Quisiera decir algo sobre Günter Grass. Fue muy criticado por parte de algunos de sus lectores cuando en su autobiografía “Pelando de Cebolla” narró sobre su niñez y adolescencia en la Alemania nazi. Para mí estas críticas tenían una alta dosis de hipocresía, ya que todos de su generación, o eran partidarios del régimen (la vasta mayoría), o eran unos pocos opositores que arriesgaron sus vidas para derrotarlo.
Me asombra su coraje en aquellas reflexiones. Esas vivencias le marcaron a él y todos sus contemporáneos de maneras profundas. Grass y sus amigos se criaron en un mundo en que fueron empujados a adorar actos heroicos y aceptar sucesos violentos: se podría decir que para aquella generación de muchachos que se formaron en el fascismo, no hubo otro mundo: el nazismo había existido por siempre ya.
Contó sobre distintos episodios de su vida: su niñez, su tiempo como soldado en el Tercer Reich, y finalmente sus experiencias de post-guerra. Al evocar su niñez, Grass se pregunta sobre el silencio que el régimen de Alemania de ese entonces impuso incluso sobre el niño que él era: “¿Es posible que el miedo de hacer alguna pregunta que lo pusiera todo patas arriba me volviera mudo?” (p. 17). Y luego habla de su admiración por los héroes, y de cómo él y los demás niños de su edad querían “combatir”. Cuenta cómo a los diez años se hizo miembro del ”Jungvolk” en preparación para entrar a las Juventudes Hitlerianas donde “colaboré sin rechistar...” (p.27).
En otra descripción de su juventud dice:
“Ciego a la injustica que se hacía cotidiana en el entorno próximo de la ciudad... iba creciendo y creciendo el campo de concentración Stutthof, sólo me indignaban los crímenes del poder clerical y las torturas de la inquisición”.... En retrospectiva, parece como si aquel gesticulante alumno de enseñanza media hubiera conseguido trasladar su sentido de la justicia, alimentado por los libros, a algunas zonas de repliegue medievales” (p. 39-40).
Y luego dice:
“Al fin y al cabo fui de las Juventudes Hitlerianas y joven nazi. Creyente hasta el fin. No precisamente con fanatismo al principio, pero sí con mirada inconmovible, como un reflejo, en la bandera, de la que se decía que era ‘más que la muerte’, permanecí en filas, experto en llevar el paso” (p, 43).
No deseo transcribir todo el entusiasmo patriótico inicial y luego la decepción de Günter Grass, sin embargo, creo que el juego que experimentó entre silencio, la sublimación personal y la aceptación de lo inaceptable es muy, demasiado conmovedor. Todas estas emociones suceden con el trasfondo de un régimen sociopolítico y un movimiento de masas que desborda a los individuos, aunque los incorpora como parte de la acción social.
La irracionalidad de esta doctrina es innegable tanto en sus objetivos represivos como en el culto a la muerte que manifiesta. Los mensajes que emite un régimen de este tipo tienen un carácter instintivo: alaban el sacrificio y la ofrenda de la muerte como un deber ciudadano, y en vez de reflexión y debate entre electores, se exige el acatamiento, el activismo y la militancia. Emplea la fuerza colectiva para lograr los objetivos de un solo líder que representa la autoridad del Estado. Este líder es el que tiene la autoridad de promulgar leyes y establecer el orden social tal como él desea definirlo. Se trata de una ideología que rechaza el ideal de la libertad individual a favor de los objetivos de obediencia y lealtad absolutas. En este contexto los ciudadanos deben obrar de manera disciplinada en el espíritu castrense. A menudo el dogma proclama la superioridad genética del grupo en el poder, y el patriotismo aparece como un valor y un deber casi sacros. Se rechaza al débil al considerarlo como degenerado y se elogia la fuerza como una virtud.
Günter Grass describió su propia vivencia, pero al mismo tiempo a las de todos los demás procesos sociales y políticos que engullan sus seguidores. Creo que “Pelando la Cebolla” debe ser lectura obligada en todos los liceos del mundo.
La muerte de Grass es una enorme pérdida, una que yo personalmente lamento profundamente. ¿Qué otras cosas hubiera podido decirnos?