Fuente de la imagen de la estampida
Múltiples voces nos han prevenido: ellas nos van advirtiendo que la tecnología iba a tener su propia vida (como la de Hannah Arendt, o casi cualquier película de ciencia ficción). La tecnología se nos asoma ya con notable autosuficiencia, casi como aparece en pesadillas y en el cine.
Es tiempo de repensar nuestra relación con el know-how y los objetos que promueve. En primer lugar produce bienes de consumo que usamos con la misma despreocupación que demuestran los actores sonrientes en las propagandas comerciales: Mr. Músculo llegará a resolverlo todo. En segundo lugar está la maquinaria de producción energética, de agricultura, y de la industria que supuestamente nos sirve, pero que en realidad tiene notable independencia de nuestras necesidades y deseos. Finalmente pienso en la maquinaria de guerra, con sus drones y otros mecanismos de matar con más eficiencia y de manera siempre más anónima.
No quiero que me entiendan mal. No soy Amish, y no llego a mi trabajo a lomo de burro. Uso medicamentos producidos por grandes compañías farmacéuticas y poseo los necesarios electrodomésticos y una computadora.
Pero me preocupa un porvenir dictado por semejante poder económico.
Pertenezco a una generación que crecía sin la necesidad de estar siempre en contacto electrónico con los demás. Podríamos estar sin un televisor o una radio por horas enteras. Mirando la gente en mi alrededor ahora, tengo la impresión que la falta de estos aparatos le induce pánico: no pueden estar en un restaurante sin un televisor encendido y si salen de la casa sin el celular, sufran de síntomas de abstinencia.
Pero el problema es más grande. Los productores de la tecnología nos prometen que nos cuidarán siempre. Cuando algo que producen resulta dañino, prometen inventar otra cosa que arreglará todo, como British Petroleum que no tiene la más mínima idea de cómo componer el derrame petrolero en el Caribe, pero nos asegura que pronto todo se resolverá.
Fuente de la foto de una
isla flotante de basura
en el Pacífico.
En los viejos días del conuco, casi todo era biodegradable. Las envolturas eran cáscaras de fruta y maíz, y nadie rocía la comida con insecticidas. Lo que se dejaba caer al piso era comida sana para un pollo o un cochino que andaba libremente al lado de las casas. Y si no, las hormigas y los pájaros silvestres se encargaban de las últimas limpiezas. Hoy envolvemos todo en plástico y seguimos arrojando la basura al ambiente que, a su vez, la envía al mar donde las corrientes marinas la coleccionan en grandes islas flotantes de desperdicias.
                                                             Fuente de la foto de basura en el
                                                                                Mt. Everest.
Inclusive la cima del Monte Everest y el espacio extra-terrestre donde rondan los satélites artificiales están llenos de basura hoy en día.
Pero esto no es la parte peor. No sabemos reaccionar ni a estas islas de amenaza, ni a los derrames de petróleo en el Caribe y la Delta de Níger, ni al monstro del complejo militar-industrial. Hemos "avanzado" hacia un abismo que siempre estuvo allí, pero como búfalos en estampida, corrimos sin pensar, sin planificar, sin siquiera preguntar.
¿British Petroleum sabe como parar el derrame en el Caribe? ¿Unión Carbide (ahora propiedad de Dow Chemical) sabe como limpiar el desastre en Bhopal? ¿Sabemos como recolectar todas las sustancias químicas y radioactivas que se desparraman en las guerras? ¿Sabemos qué hacer con los residuos radioactivas de la industria de energía nuclear?
Tenemos fe que la ciencia y la tecnología proveerá....