K. Cronick
En los tiempos de
la Ilustración en el Siglo XVIII, Voltaire proclamó: “Estoy en total desacuerdo
con lo que Ud. dice, pero lucharía hasta la muerte por tu derecho de
decirlo”. Eran días radicales en que la
libertad era el tema central de los debates sociales, filosóficos y políticos, y
la idea de la libre expresión era el vehículo de base para obtener todos los
demás derechos del hombre. Eran los tiempos del panfleto y el discurso en las
plazas públicas de París.
Ahora, tres siglos después el problema es más complicado
porque los medios de comunicación (periódicos, revistas, televisión, Internet)
tienen dueños corporativos, y relativamente pocas personas tienen la capacidad
para determinar las líneas editoriales de estas empresas.
En el comienzo los medios electrónicos prometían nivelar el
acceso a la opinión pública –claro, todo era necesariamente limitado a quienes
poseían una computadora y una línea de acceso a Internet-. Plataformas como
Twitter permitían que todo el mundo publicara sus ideas y que ellas podrían
tener resonancia. Aun en los primeros tiempos de Twitter antes de los logaritmos,
hubo, sin embargo, algunas dificultades que tienen que ver con la naturaleza
misma de concepto de libertad de expresión.
Según una apreciación radical de la idea cualquier persona puede decir cualquier cosa. Pero ¿hay cosas que no deben
decirse?
En general, el pensamiento que surgió de la Ilustración
rechaza aquellas tradiciones que supriman la libre expresión, como las religiones
que proclaman la existencia de anatemas. Por otro lado algunas constituciones nacionales
garantizan el derecho de expresarse libremente, y hay organizaciones como el ACLU
(American Civil Liberties Union) en los Estados Unidos que defienden la
expresión artística, la transparencia en el financiamiento de los partidos
políticos, la libertad de la prensa, el derecho de los denunciantes (whistleblowers)
y la propiedad intelectual. En su Artículo 11 la Carta de la Unión Europeo declara:
“Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho
incluirá la libertad de tener opiniones y de recibir y difundir información e
ideas sin interferencia de la autoridad pública y sin consideración de
fronteras. Se respetará la libertad y el pluralismo de los medios de
comunicación.”
Sin embargo, todavía
hay sectas religiosas que consideran ciertas ideas y opiniones malditas y
blasfemas, y piensan que deban ser destruidas y sus autores castigados. También
algunas instancias políticas, desde reinos, dictaduras, organismos marciales y
aun repúblicas censuran las ideas y publicaciones que los critican.
El derecho a la libre expresión es la base fundamental de la
democracia. Sin ello los ciudadanos no podrían comparar y juzgar la bondad de
las diferentes ideas en conflicto y desarrollar sus opiniones. Sin ello el
cuerpo electoral tendría que reducirse a la repetición de las consignas que recibe
desde el poder y desde los árbitros de lo permitido.
Pero repito la pregunta: ¿Hay expresiones que deben ser
prohibidas?
Voy a pensar en algunas instancias evidentes: no se debe
permitir las calumnias y falsas acusaciones que puedan hacer daño a otras personas.
Amenazas verbales que puedan provocar lesiones y agresiones a individuos o
grupos también deben restringirse, como cuando un ciudadano indignado gruña: “Alguien debería matar a este traidor”. Gritar “¡Fuego!” cuando es mentira en un auditorio
lleno de personas tampoco debe permitirse. Hoy en día es muy cuestionado hacer
declaraciones xenofóbicos, homofóbicos y raciales porque pueden causar daños
irreparables a las víctimas. En estos casos se la atribuye a la palabra los atributos
de un arma letal.
Pero hay áreas no tan claras. La definición de pornografía
es un ejemplo. ¿Qué marca el límite
entre una película erótica y otra pornográfica? Igualmente, de manera
voluntaria los medios de comunicación generalmente se inhiben de usar palabras vulgares
y groserías. También los cortes y los gobiernos pueden restringir el acceso que
tiene el público a datos oficiales y transcriptos de juicios, y este poder ha
sido cuestionado.
Hay otras áreas que son aún más inciertos, por ejemplo, la
tergiversación de estadísticas, resultados científicos o informes estatales,
sobre todo cuando el motivo sea influir en políticas de salud, bienestar y
seguridad. Por ejemplo, la campaña contra el uso de vacunas durante la epidemia
de las variantes del SARS-CoV-2 posiblemente ha aumentado la tasa de mortalidad
respecto a esta epidemia. ¿Qué responsabilidad tiene alguien que dice que se
puede curar el Covid bebiendo cloro -cuando hay gente que muere siguiendo su consejo-?
Este tema ahora ha sido reforzada porque hay plataformas de Internet que prometan “libertad de expresión” pero ocultan sus agendas
políticas propias. Y la compra-venta de estos plataformas entre las personas más pudientes de la tierra -y por ende las muy poderosas- motiva suspicacias sobre el alcance real del derecho a la libre expresión.