Karen Cronick
Dice Teresa Kiss (2025) que, “El populismo es un enfoque político que se caracteriza por apelar al “pueblo” como una unidad homogénea, movilizar a las masas y proponer medidas de justicia social”. Es un término muy general y ciertamente puede haber movimientos “populistas” dentro de la democracia. Sin embargo, como observa Rodrigo Riquelme (2017), “La mayoría de las veces, populismo se utiliza con un sentido despectivo para calificar a aquellos políticos y gobernantes (o aspirantes a serlo) que intentan ganarse el favor popular mediante el halago, las promesas y la confrontación entre las clases menos favorecidas y la élite de una sociedad”.
Dada la imposibilidad de categorizar normativamente al
populismo de manera global, es importante señalar desde el principio, que este
ensayo distingue entre las dos tendencias éticas que este término abarca, y su
énfasis cae sobre la acepción demagógica.
Entonces, para el populismo, así demarcado, la palabra “justicia”
tiene que ir encomillada. Las medidas de “justica” pueden variar según las
culturas, y el entendimiento entre el líder y los pobladores ocurre por medio
de discursos complejos sobre la realidad social del pueblo particular.
El populismo, en este sentido, es un ardid de poder. Es
necesario distinguirlo de otras maniobras de supremacía hegemónica, como las
conquistas militares, y las revueltas en las casas principescas o en los imperios.
Estos son cambios que prescinden de toda necesidad de discurso ya que se basan
en el ejercicio simple y llano del poder. Como señala Eduardo Ríos (2025), inclusive
a veces sucede que los conquistadores son bienvenidos, como en el caso de algunos
pueblos indígenas de lo que ahora es México, que fueron conquistados primero por
los aztecas, y vieron la llegada de los colonizadores españoles como una
liberación. Ver al conquistador como un liberador puede tener rasgos populistas,
pero no siempre es así.
Es de notar también que no todas las dictaduras son populistas,
ni todas las manifestaciones populistas son necesariamente dictaduras. Un
populista emplea siempre el apoyo de importantes sectores de la población para
obtener y quedarse en el poder. Las dictaduras en cambio se basan sobre todo en
el empleo represivo de las fuerzas de orden. Ciertamente hay dictaduras populistas
como en Rusia en el tiempo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y
en España bajo Francisco Franco.
En este pequeño ensayo revisaré la naturaleza de la relación
entre un caudillo populista y sus seguidores que siempre se origina en un discurso
de artificiosos controlados.
Señala Ríos que, en general, “una dictadura es una forma no monárquica
y antidemocrática de quedarse en el poder”. Dice que hay fórmulas totalitarias
que no tienen, ni requieren, el apoyo popular, y que incluso, intentan suprimir
todas las manifestaciones de la voluntad entre las bases, como en el caso de la
China actual. Por otro lado, Ríos también advierte que dentro de las
democracias puede haber líderes que emplean estrategias populistas sin convertirse
en gobiernos absolutistas. Da como ejemplo el caso de Theodore Roosevelt en los
Estados Unidos. Indica también que puede haber populistas antidemocráticos que
lleguen al poder por vías democráticas, como en es el caso actual en aquel
país.
Las demandas de cambio populista no surgen siempre de procesos
de autogestión o la voluntad de una pluralidad de votantes. A veces se
manifiestan como golpes de Estado. Pueden originarse con la llamada de un
individuo circundado por un grupo de apoyo, que ofrece satisfacer lo que él
define como las necesidades de su población. Casi siempre son necesidades
tergiversadas o inventadas, como el llamamiento de Donald Trump para “bajar los
precios” cuando su agenda verdadera contemplaba subirlos. Otro ejemplo sería su
señalamiento de los inmigrantes como “enemigos” internos; los acusaba absurdamente
de comer las mascotas de los ciudadanos “verdaderos”.
Es un discurso de separación y violencia social. Estos
llamamientos se asemejan a otros embrollones históricos que han empleado los
prejuicios de sus culturas para lograr el apoyo de sus seguidores. Un populista articularía, no sólo
interpretaciones engañosas de las necesidades de sus pretendidos súbditos, sino
también estrategias agresivas para satisfacerlas.
Eduardo Ríos (2025) observa que el populismo tiene tres
características: una estrategia política, un movimiento político y una forma de
ejercer el poder. Estos componentes pueden ser contradictorios, pero esta incoherencia
al fin carece de sentido real para sus seguidores porque los discursos
populistas tienen por propósito distraer a los seguidores de los verdaderos
propósitos de sus líderes.
Ernesto Laclau era un teórico que indagaba sobre el
populismo. Nos cuenta Martín Retamozo (2017) que su interés fue dirigido al
establecimiento de un socialismo de Estado. Dado el sesgo que existía en la
propuesta comunista de aquellos tiempos, le interesaba explorar la posible
naturaleza de una “dictadura del proletariado” que tendría características
populistas. Para Laclau, este tipo de gobierno tendría que basarse en “el
pueblo”, es decir, la clase trabajadora.
Un aspecto importante de estos movimientos es que promueven hostilidades
entre distintas partes de la población. Este “pueblo”, que se identificaría
según las circunstancias de cada caso, necesariamente tiene que surgir de una
clase o agrupación que se define (o puede definirse) en términos de oposición. Normalmente
se trata de una oposición violenta entre diferentes sectores. Como dice Gil
(2025) “Aunque el populismo cultiva el lenguaje, la retórica que utiliza
privilegia a la fuerza sobre la persuasión.” De hecho, esta retórica a menudo promueve
la violencia entre sus seguidores, y un gobierno populista puede incurrir en
actos de odio hacia sus opositores y cualquier otro grupo que le conviene
señalar como enemigos. Éstos pueden tener las más diversas identidades; pueden
incluir a la clase adinerada, a los creyentes que profesan “otra” religión, a los
ciudadanos de “otra” nacionalidad, a los miembros de “otra” raza, a los
inmigrantes extranjeros. La base fundamental en la construcción del populismo
es la diferencia entre “ellos” y “nosotros”. Los populistas se establecen como
un grupo superior, el cual representa todas las posibles virtudes. Dice
Retamozo (2017):
“La construcción de la
diferencia es consustancial a la producción del antagonismo o de la frontera
antagónica que distingue el campo del “nosotros” del de “ellos”. La teoría del
antagonismo en Laclau ha sido objeto de arduos debates muy significativos para
la teoría del sujeto…”
Se construye esta diferenciación lingüísticamente y por medio
de símbolos. Los grupos de apoyo que se forman alrededor del líder difunden el
mensaje de la discordia, y lo refuerzan con acciones, a veces crueles. Una vez
que el pueblo acepta el mensaje y tolera (o participa en) actos violentos
contra los grupos rechazados, se afianzan sus lazos con el líder. [1]
Es de notarse que los mensajes que promuevan confrontaciones
en la población no pasan de ser simples estrategias. Mientras la población esté
enfrentando a los “enemigos” qué él mismo ha creado, el líder se ocupa en
realzar su propia fortuna y poder de mando.
El populismo tiende a normalizar y mantener estos cuerpos de
creencias y resistir información que los pone en duda. Intenta limitar la
posibilidad del discurso libre y disonante al discurso oficial, porque la
supervivencia política del líder depende del apoyo de un pueblo apaciguado y no
disidente. Es una viejísima estrategia, ya descrita por Platón como una caverna
donde viven unos presos cuya sola realidad consiste de sombras producidas en
las paredes de la cueva donde están obligados a quedarse.
En nuestros días los pretendientes a populistas tienen el
apoyo de los medios de comunicación y el Internet. Dice Gil (2018) que:
“Es necesario rastrear el desarrollo del fenómeno posterior
a la verdad, el cual va desde la negación de la ciencia hasta el surgimiento de
fake news, «noticias falsas», desde nuestros puntos ciegos psicológicos hasta
las patologías de la comunicación, como el enclaustramiento del público en
‘silos de información’. De esta forma, descubrimos que la posverdad es una
afirmación de la supremacía ideológica mediante la cual sus practicantes
intentan obligar a alguien a creer algo, independientemente de la evidencia en
contra.”
REEFERENCIAS
Gil, Wolfgang Lugo (2018, 11 de octubre). Entre
la mentira totalitaria y la posverdad populista. Prodavinci. https://prodavinci.com/entre-la-mentira-totalitaria-y-la-posverdad-populista/
Gil, Wolfgang Lugo (2025, 2 de abril). Comunicación
personal.
Festinger,
L. (1957). A theory of cognitive dissonance. Stanford University Press.
Stanford, CA.
Kiss, Teresa (1 de febrero de 2025). Populismo. Enciclopedia
Concepto. Recuperado el 2 de abril de 2025 de https://concepto.de/populismo/.
Martín Retamozo (May–August 2017). La teoría del
populismo de Ernesto Laclau: una introducción. Estudios Políticos. Volume 41,
Pages
157-184 https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0185161617300185
Riquelme, Rodrigo (2017, 4 de
febrero). ¿Quiénes son los populistas? El Economista. https://www.eleconomista.com.mx/internacionales/Quienes-son-los-populistas-20170204-0012.html
Ríos Ludeña, Eduardo (2025, 2 de abril). Comunicación
personal.
[1] Según
la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger, las personas intentan
mantener una cierta consistencia entre sus actitudes, creencias y
comportamientos. Esto se llama la necesidad de consistencia cognitiva. Por esta
razón rechazan los elementos inconsistentes. Una vez que la persona haya
declarado públicamente una dogma, ideología u opinión, o que haya actuado en su
nombre, tendría la tendencia de defenderla y aun creerla.