El motivo aparente de la acción bélica es rescatar a Helena,
su cuñada y la esposa de Menelao, que París, un príncipe troyano, ha
secuestrado (aunque sin la resistencia de la dama). Ahora París vive con Helena
bajo la protección de su padre, el rey, Príamo en Troya.
Con respecto a Agamenón, podemos suponer que no sólo peleaba para
rescatar a Helena; tenía el ojo puesto en una regencia mayor de poder que se
basaría en su propia dirección de las huestes griegas. Más que rescatar a
Helena, los griegos se unen en respaldo a designios hegemónicos, o por lo menos
culturales.
En el comienzo de la Ilíada Agamenón pone toda la guerra en peligro
cuando confisca para él la esclava y amante de su mejor guerrero, Aquiles,
motivando a éste a retirar su apoyo de la causa griega. Después, cuando
pareciera que los griegos iban a perder la guerra, implora la ayuda del todavía
resentido Aquiles. En el Noveno Libro intenta sobornarlo para que vuelva a
pelear a favor de los griegos, ofreciendo incluso adoptarlo como hijo.
Menelao, su hermano, y rey de Esparta, es el esposo de Helena. Está
descrito como un guerrero valiente, aunque no es uno de los grandes héroes. Ha
solicitado ayuda a Agamenón para recuperar a su esposa, pero no pretende guiar el
ejército hacia Troya, más bien prefiere quedar bajo la protección fraterna.
El lector tiende a compararlo con París quien es un atractivo seductor
que ha ilusionado a Helena. En el comienzo de la Ilíada, Menelao pelea en la
guerra mientras París huye a sus aposentos para quedarse cómodamente con Helena,
pero al final, después de las reprimendas de su hermano Héctor, París también sale
a defender a Troya.
Aquiles y Héctor
El argumento
global de la obra da más importancia a Aquiles. Desde el inicio, los lectores -u
oyentes- están esperando que este príncipe griego salga de su rabieta con
Agamenón, por haberse apoderado de la esclava Briseida, y comience por fin a
defender a los griegos. De hecho, el poeta nos da a entender que los miles de
fallecidos que yacen en las arenas de Troya, incluyendo a todos los
combatientes anónimos, murieron por la negligencia de Aquiles; si hubiera salido
de su tienda antes, para pelear y apoyar a los griegos, la guerra por supuesto
hubiera terminado antes.
En la Ilíada,
Homero no hace referencia a la leyenda sobre su invulnerabilidad divina frente
a las armas de sus enemigos, pero describe la enorme capacidad que tiene como guerrero,
y sugiere que hubiera dado la victoria a los griegos sin tanto sufrimiento. Al
final sólo salió para vengar la muerte de su amigo Patroclo, después que
Héctor, un príncipe troyano, lo mató. Es sugestivo como Aquiles se motiva por
sus pasiones personales más que por la lealtad al grupo. Homero dejó claro que este
personaje tenía sus dudas sobre la prolongada conflagración, cuyo propósito consideraba
“privado” y no helénico, pero quiso participar, y viajó sin coerción desde su pueblo
natal Ptía hasta Troya, como también nos dice el poema, de manera “voluntaria”.
El cantor nos
hace sospechar que Aquiles vino en búsqueda de gloria guerrera, y no para un
propósito común, ni para rescatar a Helena, ni para participar en un proyecto
helénico. Este príncipe vino de lejos, del norte de la península griega, y tal
vez no comparta este anhelo de unidad cultural. Es un guerrero enigmático; en
su querella con Agamenón dijo:
“¿Por qué tengo yo que pelear bajo sus
órdenes? Los Troyanos distantes nunca me han molestado… Navegamos hasta aquí,
un grupo voluntario, Para vengar un mal que es privado, no público”….. (p.
13, Nota 1)
Y, sin
embargo, cuando Héctor mata al amigo de su infancia, Patroclo, sale trastornado
de dolor a vengarlo.
El príncipe
troyano Héctor es un hombre más amplio, casi –uno podría decir- más actual. Es
un soldado formidable, pero detesta la guerra y desprecia a su hermano París
por haberla traído a Troya. Es un hijo respetuoso y un esposo y padre tierno.
Es un estadista en el sentido antiguo de los reinados déspotas, e intenta varias
veces negociar las diferencias, o llegar a acuerdos que no implican tanto
derramamiento de sangre. Pero cuando pelea, Homero lo describe como un “dios”,
un hombre capaz de hacer el trabajo marcial de ejércitos enteros.
“Allí en
la carroza resplandeciente brilló el gran Héctor, como si fuera Marte,
encargado de confundir a la humanidad. Antes de él su gigantesco y flamante escudo,
como el ancho sol, iluminó a todo el campo de batalla; su casco en vaivén emite
un rayo líquido; sus filosos ojos pasan por toda la contienda” (p. 411,
Nota 2).
Es el único
de los héroes que pelea principalmente para defender su familia y su ciudad, y
lo declara varias veces. A un día de su muerte aviva a sus compatriotas a
seguir luchando en nombre de la familia y los ancestros:
“Piensa en sus esperanzas, sus fortunas, todo
el cuidado De sus esposas, sus hijos, sus padres: Piensa, cada uno, en la
cabeza sagrada de su padre; Piensa en cada ancestro que ha muerto con gloria;
Ausentes, hablan por mí, por mí piden, Piden de ustedes su seguridad su fama:
Los dioses dependen de esta única acción, Todos están perdidos si ustedes
abandonan el día” (p. 462, Nota 3).
Al final, con
Héctor muerto, los griegos se enganchen en un perverso apetito de pillaje,
destrucción y depredación contra Troya.
La guerra y el anhelo de paz
Desde el
cuarto libro la Ilíada es casi un poema anti-bélico. No hay cómo leerlo sin
comenzar a sentirse agobiado y abatido debido a tanta muerte porque Homero crea
imágenes terribles de adversarios bañados en sangre, como éste en el último día
de batalla cuando los troyanos llegan finalmente a los barcos griegos:
“Por esto en armas se levantaron las
naciones en guerra, Y bañaban sus generosos pechos con sangre mutua. No hay
espacio para equilibrar la lanza o doblar el arco; Pero mano a mano, y de
hombre a hombre, crecen en número: Heridos, ellos hieren; y buscan el corazón
del otro Con falquiones, hachas, espadas y dardos acortados. Suenan los
falquiones, suenan los escudos, suenan las hachas, Las espadas brillan en el
aire o brillan en el suelo; Con la sangre que fluye, las orillas resbaladizas
se tiñen, Y los héroes masacrados aumentan la terrible marea…. (p. 470,
Nota 4).
El bardo
canta a algo más grande que la gloria, también denuncia el salvajismo de la batalla.
Son hombres que tienen que perder cualquier vestigio de consciencia de que el
enemigo también tiene humanidad. Para sus oyentes Homero despierta algo entre
horror y piedad. Se trata de un registro interminable de encuentros mortíferos entre
los héroes griegos y troyanos, descritos en doloroso detalle. El poeta nombra a
cada jefe fallecido -en muchos casos señala también los padres, esposas e hijos
que quedarán para llorar sus muertos-. Es frecuente que describa las heridas
con gran lujo de detalles anatómicas, de manera que el lector -u oyente- pueda
sentir compasión por los héroes perdidos:
"[Diomedes/Tideida] habló, y al
levantarse arrojó su fuerte dardo, Lo cual, impulsado por [la diosa Atenea]
Pallas, atravesó una parte vital; Completo en la cara [de Anchises] ingresó, y
entre La nariz y el globo ocular …; Chocó todas sus mandíbulas y le abrió la
lengua…. Se cae, su casco golpea el suelo: La tierra gime debajo de él y sus
brazos resuenan;” (p. 150 – Nota 5).
En este caso Tideida
no muere: para suerte de él, era el hijo
mortal de la diosa Venus, y ella interviene, salvando a su hijo, aunque ella
misma quedara lastimada en la mano. Regresaremos luego al papel de los dioses
en esta contienda, pero en este trozo ya vemos que las diosas Atenea/Pallas y
Venus eran “enemigas” y participantes activas en el encuentro entre los humanos
Diomedes/Tideida y Anchases.
Los guerreros
más heroicos son los que obtienen más víctimas. Rossman (5/10/2017, p. 44) hizo
un análisis de redes sociales sobre estas masacres; encontró que, si medimos la
heroicidad de los personajes por el número de bajas producidas por los combatientes
principales, tenemos la jerarquía en la Tabla I.
Sin embargo,
Homero lamenta a todos los muertos. Canta a la pérdida de su juventud, deplora
que no verán más a sus familias, y a la pérdida que sentirán sus familiares que
los aman: “¡Lamentada juventud! en la
primera floración de la vida cayó…. “ (p. 525, Nota 6)
Tabla I
Muertos atribuidos a cada héroe
Nombre del Héroe |
Número de muertos
que causó |
Patroclo |
54 |
Diomedes |
33 |
Héctor |
29 |
Aquiles |
24 |
Odiseas |
18 |
Ajax el Mayor |
16 |
Teucer |
16 |
Agamenón |
12 |
El guerrero y el dolor
La guerra se
llena de rituales y opulentas pompas de batalla. Los caballos son hermosos y
bien cuidados (comen “ambrosía”), y la armadura de los héroes brilla en el sol.
La que el dios Vulcano hizo para Aquiles, para reemplazar a aquella que Héctor
despojó del cuerpo de Patroclo, fue descrita sublimemente en múltiples versos
por el bardo en el decimoctavo libro. Los demás guerreros también llevan
armaduras y relucientes carros de lid. Toda esta parafernalia da un resplandor
al combate que oculta las tripas y sangre que cubren el campo de batalla.
“Fijados sobre un punto ellos pelean, y
heridos, hieren, Un torrente de sangre impregna la tierra fétida: Sobre los
apilados restos de los griegos, desangraban los troyanos, Y aumentándose
alrededor, suben los cerros de los muertos” (p. 528, Nota 7).
El lector
moderno rechaza tanta agonía. El poeta también lamenta las matanzas, aunque enaltezca
y honre la braveza y el valor de los combatientes. Celebra los héroes de los
dos lados y deplora tanta pérdida. Estas tres citas dan testimonio de sus
sentimientos; el primero y el tercero son lamentaciones de en la voz de Homero
como relator poético. El segundo aparece en la voz de Néstor, el viejo y sabio
consejero de los griegos cuando pareciera que ellos están perdiendo la guerra:
“La guerra sigue, los adversarios sangran
otra vez Como lobos lanzasen sobre sus víctimas El hombre muere debido al
hombre, y todo es sangre y rabia.” (p. 131, Nota 8).
“Maldito es el hombre, Y carente de ley y
derecho, inmerecido de propiedad y luz, Aquel desgraciado, aquel monstruo que
se deleita en la guerra” (p. 264, Nota 9).
“Y así peleó cada ejército, encendido con la
sed de gloria Y multitudes y multitudes murieron en triunfo” (p. 134, Nota
10).
Esta última
cita habla por todo el poema: “murieron en triunfo”. Allí están todas las grandes contradicciones
de la epopeya. Los miembros de cada ejército pelean para conseguir “gloria”, y aunque
mueran, saben que un héroe que muestra gran destreza, impulso, reciedumbre,
dinamismo, y coraje entrará en las leyendas para siempre. Con contadas
excepciones no pelean por odio, en realidad, los héroes más potentes de ambos
lados se reconocen como iguales (excepto Aquiles), y existe entre ellos una especie
de respeto mutuo, una cofradía de hombres superiores. Cuando Áyax y Héctor combaten
entre ellos dos, en un esfuerzo fallido para decidir cuál lado terminaría
ganando toda la guerra, luchan terriblemente por un tiempo hasta que los
“ministros”, o referees llaman a un descanso (realmente una conclusión de la
lucha) porque se acerca la noche. Hasta el momento de esta solución, cada uno
de los dos ha estado intentando matar al otro, pero ahora, con la más grande
cortesía, el troyano Héctor le dice a Ayax:
“O, más grande de los griegos….Quien el cielo
engalana, el que es el coloso de su pueblo, con fuerza de cuerpo, y con valor
de discernimiento, Ahora la ley marcial nos exige interrumpir, Más tarde nos
encontraremos en guerra gloriosa, En un día futuro continuaremos con la
acometimiento” (p. 222, Nota 11).
Inclusive
intercambian regalos. Es el lenguaje de cortesía, de la diplomacia de la
guerra, pero además es la apreciación de la correspondencia de roles paralelos,
de las reglas de caballeros encontrados en un rito cultural que todos conocen y
aceptan.
La lógica
última para un militar es la protección de su propio reino y sus gentes.
Héctor, expresando lo que considera las razones para participar en la guerra, y
en medio del asalto final a los barcos griegos, grita:
“El hombre valiente, aunque pierda su vida, Puede
con esto salvaguardar a su nación y dejar libres a sus hijos” (p. 461, Nota
12).
No hay cómo
negar la saña que también influye, sobre todo cuando al final pareciera que los
griegos van perdiendo. Peneleo el griego, tras matar a Ilioneo, se jacta del
dolor que acaba de causar a quienes lo amaban:
“Troyanos, ¡Miren a su gran Ilioneo! Corran a
su padre a decírselo: que sus altos techos resuenan con el dolor descomunal, Que
las noticias dolorosas lleguen al oído de su madre, Tal como en la casa triste de[del
griego] Promancius conocerán cuando, victoriosos, regresemos a Grecia….”
(p. 438, Nota 13).
Todos los
guerreros tienen padres, madres, esposas, hijos y hermanos; son amados y
quieren a sus familias. A Homero le duelan las pérdidas de ambos lados, pero expresa
las pasiones naturalmente desbordadas en la batalla en boca de sus combatientes,
sobre todo en los momentos más dramáticos de las contiendas. Es la
contradicción del mundo castrense: desear la vida, querer regresar al hogar
donde está la familia de cada uno, y al mismo tiempo desafiar -aun provocar- a
la muerte. Después de ver a sus compañeros abatidos, el combatiente puede
olvidarse de los protocolos y regocijarse al ultimar a un enemigo.
La amistad
Con
frecuencia los soldados vienen en pares de amigos o familiares. La amistad
entre Aquiles y Patroclo es legendaria, y la muerte de éste es lo que provoca a
Aquiles a salir a vengarlo, así dando la victoria final a los griegos. Entre los
más célebres amigos están Ayax el Grande y Ayax el Menor; Meríones e Idomeneo; Sarpedón
y Glauco (primos), y curiosamente Diomedes y Glauco. En este último caso el
primero es griego, y el otro es de Licia y pelea al lado de los troyanos. En el
sexto libro los dos se dan cuenta que sus ancestros eran amigos y por esto
intercambian escudos y juran no lastimarse en el campo de batalla.
Son
afectividades que constituyen importantes contrastes con las exigencias
nefastas de la batalla porque son expresiones de amor y quebranto, pero el
calor de la batalla normalmente conduce a la sed de venganza. Aquí
Héctor ve muerto a su hermano Polidoro.
“Cuando Héctor vio, horriblemente
ensangrentado, el tristemente abatido Polidoro, Una nube de congoja apagó su mirada. Su alma ya no toleró pelear
desde una distancia prudente y corrió hacia Aquiles, frente a frente, y sacudió
su jabalina como si fuera un fuego sinuoso” (p. 610, Nota 14).
El despilfarro final
Una y otra
vez los Troyanos ofrecen un tratado de paz; proponen devolver las riquezas que
París robó a Menelao, algo más de tributo, y la posibilidad de enterrar a los
muertos. Los griegos aceptan el descanso para los funerales, pero rechazan la
oferta de paz. Grita Tideida:
“O, no acepta la oferta de riquezas, amigos,
ni si devuelvan la dama espartana, ustedes serán defraudados de su fama. Por
medio de la conquista agarraremos estas cosas, Troya ya se desmorona, El
destino sacude sus murallas” (p. 226, Nota 15).
Es el
comienzo del ocaso. Los griegos ya no pelean por su honor, ni siquiera por la
dignidad de Menelao. Ahora pelean por la posibilidad de saqueos.
La muerte de Héctor
Las muertes
de Héctor y de Aquiles están predestinadas. Muchos griegos han intentado acabar
con Héctor, pero el poeta (y el dios Jove) sabe que éste morirá solamente a
manos del ídolo infame, el superhombre Aquiles; y para que esto ocurra, Aquiles
debe salir de su rabieta con Agamenón. Nadie más puede triunfar sobre Héctor;
entre muchos otros, Teucer lo intentó, y lo hubiera logrado si no hubiera sido
por la intervención divina. Héctor está protegido hasta que haya eliminado a
Patroclo y confrontado a Aquiles:
“Una vez más el intrépido Teucer, en el
nombre de su país, Apuntó una flecha hacia el pecho de Héctor: … Pero Héctor no
estaba designado a morir todavía: El todo-sabio mediador (Jove imperial) demora
su fin; No iba a tener Teucer tal gloria. Jaló hacia atrás el cerdo, Pero fue
abatido por un brazo invisible y se rompió en dos; hacia abajo cayó el arco, y
su chapitel dorado se desplomó inocente, sobre el polvo y quedó inerte. El
arquero sorprendido, grita: “Un dios impide nuestro empeño: un dios que
favorece al enemigo troyano” (p. 459 Nota 16).
Ni Teucer ni
nadie lo puede lograr, por lo menos por un día más: “Y Jove demoró la muerte que iba a tener que pagar, Y dio lo que el
destino permite: ¡los honores de un día más!” (p. 465, Nota 17).
Finamente Patroclo,
vestido con la armadura prestada de su amigo Aquiles, sale al encuentro de
Héctor; el príncipe troyano lo aniquila, pero en su agonía final Patroclo le dijo
lo que todos sabemos:
... suena tu muerte; hombre necio, Serás pronto
como yo; El destino negro te arropa, y tu hora se acerca; Incluso ahora, en el
último límite de mi vida, al verte en pie, Te veo caer, y por la mano de
Aquiles " (p. 510, Nota 18).
Héctor tiene
miedo, pero también es muy osado. Se viste con la misma armadura de Aquiles, la
cual había confiscado del cuerpo muerto de Patroclo, y proclama: “Héctor brillará en la armadura del orgulloso
Aquiles, Apropiada del cuerpo de su amigo, por derecho mío de conquista”
(p. 520, Nota 19).
Es sumamente
difícil llevar las noticias a Aquiles, de ambos lados se disputan el cuerpo de
Patroclo. Los griegos se enfurecen porque Héctor ya se adueñó de la armadura de
Aquiles. Al saber de la muerte de su amigo, Aquiles se tira al piso, se
revuelca en las cenizas de la fogata, y todas mujeres cercanas se aproximan
preocupadas. En estas batallas los guerreros carecen de la generosidad espiritual
que les permitiría contemplar las muertes como sacrificios trágicos. Sólo el poeta
es capaz de esto. Los soldados no pueden exigir que la larga y ensangrentada
guerra termine por el bien de todos. Aquiles grita: “¡Patroclo muerto!
“Aquiles odia vivir. Déjame vengar este
muerto sobre el corazón del presuntuoso Héctor, Que su último espíritu
calcinarse sobre mi dardo; Sólo en estas condiciones podré respirar: pero hasta
entonces Tendré vergüenza al caminar entre los hombres” (p. 549, Nota 20).
Aquiles, cuando se recupera, pacta con Agamenón su regreso a la pelea,
recibe por medio de su madre divina una nueva armadura hecha por el dios
Vulcano especialmente para él, y sale a batallar con Héctor, a sabiendas que su
propia vida está también condenada. Grita:
“Conozco mi destino, a morir y nunca
más ver Mis amados padres y las orillas de mi tierra nativa – Suficiente –
cuando el cielo ordena, me hundo en la noche” (p. 591, Nota 21).
Aun siendo un héroe condenado por el destino -como todos los demás-,
Aquiles no suscita ni la admiración ni la compasión del lector moderno. No es
una figura atrayente. Si antes fue rencoroso, ahora es bestial. No hay remordimientos
para esta criatura de violencia y destrucción. Después de un fracasado primer
intento de matar a Héctor, extermina sin miramientos a cualquier troyano que
tiene a su alcance, algunos de estos, muy jóvenes, piden misericordia.
“Por doquier, ruge el torrente:
Así arrolla el héroe las playas arruinadas; Todo alrededor suyo se derrama en
destrucción Y la tierra se empapa con lluvias de sangre…. [Luego] Por encima de
la escena Aquiles se levanta, Todo sombrío de polvo, todo horrible en vísceras
y crúor; sin embargo aún está insaciable, todavía arde su rabia; Así es la incesante
lujuria de fama” (p. 613, Nota 22).
Los troyanos espantados se retiran tras sus muros, todos menos Héctor. Príamo,
su padre, implora que regrese a la ciudad, pero Héctor se mantiene firme a la
espera para confrontar a Aquiles. Príamo ruega a Héctor:
“Ten compasión para mí, O mi
hijo, ¡ten reverencia para las palabras de la vejez y oye los ruegos de un
padre! Si alguna vez te estreché en mis brazos, O calmé tus llantos en mi pecho; Ah, no ignores
nuestros años desamparados, pero resistas el enemigo desde dentro de nuestros
muros, Si procedes solo contra su rabia, Desangrarás (pero ¡que el cielo lo
evite!)“ (p. 645, Nota 23).
Héctor reconsidera sus alternativas. Puede entrar y salvarse o puede
quedarse a pelear. Si se queda fuera de los muros tiene estas dos posibles
desenlaces: sobrevivir la confrontación con Aquiles y salvar su ciudad, o
sacrificarse por la misma causa. “Siento que
este desacierto [de huir] resultará en la masacre de mi gente. Pienso que oigo
la voz de mi patria que sufre” (p. 647, Nota 24). Héctor no carece de sueños de gloria pero, antes
que nada, primero es el guardián de su ciudad y su pueblo. También piensa en la
posibilidad de negociar un pacto con Aquiles, pero Héctor no confía en él. Ya en el último momento Héctor ve que su
enemigo está a punto de atacarlo, y termina huyendo, lo hace corriendo tres
veces alrededor de la ciudad, hasta que de súbito los dos se confrontan.
Héctor, habiendo perdido su lanza y viéndose acabado, dice: “La muerte y el negro destino se acercan! Soy
yo que debe sangrar” (p. 654, Nota 25). Héctor muere, pero Aquiles no acata
las mínimas normas de la guerra: tras su carro de guerra arrastra el cadáver
por todos los campos de Troya frente a los ojos de la familia y los demás
troyanos. Luego deja el cuerpo del príncipe tirado sobre la tierra, sin
sepultura, y regresa al campo de los griegos para organizar enormes rituales
funerales en honor de su amigo Patroclo.
Su dolor es grande, a solas llora a Patroclo. Cae agotado sobre la
playa y sueña con él. En su sueño Patroclo repite la profecía advirtiendo que Aquiles
también morirá en las playas de Troya: “Cuando
las llamas del funeral asciendan, nuca más se encuentran Aquiles y su amigo;…El
mismo destino preordinado, que a mí me ha esperado desde mi nacimiento, te
espera también a ti ante los muros de Troya. Aun tú, tan semejante a un dios,
estás condenado a hundirte” (p. 671, Nota 26). Patroclo pide que cuando
esto ocurra, sean enterrados los dos en el mismo sepelio. Aquiles se despierta,
asombrado por la presencia tan real de su amigo muerto: “Es cierto que el hombre, aun muerto, retiene Parte de sí mismo, la
mente inmortal se queda, La forma subsiste sin la ayuda del cuerpo… Mi amigo es
mi camarada de siempre, vino tal como era en vida. ¡Alas! Tan diferente y al
mismo tiempo tan permanente” (p. 672, Nota 27).
Los griegos preparan unos suntuosos y díscolos funerales para Patroclo
en los que sacrifican tanto a bestias como a doce presos troyanos (que sólo
consideran ofrendas, sin ninguna prerrogativa como soldados). “Entonces al final, ¡demasiado horrible para
contarlo, Sacrificio triste! Doce cautivos troyanos cayeron sobre el fuego voraz
(p. 676, Nota 28). El ritual demanda también
la preparación de un festín, una carrera de caballos, competencias de lucha
libre y de tiro al arco. ¡Terminan pelándose por quien haya ganado las
competencias! Los premios son diversos: caballos, envases de oro y esclavas, y
Aquiles no se priva de recitar lo que valen, como un anfitrión que tiene que
jactarse de los precios de sus regalos. Es una conmemoración y una solemnidad
para honrar a Patroclo, pero igualmente es un descalabro macabro.
Por otra parte, el dolor y la piedad no se extienden todavía al cuerpo
sin vida del príncipe Héctor, su cadáver yace sin protección en el campo de
batalla hasta que Aquiles lo arrastra al campo de los griegos. Tienen que ser los
dioses Venus y Febo (Apolo) que de nuevo intervienen y cuidan su cadáver de los
perros salvajes y los buitres. El dios Apolo se queja de la conducta de Aquiles,
lo compara con una bestia que por dondequiera asesina sin discriminación, que
extermina “…con alegría salvaje, que
invade todo y respira sólo para destruir…. Repugna la suerte de toda la
humanidad” (p. 709, Nota 29). Y
termina diciendo que Aquiles “viola las
leyes humanas y divinas (p. 710. Nota 30).
Los dioses pactan un encuentro entre Príamo y Aquiles. El rey de Troya
debe ir solo – únicamente con un sirviente también viejo-, en una carreta de
mulas cargado de regalos para recuperar el cuerpo de su hijo. Va aterrorizado,
pero se encuentra en el camino con el dios Hermes, quien le trata con respeto y
cariño. Le dice: no permitas que tu alma
se encoja de miedo; De mí parte ningún daño tocará su cabeza venerable; De los
grecianos te protegeré, también, porque dentro de sus campamentos brilla la
imagen viviente de mi padre” (p. 724, Nota 31). Pero le advierte también que
al día siguiente Grecia atacará a los muros de Troya.
Hermes deja a Príamo en la tienda de Aquiles. El encuentro entre los
dos revela una faceta totalmente distinta del héroe. De repente ve a Príamo
como un padre, como el suyo propio. “Ahora,
por turnos [los dos] experimentaron el flujo de dolor; y ahora las dos mareas
se juntaron; Uno el padre y otro el hijo que deploran [su destino]. Pero para
Aquiles son pasiones agregadas. Ahora llora por su y padre y luego por su
amigo. Un recogimiento contagioso corre por los héroes; Un diluvio ilimitado comenzó.
Lo sostenían como héroes, pero lo sentían como hombres” (p. 732, Nota 32).
Aquiles es capaz de emociones generosas y abiertas, aunque sólo en sus relaciones
más íntimas. Amaba a Briseida (la esclava que causó la rabieta con Agamenón), y
Patroclo, el amigo de su infancia. Amaba a los familiares que dejó en Ptía,
especialmente a su padre, y en el encuentro intenso en su tienda con el rey
troyano lamentó que no los iba a ver más.
Pero es implacable; aun relacionándose tan de cerca con Príamo, no se
le ocurre pensar en una negociación para terminar con la hemorragia de muertos
en ambos lados. Aquiles le da a Príamo un lapso de doce días para las
celebraciones funerales de su hijo. Luego se entiende que Troya caerá, aunque
Aquiles antes haya expresado sus dudas sobre las razones para pelear (“Los Troyanos… nunca me han molestado…
Navegamos... Para vengar un mal que es privado…”-(ver nota 1, p. 13.). Son
concesiones estremecedoras; han llorado juntos como hombres, pero Aquiles no ha
podido superar la barrera del odio que da la guerra. El conflicto debe seguirá
hasta sus últimas y trágicas consecuencias porque ella es inevitable. No hay
contacto humano que pueda cambiar esta miseria y esta fatalidad. Príamo pasa
parte de la noche en la tienda de Aquiles y luego regresa a Troya.
El contraste entre los funerales de Héctor y Patroclo no podría ser más
grande. Los Troyanos cumplieron los ritos de la cremación y concluyeron sus
actividades en dignidad y dolor. Y así termina la Ilíada. El resto lo sabemos: Troya
cae, París mata a Aquiles, los habitantes de la ciudad mueren o se convierten
en esclavos, y los griegos que sobreviven regresan a casa. Homero canta los
eventos de una historia, pero, como excelente dramaturgo, también deja abierto el
desenlace.
El papel de los dioses
Los dioses no
están de acuerdo entre sí. Algunos de ellos permanecen fielmente a favor de los
griegos; otro grupo apoya invariablemente a los troyanos, y mientras tanto otros
dioses cambian de bando. Homero canta sobre cómo Apolo protege a los troyanos
mientras Atenea aviva a los griegos:
“Apolo, así desde las torres altas de Ilión,
Preocupado, eleva los poderes troyanos, Mientras que la diosa feroz [Atenea] da
bríos a… los griegos, y grita y truena sobre los campos…” (p. 157-158, Nota
33).
Aunque
Jove/Júpiter es el máximo regente de todos, con frecuencia los demás se quejan de
sus órdenes. Por ejemplo, cuando Jove manda a la diosa Iris con un mensaje a Neptuno
para que deje de apoyar a los troyanos, él contesta:
¿Qué quiere decir el engreído soberano de los
cielos? (El rey de los mares, así,
furioso, contesta); Que mande como
quiera su reino allí arriba; No soy un dios avasallado, ni soy de su séquito”
(448, Nota 34).
Neptuno
termina obedeciendo, pero a regañadientes. En el curso de la épica muchas
deidades se rebelan contra el jefe de los cielos, pero ellos terminan aceptando
su poder, aunque la voluntad del soberano de los firmamentos sea vacilante. En
el comienzo de la Ilíada Jove/Júpiter y Atenea prometen la victoria a los
griegos, y Apolo y Marte respaldan a los troyanos. Venus protege a su hijo
(mortal) troyano. Pero el apoyo de Jove es inestable: ofrece y luego retira su protección
en un vaivén que confunde a los griegos, e inclusive, a veces apoya a los
troyanos. En el Octavo Libro ordena a todas las deidades a abstenerse de
intervenir más en la guerra, pero sin mucho éxito, en parte debido a la
insubordinación de los demás dioses. Para los griegos esto parecía la quiebra
de su promesa de victoria sobre los troyanos que les había dado antes. A veces Jove
comienza el día apoyando a un bando, y ya para el medio día apoya al otro, como
en el decimoprimer libro, al principio apoya a Agamenón, el rey griego, y luego
da consejos estratégicos a Héctor, el troyano. Finalmente vuelve a apoyar el
lado griego. Es como un gato jugando con un par de ratones; aquí aparece
ayudando a Héctor:
“La diosa [Iris dijo] entonces: ‘¡O hijo de Príamo,
oiga! Vengo de Jove, y traigo su alto mandato. Mientras Agamenón desgaste sus
legiones, y pelea en el frente, y baña la tierra de sangre, Absténgase de pelear,
pero al mismo tiempo dispóngase de sus huestes, y confíe la guerra a manos
menos importantes; Y entonces cuando el rey esté herido con una lanza o un
dardo, El montará en su carroza y se alejará, entonces Jove le dará a usted
fuerza para su brazo y su pecho” (p. 321, Nota 35).
Inclusive, permite a su hijo mortal, Sarpedon,
morir a manos del griego Patroclo. Jove lo quería salvar, pero su muerte estaba
predestinada, aunque no está claro el origen de esta fatalidad. Jove lamenta:
“La hora se acerca y los destinos ordenan, Mi
hijo, que es semejante a un dios, caerá sobre la planicie de Frigia: Allí sobre
la cúspide de la muerte está, su vida está en las manos feroces de Patroclo.
¡Que pasiones debatan en el pecho de un padre! ¿Lo salvo de su destino
pendiente, y lo mando seguro a Licia? ¿O condeno a mi más valiente hijo? (p.
(492-493, Nota 36).
La
predestinación es confusa en la Ilíada. Mueren tantos, y los dioses intervienen
a veces. Jove interviene por ratos en ambos lados, pero algo le impide salvar a
su hijo. Contempla hacerlo, pero, su esposa (y hermana) le dice que no es
posible.
“Corta es la fecha dispuesta para el hombre
mortal. ¿Puede Jove por uno sólo extender el tiempo autorizado, Cuyos límites
eran fijados antes del comienzo de su raza?” (p. 493, Nota 37).
Jove ordena a
Febo/Apolo que lleve el cuerpo sin vida de Sarpedon a su Licia natal para ser
atendido y sepultado con reverencia allí. Y mientras tanto ordena la caída de
Patroclo, su verdugo. La voluntad de los dioses es insondable.
“El dios que da, organiza y ordena todo Te
animó, y te apoyó para verte caer” (p. 503, Nota 38).
Este zarandeo
celestial puede tener una explicación: en el tiempo que Homero describe en la
Ilíada, los griegos no siempre tenían éxito. Si Jove hubiese sido constante en
su apoyo, habrían ganado la guerra en poco tiempo. Suponiendo cierta veracidad
histórica en el relato, el poeta tiene que recurrir a cambios en la voluntad
divina para explicar las dificultades de ambas bandas en el campo de batalla.
No son
simples espectadores. Intervienen activamente como haría un público indisciplinado
en un juego de fútbol. Dan fuerzas especiales a los héroes de su predilección
e, inclusive, a veces se montan en las carrozas a pelear físicamente en el
campo de batalla, como cuando Marte ayuda a los troyanos precipitando su lance
sobre Diomedes/Tideida. En este encuentro la diosa Palla/Atenea interviene a
favor del griego, lo salva y en el proceso ella hiere a Marte. El dios, sin
embargo, es inmortal, puede sufrir dolor, pero no morir. Lamentándose, sube al
cielo y allí le sanan.
“El dios [Marte] se lanzó sobre Tideida, Ahora
apurados, feroces, ¡iguales!, ¡El griego atrevido y el horrible dios de la
guerra! … Del brazo de Marte el arma enorme salió: [la diosa Palla/Atenea]
interpuso su mano y la desvió… Entonces [Tideida] lanzó su jabalina que siseó
por el aire; la diosa la alentó: Penetró al dios debajo de la cintura de su
armadura…. Marte grita del dolor…. Y el dios asciende desde el combate, Alto
sobre el torbellino oscuro hacia el cielo. Enloquecido con el dolor buscó su
hogar brillante, y se sentó debajo del padre de los dioses, Le mostró su sangre
celestial, y lamentándose, expresó sus quejas ante el trono inmortal” (p.
176, Nota 39).
Marte,
sabiéndose inmortal, se junta a la batalla y mata a los mortales que él
considera enemigos. La distinción entre los dioses y los héroes mortales es
débil: casi lo único que los separa es el poder milagroso de los dioses y la
mortalidad de los hombres.
Se puede
decir que los hombres son los títeres de los dioses porque éstos son los que deciden
si van a precisar la puntería de sus lanzas, o en cambio, si sus disparos van descarriar,
para salvar a al guerrero a que quieren proteger. Ellos forman una estructura
explicativa para los eventos: por medio de ellos los héroes mortales pueden
entender por qué algunos se salvan y otros pierden. Los dioses son las fuerzas
que impulsan a los mortales a defender su ciudad –o sitiar una población ajena-.
Actúan como los motores aparentes tras el anhelo del poder de los reyes; diríamos
hoy, funcionan como proyecciones interpretativas de los deseos humanos. En la
siguiente cita los griegos, que antes iban ganando la guerra, ahora se sienten
incapaces de defender la fortaleza en la playa que protege sus barcos, y Menelao
explica lo que sientan como una inmanente derrota así:
“No hay que culpar a Grecia, Las armas son su
quehacer, y la guerra es cosa suya. Sus héroes vigorosos de las bien batalladas
planicies No se retrasan debido al miedo, ni por el ocio: ‘Es el cielo, ¡Alas!,
y la calamidad [enviado por] Jove, el todo poderoso, que [abandonados] aquí,
¡lejos de nuestras casas, Desata nuestra caída ingloriosa!” (p. 388, Nota
40).
Y París,
quien ha salido a combatir después de las críticas de su hermano Héctor, se
defiende ahora, pero también dando a los dioses el crédito de sus éxitos en el
campo de batalla:
“Entonces París dijo: ‘Mi hermano y mi amigo,
su impaciencia cálida hace que su lengua ofende. En otras batallas yo merecía
su crítica, aunque no carecía de hazañas ni era carente de fama: Pero desde
entonces he esparcido mortandad con mi arco fatal…. Lo que puedo hacer con este
brazo, prepárate a saberlo…. Pero no se debe a nosotros, combatimos con fuerzas
que no son nuestras: La fuerza pertenece sólo a los dioses” (p. 410, Nota
41).
La idea que
los hombres podrían decidir su porvenir vino mucho después. De hecho, los griegos en Atenas asomaron esta
posibilidad seiscientos años después. En el
periodo entre el siglo XII a. C. hasta el siglo VI a. C. hubo cambios sísmicos
para la civilización mundial. En la edad de bronce y en los tiempos del sitio
de Troya, los griegos se sentían totalmente controlados por una invención de su
propia hechura cultural, es decir, su panteón de dioses. Seiscientos años más
tarde en el tiempo de Solón (el primer mandatario que pensó en la necesidad de
una constitución para gobernar a Atenas), los atenienses se declararon dueños
de su propio destino y emprendieron el camino hacia la primera democracia del
mundo. No abandonaron totalmente su fe en los dioses, ni después de Solón. De
hecho, Sócrates fue condenado a la muerte debido a su confianza en el poder de
la razón, en parte porque los conservadores de su tiempo lo consideraban
“impío”.
La humanidad de los guerreros
Los héroes
también tienen familia: padres, esposas e hijos. La despedida entre el príncipe
troyano Héctor y su esposa Andrómaca está llena de tiernos detalles, como
cuando su hijo se asusta al ver al padre con el casco de guerra lleno de ornamentos
brillantes, y Héctor, dándose cuenta del problema, se lo quita para poder abrazar
al bebé. Andrómaca le pide a Héctor quedarse, pero él, pensando en el destino
de su familia si Troya no sobrevive, ve su obligación en el campo de batalla.
“El bebé se agarró al pecho de la nodriza,
asustado por la cresta del casco. Los dos padres sonrieron con placer oculto, y
Héctor se apuró para calmar a su hijo, y desamarró el casco reluciente de su
cabeza, y lo puso en el piso; Entonces besó al niño; y lo levantó alto en el
aire, Así para ofrecer una plegaria de padre” (p. 204, Nota 42).
Toda esta
escena es una preparación para la muerte de Héctor. Homero quiere dejar en
claro que no era sólo un héroe; era también una persona valiosa y amada. Pero
los valores marciales permean el ambiente. En su plegaria desea que el hijo
crezca fuerte y se convierta en un guerrero más valiente aún que su papá.
Héctor
lamenta la guerra y teme, tanto el destino de Troya como aquel de su familia
que será capturada y empleada como esclavos. Él busca una solución que primero
es pactada por los dioses Apolo y Minerva. Tendrá la responsabilidad de retar al
griego más fuerte a un duelo que decidirá el porvenir de la guerra, en donde
habrá una sola víctima más. Él sale al campo de batalla y grita:
“Ustedes, entonces, O príncipes griegos,
aparezcan; Habla Héctor, y les llama también a los dioses a oír: De todas sus
tropas, seleccionen al guerrero más temerario, Él y Héctor se atreverán a
confrontarse” (p. 212, Nota 43).
Al principio
nadie se levanta. Entonces lo hace Menelao, pero su hermano lo convence que
tiene que haber un soldado más fuerte que él. Los griegos seleccionan a Ayax;
ya hemos descrito como la batalla termina debido a la caída de la noche. Y
luego, la despiadada guerra continúa.
Aunque todos
lloran sus muertos, Héctor es el más sensible de todos los combatientes.
Los orígenes de quienes se consideraban
“griegos”
Los griegos
que acuden a Troya provienen de lugares esparcidos por todo lo que ahora
llamamos “Grecia”. Aquiles y Patroclo
vienen de Ptía en el noreste, pero en general los combatientes vienen del sur:
a) el viejo Néstor es el rey de Pilos, b) Menelao es el rey de Esparta, c) Agamenón
es el rey de Micenas, d) Odiseo es de Ítaca y f) Diomedes/Tideida proviene de
Argos. Esta dispersión de orígenes señala una diversidad de tribus -eolios,
dorios, aqueos y jonios y otros, y Homero canta las hazañas de todos; canta y
conjura a un lugar en construcción cultural: él de los “aqueos”, un término que
comienza a referir a todos porque todavía no se usaba “Helenos” para referir a
los habitantes de la península, las islas y las colonias de Anatolia. En el
Siglo XII a. C. ellos concurrieron en defensa de algo que rebasaba el rescate
de Helena: están en el proceso de definir un territorio que tiene un
significado compartido en relación a los reinos circundantes.
Ya había algo
de una cultura con orígenes míticos. El
término “Hellas” proviene de Hellen, el hijo de Deucalion y Pyrrha. El
mitológico Deucalion a su vez era el hijo del titán Prometeo. Él y su consorte
Pyrrha repoblaban la tierra después de una gigantesca inundación, arrojando
piedras que después se convirtieron en personas; la primera piedra produjo Hellen,
que llegó a ser un gran patriarca. Tucídides escribe, en el Libro I de su Historia
de la Guerra del Peloponeso:
“Me inclino a pensar que el mismo nombre aún
no se había dado a todo el territorio y, de hecho, no existía en absoluto antes
de la época de Hellen, el hijo de Deucalion; las diferentes tribus, de las
cuales la pelasga era la más extendida, dieron sus propios nombres a los
diferentes distritos. Pero cuando Hellen y sus hijos se hicieron poderosos en
Phthiotis, su ayuda fue invocada por otras ciudades, y quienes se asociaron con
ellos gradualmente comenzaron a llamarse helenos, aunque pasó mucho tiempo
antes de que el nombre prevaleciera en todo el territorio. De esto, Homero
ofrece la mejor evidencia; porque él, aunque vivió mucho después de la guerra
de Troya, en ninguna parte usa este nombre colectivamente, sino que lo limita a
los seguidores de Aquiles de Phthiotis, que eran los helenos originales; cuando
habla de toda la hueste, los llama Danäans, o Argives, o Achaeans” (Libro
I, párrafo 4).
Homero reconoce
que el sitio de Troya representa un hito histórico, cultural y étnico para los
griegos del Siglo VIII a. C., y muchos de sus coterráneos podían identificarse con
el anhelo de una entidad compartida. Hay otras evidencias de este aliento
cultural: la Liga Anfictiónica ya existía en los tiempos de Homero, ciertamente
se fundó después de la guerra de Troya; comprendía unas doce tribus en la parte
central de Grecia, y aunque no se trataba de una agrupación cívica o política,
requería la colaboración general de grupos separados. Su propósito era la
protección y administración de los templos de Apolo en Delfos y de Deméter en
Anthela; evidentemente señalaba el comienzo de un nuevo espíritu griego.
En el idioma
original de la Ilíada, Homero insinúa varios dialectos que juntos pueden sumarse
al griego (Derks y Roymans, 2009). El
poeta vivía en un tiempo en que hubo muchas migraciones dentro de la península
y entre las islas del Mar Egeo.
Inclusive había asentamientos griegos en Anatolia que ahora es la costa
oriental de Turquía. Él mismo había viajado entre algunos de estos lugares.
Derks y Roymans dicen que probablemente para el Siglo VII había personas que
hablaban más de un dialecto y que los reconocían como variantes de un mismo
idioma.
El deseo para
un espacio cultural compartido atravesó los siglos, desde la Guerra de Troya
hasta la conquista de Atenas por Alejandro en el año 335 a.C. En las Guerras Médicas
en que los griegos se defendían contra el Imperio Persa, todas las ciudades
contribuyeron a alejar los invasores, especialmente Atenas y Esparta, primero
en las llanuras de Maratón en el año 490 a. C., y luego en las Termópilas y en
la Batalla de Salamina en el 480 a. C. Sin embargo, esto no impedía guerras
entre las ciudades/estados; fue luego de las Guerras del Peloponeso (431-404
a.C.) que Esparta sustituyó a Atenas en el liderazgo helénico, y la democracia
ateniense fue suplantado por el “Régimen de los Treinta”, una terrible tiranía
liderada por a Critias. Este avasallamiento duró menos de un año, pero diezmó
la población. Una coalición finalmente negoció la restauración de algo similar
a una democracia en la ciudad.
Grecia vivía
los vaivenes de una cultura múltiple, que combinaba diversas aspiraciones
hegemónicas con el deseo de autogobierno. Vivía guerras crueles que coexistían
con los intentos de formar ligas de cooperación, y sobre todo ensayó un largo experimento
en que intentaba forjar una identidad compartida. Estos esfuerzos duraron más
de mil años hasta que Alejandro convirtiera la región en un vasallaje de
Macedona, y luego los romanos conquistaron los macedonios, y reclamara la
península como como dependencia de su Imperio. Sin embargo, Atenas sobrevivió
como como un centro de cultura donde seguían prosperando la filosofía, la
ciencia y la educación. Horacio, el poeta romano, dijo: “Graecia capta ferum victorem cepit” (Grecia conquistada capturó al feroz
vencedor) (Horacio, 11/11/2004, parágrafo 4).
Reflexiones finales
La Ilíada es
una tragedia incompleta porque no termina de describir la caída de Troya,
excepto en una especie de reflexión anticipada en el decimosegundo libro cuando
el poeta avisa que el final se acerca. En este momento los troyanos están
derribando al muro que protege los barcos griegos. Pareciera que ellos estén
ganando el conflicto, pero Homero sabiamente desengaña al lector u oyente con sus
tristísimas predicciones, no sólo sobre el ocaso de Troya sino sobre la eliminación
absoluta de todo. No quedará nada.
“Sin los dioses, ¡por tan poco tiempo puede
mantenerse El monumento hecho por los manos humanos más orgullosos! Esto
[Troya] duró mientras Héctor y Aquiles se agrediesen. Mientras los huestes
acometiesen a la sagrada Troya; Pero cuando exterminaron a sus hijos, su ciudad
se quemó, y los que sobrevivieron de los griegos, a Grecia se devolvieron;
entonces Neptuno y Apolo sacudieron a la costa, Entonces las cumbres de Ida [el
espíritu del bosque] derramaron su agua…. Febo [Apolo] devolvió [al mar] los cascos
y escudos, y los héroes muertos -semejantes a dioses- … se inundó el murallón
por nueve días continuados, El peso de las aguas debilitó la pared, y al mar se
fueron los balaustres…. Ahora alisado con la arena los ríos fluyen de nuevo, y
brillan entre las colinas o yerran sobre las planicies, Y ningún fragmento
refrenda dónde estuvo aquella maravilla” (p. 356, Nota 44).
Aunque dice
que los muros de la ciudad serán arrastrados al mar por los ríos desbordados, y
no quedarán ni los sables ni los escudos de los héroes sobre la arena, sabemos
que permanecerán los cantos de los aedos.
A las alturas
del Siglo XXI revisitamos a Agamenón, Menelao, Príamo, Héctor, París, Helena,
Aquiles, Patroclo y los demás. Sus dramas nos conmuevan, y al mismo tiempo nos
dan nuevas ventanas a nuestro propio mundo. Es inevitable preguntar si, con un
liderazgo distinto, la guerra podría haberse evitado, o por lo menos qué hacía
falta para que los intentos de negociación de Héctor hubiesen tenido éxito.
Para contestar estas preguntas, es necesario, por un corto tiempo, prescindir
de la influencia de los dioses sobre los mortales.
Con ojos
modernos tenemos que examinar el conflicto entre el liderazgo y el heroísmo. Gadamer (1977/1991) diría que esto es
imposible porque los eventos históricos sólo ocurren en sus contextos verdaderos,
y que es papel del intérprete acercarse al mundo que observa, deshaciéndose de
los prejuicios de su propio tiempo. En nuestros tiempos, personajes similares
dirigen procesos semejantes, y los documentos épicos nos sirven de base para
entender nuestros propios tiempos.
Si Agamenón
es un militar que aprovecha de las circunstancias para convertirse en el líder
despótico de todos los griegos, Príamo es el rey bondadoso que llora por las
desgracias de su pueblo. Si Menelao es el representante de una causa (el
rescate de Helena), Aquiles es un héroe violento sin causa y sin propósito; un
asesino sin miramientos, que contradictoriamente puede amar y llorar sus
propias pérdidas. Si Héctor es el negociador y el defensor de su gente,
Diomedes/Tideida es un batallador atrevido que sigue órdenes, sabiéndose
protegido (por la diosa Venus, su madre).
Los reyes de
todos los tiempos conducen sus pueblos a la batalla. Las leyendas cuentan como Agamenón
llevó un gran ejército por el mar Egeo a atacar un pueblo lejano; y cuando Príamo
aceptó la presencia de Helena, tiene que haber sospechado que los griegos
vendrían a rescatarla. Era una situación de tensa anticipación cuyo desenlace
nadie podría predecir, pero estaban todos dispuestos a tomar los riesgos. Cada
lado tenía potencialmente algo que ganar.
Los reyes
toman las decisiones y los héroes obedecen. Mientras más feroces sean los soldados,
más se les aprecia por su valor militar. Ellos ni razonan ni dudan. La ética de
la guerra es similar en todas las épocas, y lo que es diferente en este caso es
que el cantor llore por todas sus víctimas por igual. Inclusive, se puede decir
que, para Homero, los troyanos han sido menos patanes y beligerantes que los
griegos. El poeta reconoce una valentía templada y aun amorosa en el viejo
Príamo cuando cruza –casi solo- las líneas bélicas entre los dos lados para
buscar al cadáver de su hijo Héctor.
Inclusive,
los dioses son problemáticos en la Ilíada. Pelean entre sí, son desleales, y en
vez de preocuparse por el bien de los cielos, de la Tierra o de los seres
humanos, pasan su tiempo creando sus propias esferas de influencia. No creo que
haya sido el propósito de Homero criticarlos; más bien, como he observado, sus
voluntades tumultuosas sirven para explicar los vaivenes de una guerra
interminable, impredecible y paradójica.
Normalmente
en las novelas, obras teatrales y canciones que son admiradas como obras fundamentales
para la identidad de un pueblo, los autores celebran la victoria de su propio
estado o reino; declaman la conquista de otro que consideren invasor, opresor u
objeto de apropiación. En la Ilíada Homero denuncia una tragedia genérica, al
mismo tiempo que elogia la valentía de todos los protagonistas.
Ricoeur
propone que la interpretación que hagamos de obras ajenas incorporen algo de
“sospecha” y busquemos en ellas los temas que sediciosamente delatan
preocupaciones escondidas. En este caso me atrevo a decir que este canto a la
humanidad fundamenta más bien la inquietud que siglos más tarde comenzaría a
manifestarse en Atenas, donde los hombres asumían la responsabilidad de sus
actos y se gobernaban a sí mismos. Los héroes de Atenas eran los filósofos de
la razón, y a veces, como en el caso de Sócrates, pagaban sus enseñanzas con
sus vidas.
Referencias:
Esquilo,
Agamemnon. Theoi, e-texts library. Disponible en: http://www.theoi.com/Text/EsquiloAgamemnon.htmlESQUILO
(458 bC/sf). Recuperado el
12/6/2020.
Derks, Ton y Roymans, Nico (2009),
Ethnic constructs in antiquity. Amsterdam University Press. Amsterdam
Gadamer,
Hans-Georg (1977/1991). La actualidad de lo bello. Paidós. Barcelona
Gadamer,
Hans-George (1960/2000). Verdad y método I. Sígueme. Salamanca.
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Agradecimientos
Quisiera
agradecer la ayuda del Profesor Gilberto Márquez por revisar la redacción de
este manuscrito.
Notas Finales
(1)“What cause have I
to war at thy decree?
The distant Trojans
never injured me”….
Hither we sail'd, a
voluntary throng,
To avenge a private,
not a public wrong (p. 13).
(2) “Full in the
blazing van great Hector shined,
Like Mars commission'd
to confound mankind.
Before him flaming his
enormous shield,
Like the broad sun,
illumined all the field;
His nodding helm emits
a streamy ray;
His piercing eyes
through all the battle stray” (p. 411).
(3)Think of your
hopes, your fortunes; all the care
Your wives, your
infants, and your parents share:
Think of each living
father's reverend head;
Think of each ancestor
with glory dead;
Absent, by me they
speak, by me they sue,
They ask their safety,
and their fame, from you:
The gods their fates
on this one action lay,
And all are lost, if
you desert the day" (p. 468).
(4) For this in arms
the warring nations stood,
And bathed their
generous breasts with mutual blood.
No room to poise the
lance or bend the bow;
But hand to hand, and
man to man, they grow:
Wounded, they wound;
and seek each other's hearts
With falchions, axes,
swords, and shorten'd darts.
The falchions ring,
shields rattle, axes sound,
Swords flash in air,
or glitter on the ground;
With streaming blood
the slippery shores are dyed,
And slaughter'd heroes
swell the dreadful tide” (p. 470).
(5) “[Tydides] spoke,
and rising hurl'd his forceful dart,
Which, driven by
Pallas, pierced a vital part;
Full in his
[Anchises’] face it enter'd, and betwixt
The nose and eye-ball
the proud Lycian fix'd;
Crash'd all his jaws,
and cleft the tongue within,
Till the bright point
look'd out beneath the chin.
he falls, his helmet
knocks the ground:
Earth groans beneath
him, and his arms resound;
The starting coursers
tremble with affright;
The soul indignant
seeks the realms of night. P. 150
(6) “Lamented youth!
in life's first bloom he fell,
Sent by great Ajax to
the shades of hell (p. 525).
(7) Fix'd on “the spot
they war, and wounded, wound
A sanguine torrent
steeps the reeking ground:
On heaps the Greeks,
on heaps the Trojans bled,
And, thickening round
them, rise the hills of dead” (p. 528).
(8)“The war renews,
the warriors bleed again:
As o'er their prey
rapacious wolves engage,
Man dies on man, and
all is blood and rage.” (p. 131).
(9) "Cursed is
the man, and void of law and right,
Unworthy property,
unworthy light,
Unfit for public rule,
or private care,
That wretch, that
monster, who delights in war” (p. 264).
(10) “So fought each host, with thirst of
glory fired,
And crowds on crowds
triumphantly expired” (p. 134)
(11) "O first of
Greeks! (his noble foe rejoin'd)
Whom heaven adorns,
superior to thy kind,
With strength of body,
and with worth of mind!
Now martial law
commands us to forbear;
Hereafter we shall
meet in glorious war,
Some future day shall
lengthen out the strife” (p. 222).
(12) “The gallant man,
though slain in fight he be,
Yet leaves his nation
safe, his children free” (p. 461).
(13) "Trojans!
your great Ilioneus behold!
Haste, to his father
let the tale be told:
Let his high roofs
resound with frantic woe,
Such as the house of
Promachus must know;
Let doleful tidings
greet his mother's ear,
Such as to Promachus'
sad spouse we bear,
When we victorious
shall to Greece return” (p. 438).
(14) “When Hector
view'd, all ghastly in his gore,
Thus sadly slain the
unhappy Polydore,
A cloud of sorrow
overcast his sight.
His soul no longer
brook'd the distant fight:
Full in Achilles'
dreadful front he came,
And shook his javelin
like a waving flame” (p. 610).
(15) "Oh, take
not, friends! defrauded of your fame,
Their proffer'd
wealth, nor even the Spartan dame.
Let conquest make them
ours: fate shakes their wall,
And Troy already
totters to her fall” (p. 226).
(16) “Once more bold
Teucer, in his country's cause,
At Hector's breast a
chosen arrow draws:
And had the weapon
found the destined way,
Thy fall, great
Trojan! had renown'd that day.
But Hector was not
doom'd to perish then:
The all-wise disposer
of the fates of men
(Imperial Jove) his
present death withstands;
Nor was such glory due
to Teucer's hands.
At its full stretch as
the tough string he drew,
Struck by an arm
unseen, it burst in two;
Down dropp'd the bow:
the shaft with brazen head
Fell innocent, and on
the dust lay dead.
The astonish'd archer
to great Ajax cries;
"Some god
prevents our destined enterprise:
Some god, propitious
to the Trojan foe” (p. 459).
(17) “Yet Jove
deferr'd the death he was to pay,
And gave what fate
allow'd, the honours of a day!” (p. 465),
(18) “… it sounds thy
death:
Insulting man, thou
shalt be soon as I;
Black fate o'erhangs
thee, and thy hour draws nigh;
Even now on life's
last verge I see thee stand,
I see thee fall, and
by Achilles' hand" (p. 510).
(19) “Hector in proud
Achilles' arms shall shine,
Torn from his friend,
by right of conquest mine” (p. 520).
(20) “Patroclus dead,
Achilles hates to live.
Let me revenge it on
proud Hector's heart,
Let his last spirit
smoke upon my dart;
On these conditions
will I breathe: till then,
I blush to walk among
the race of men" (p. 549).
(21) “I know my fate:
to die, to see no more
My much-loved parents,
and my native shore—
Enough—when heaven
ordains, I sink in night” (p. 591).
(22) “This way and
that, the spreading torrent roars:
So sweeps the hero
through the wasted shores;
Around him wide,
immense destruction pours
And earth is deluged
with the sanguine showers….
High o'er the scene of
death Achilles stood,
All grim with dust,
all horrible in blood:
Yet still insatiate,
still with rage on flame;
Such is the lust of
never-dying fame!” (p. 613).
(23) "Have mercy
on me, O my son! revere
The words of age;
attend a parent's prayer!
If ever thee in these
fond arms I press'd,
Or still'd thy infant
clamours at this breast;
Ah do not thus our
helpless years forego,
But, by our walls
secured, repel the foe.
Against his rage if
singly thou proceed,
Should'st thou, (but
Heaven avert it!) should'st thou bleed” (p. 645).
(24) “I feel my folly
in my people slain.
Methinks my suffering
country's voice I hear” (p. 647).
(25) “Death and black
fate approach! 'tis I must bleed” (p. 654).
(26) “When once the
last funereal flames ascend,
No more shall meet
Achilles and his friend;
No more our thoughts
to those we loved make known;
Or quit the dearest,
to converse alone.
Me fate has sever'd
from the sons of earth,
The fate fore-doom'd
that waited from my birth:
Thee too it waits;
before the Trojan wall
Even great and godlike
thou art doom'd to fall.
Hear then; and as in
fate and love we join,
Ah suffer that my
bones may rest with thine!” (p. 671).
(27) "Tis true,
'tis certain; man, though dead, retains
Part of himself; the
immortal mind remains:
The form subsists
without the body's aid,
Aerial semblance, and
an empty shade!
This night my friend,
so late in battle lost,
Stood at my side, a
pensive, plaintive ghost:
Even now familiar, as
in life, he came;
Alas! how different!
yet how like the same!” (p. 672).
(28) “Then last of
all, and horrible to tell,
Sad sacrifice! twelve
Trojan captives fell
On these the rage of
fire” (p. 676).
(29) “A lion, not a
man, who slaughters wide,
In strength of rage,
and impotence of pride;
Who hastes to murder
with a savage joy,
Invades around, and
breathes but to destroy!
Shame is not of his
soul; nor understood,
The greatest evil and
the greatest good.
Still for one loss he rages
unresign'd,
Repugnant to the lot
of all mankind; (p. 709).
(30) “He violates the
laws of man and god” (p. 710).
(31) “Yet suffer not
thy soul to sink with dread;
From me no harm shall
touch thy reverend head;
From Greece I'll guard
thee too; for in those lines
The living image of my
father shines" (p. 724).
(32) “Now each by
turns indulged the gush of woe;
And now the mingled
tides together flow:
This low on earth,
that gently bending o'er;
A father one, and one
a son deplore:
But great Achilles different
passions rend,
And now his sire he
mourns, and now his friend.
The infectious
softness through the heroes ran;
One universal solemn
shower began;
They bore as heroes,
but they felt as man” (p. 732).
(33) “Apolo thus from
Ilion's lofty towers,
Array'd in terrors,
roused the Trojan powers:
While war's fierce
goddess fires the Grecian foe,
And shouts and
thunders in the fields below…” (p. 157-158)
(34) "What means
the haughty sovereign of the skies?
(The king of ocean
thus, incensed, replies;)
Rule as he will his
portion'd realms on high;
No vassal god, nor of
his train, am I” (448).
(35) “The goddess
then: "O son of Priam, hear!
From Jove I come, and
his high mandate bear.
While Agamemnon wastes
the ranks around,
Fights in the front,
and bathes with blood the ground,
Abstain from fight;
yet issue forth commands,
And trust the war to
less important hands:
But when, or wounded
by the spear or dart,
The chief shall mount
his chariot, and depart,
Then Jove shall string
thy arm, and fire thy breast” (321).
(36) "The hour
draws on; the destinies ordain,
My godlike son shall
press the Phrygian plain:
Already on the verge
of death he stands,
His life is owed to
fierce Patroclus' hands,
What passions in a
parent's breast debate!
Say, shall I snatch
him from impending fate,
And send him safe to
Lycia, distant far
From all the dangers
and the toils of war;
Or to his doom my
bravest offspring yield” (p. 492-493)
(37) “Short is the
date prescribed to mortal man;
Shall Jove for one
extend the narrow span,
Whose bounds were
fix'd before his race began? (p. 493)
(38) “The god who
gives, resumes, and orders all,
He urged thee on, and
urged thee on to fall (p. 503)
(39) “The god … at
Tydides flies.
Now rushing fierce, in
equal arms appear
The daring Greek, the
dreadful god of war!
Full at the chief,
above his courser's head,
From Mars's arm the
enormous weapon fled:
Pallas opposed her
hand, and caused to glance
Far from the car the
strong immortal lance.
Then threw the force
of Tydeus' warlike son;
The javelin hiss'd;
the goddess urged it on:
Where the broad
cincture girt his armour round,
It pierced the god:.
….Mars bellows with the pain:….
In such a cloud the
god from combat driven,
High o'er the dusky
whirlwind scales the heaven.
Wild with his pain, he
sought the bright abodes,
There sullen sat
beneath the sire of gods,
Show'd the celestial
blood, and with a groan
Thus pour'd his
plaints before the immortal throne: (p. 176)
(40) "…On Greece
no blame be thrown;
Arms are her trade,
and war is all her own.
Her hardy heroes from
the well-fought plains
Nor fear withholds,
nor shameful sloth detains:
“Tis heaven, alas! and
Jove's all-powerful doom,
That far, far distant
from our native home
Wills us to fall
inglorious! …" (p. 388).
(41) “When Paris thus:
"My brother and my friend,
Thy warm impatience
makes thy tongue offend,
In other battles I
deserved thy blame,
Though then not
deedless, nor unknown to fame:
But since …,
I scatter'd slaughter
from my fatal bow…..
What with this arm I
can, prepare to know….
But 'tis not ours,
with forces not our own
To combat: strength is
of the gods alone" (p. 410).
(42) “The babe clung
crying to his nurse's breast,
Scared at the dazzling
helm, and nodding crest.
With secret pleasure
each fond parent smiled,
And Hector hasted to
relieve his child,
The glittering terrors
from his brows unbound,
And placed the beaming
helmet on the ground;
Then kiss'd the child,
and, lifting high in air,
Thus to the gods
preferr'd a father's prayer” (p. 204).
(43) “You then, O
princes of the Greeks! appear;
'Tis Hector speaks,
and calls the gods to hear:
From all your troops
select the boldest knight,
And him, the boldest,
Hector dares to fight” (p. 212)
(44) “Without the
gods, how short a period stands
The proudest monument
of mortal hands!
This stood while
Hector and Achilles raged.
While sacred Troy the
warring hosts engaged;
But when her sons were
slain, her city burn'd,
And what survived of
Greece to Greece return'd;
Then Neptune and
Apollo shook the shore,
Then Ida's summits
pour'd their watery store; ----
Helmets, and shields,
and godlike heroes slain:
These, turn'd by Febo
from their wonted ways,
Deluged the rampire
nine continual days;
The weight of waters
saps the yielding wall,
And to the sea the
floating bulwarks fall.….
Now smooth'd with sand,
and levell'd by the flood,
No fragment tells
where once the wonder stood;
In their old bounds
the rivers roll again,
Shine 'twixt the
hills, or wander o'er the plain” (356).