Esto es un parafraseo
de algo que oí decir por allí:
“Cuando miro a lo que temo, quiero pelear. Quiero acabar
con [todo]. Quiero preparar para los
tiempos de hambre que vienen… Siento miedo, rabia, desespero, pero al final me quedo
sólo con una sensación de desamparo….”
Otro dijo algo así:
“Me despierto en la noche con tanta rabia. Quiero hacer
daño a quienes son responsables pero después tengo vergüenza… esto no soy yo.
Pero el disgusto sigue. Hago planes para vengarme aunque sé que no haré nada.
Me siento atrapado.”
En situaciones de
incertidumbre sentimos depresión, somatización, ansiedad y miedo del crimen en
la calle, y evitamos contacto con los demás e inclusive a veces buscamos
escusas para no alejarnos de la casa. Se trata de círculos sin salida de rabia,
tristeza e impotencia y luego más rabia.
Por regla general
esta hostilidad no se va a expresar en acción, y con frecuencia nos enfermamos
con las emociones no manifestadas. Pero ocurre también a veces que nos quedamos
susceptibles: peleamos por razones insignificantes con familiares, conocidos y
desconocidos, y ha habido casos inclusive de grupos que salen de control y
golpean a supuestos maleantes que ven en los espacios públicos.
¿Qué hacer? Primero es
necesario reconocer estos sentimientos y ubicarlos: en tiempos de incertidumbre
son emociones muy frecuentes: ocurren cuando nuestro preciosa rabia no está al servicio de mejorar la vida, sino de desorganizarla. En este malestar no estamos ni solos ni somos casos
únicos, ya que muchas personas sufren de igual manera. Hay que darnos cuenta
además que concentrar la atención en estas rabias ciegas no nos va a aliviar,
sólo va a aumentar nuestro malestar. No nos ayudarán ni intentar suprimirlas ni
dejarlas escapar de manera explosiva.
La solución es
hablar. Es importante transferir estas emociones a palabras y a una relación
interpersonal de diálogo. A veces es suficiente charlar con un amigo sensato.
Escribir estas emociones a personas que comprenderán también puede servir.
La terapia profesional
tiene muchas ventajas: normalmente se puede aliviar la rabia con unas pocas
sesiones. Algunos casos, sin embargo, pueden tratarse de trastornos que
requieren atención especial o medicamentos, y un profesional puede identificar
estas situaciones. Los problemas más serios pueden tener consecuencias
indeseables como la depresión o un importante desorden de ansiedad: son
condiciones dolorosas e innecesarias si recibimos ayuda a tiempo.
La meta última es transformar
la rabia en control y acciones útiles: al identificar las fuentes de amenaza en
nuestras vidas podemos hacer algo concreto para reducirla. Sobre todo tenemos
que recuperar la dirección de nuestras vidas, reducir la incertidumbre y llegar
a poder decidir nuestras acciones de manera razonada. Por ejemplo, si lo que nos
preocupa es la vulnerabilidad frente al hampa, podemos usar técnicas defensivas
de supervivencia en la calle como ir siempre por las aceras donde haya más transeúntes
y tiendas abiertas y evitar el uso del celular en público. Si la sensación de
indefensión viene de miedos económicos, podemos buscar estrategias para hacer
compras más racionales y evitar las largas colas o inclusive buscar un nuevo
trabajo. Podemos tomar parte en acciones en conjunto con otros ciudadanos para
trabajar en la resolución de los problemas: una excelente opción es participar
en la junta del condominio donde vivimos. Algunas acciones son evasivas: es
importante alejarnos de mensajes nocivos o angustiantes en los medios de
comunicación y buscar amigos con actitudes positivas.
Esto no significa
ignorar los problemas reales; más bien es aprender a encararlos eficazmente. Hay
ciertas actividades que por su propia naturaleza se oponen a la cólera porque desvían
el afecto fuera de uno mismo y proporcionan una sensación de logro y control:
tocar un instrumento musical o cantar en un coro, jugar un deporte o hacer
ejercicio físico (sobre todo si es compartido en un equipo) y formar parte de
un grupo teatral son excelentes y sanas actividades. También son aconsejables trabajar
a favor de una causa como la protección de los animales, los niños con discapacidades
o el embellecimiento ambiental.
En fin: la rabia es
una de las emociones necesarias pero en exceso conduce a la tristeza. Darnos
cuenta del problema es el primer paso; hablar –sobre todo con un terapeuta- es
el segundo, y finalmente involucrarnos con la vida positiva es la tercera.
*Esto forma parte de mi colaboración con la RAP, o Red de Apoyo Psicológico de la UCV.