viernes, 6 de junio de 2014

D-Day y los fuentes occidentales y orientales


Mientras desayunaba hoy estaba viendo en CNN la conmemoración del desembarque de las tropas británicas, estadounidenses y algunos franceses en la costa de Normandía hace 70 años. 

Allí en la ceremonia estaba todo el mundo incluyendo Vladimir Putin, y me puse a pensar que tendemos a olvidar que hubo dos frentes en aquella confrontación con el Fascismo en los años 40, el oriental donde Rusia batallaba solo, y el occidental en que pelearon el Reino Unido, los Estados Unidos y algunos aliados más.  Los cercos alemanes de Stalingrado (la actual Volgogrado) y Sebastopol, y las batallas de Moscú y Leningrado (la actual San Petersburgo) costaron millones de vidas, tanto por la política alemana de dejar morir los habitantes de estas ciudades de inanición como por las terribles ofensivas bélicas.

No es que deseo minimizar la enorme hazaña que era el desembarque en Normandía. Era muy niña en aquellos días, pero me acuerdo de la angustia y la jubilación de mis mayores en el medio oeste estadounidense. Era y es para mi un momento histórico de gran peso emocional. 

Es que con frecuencia olvidamos los sacrificios de la antigua Unión Soviética en la lucha contra el Fascismo. Por otro lado, además de la importancia estratégica de hoy en día del puerto de Sebastopol sobre el Mar Negro, la zona tiene una gran importancia afectiva para los Rusos todavía debido a la cantidad de sangre que han dejado allí. Todo esto pasó no hace mucho: está muy vivo entre quienes pueden recordarlo y entre sus descendientes, muchos de los cuales viven hasta ahora con las consecuencias.

El resto es silencio: reflexiones sobre la venganza


Deseo reflexionar de nuevo sobre la idea de venganza, que es muy diferente a la justicia. De hecho, los dos actos a veces se confunden, pero la diferencia es que el primero es siempre brutal: el segundo no busca aumentar el dolor sino prevenirlo y darle una oportunidad al culpable rectificar y reparar los daños hechos, siempre dentro de los límites de lo posible.

Mi nieto, Eduardo Ríos, estuvo presente en un intento de linchamiento de un supuesto ladrón en Los Palos Grandes: aquí traduzco parte de un párrafo de su relato (que publicaré en forma completa en otro momento).

“El grupo más cercano al hombre continuaba golpeándolo. De repente llegó otra persona con un palo y comenzó a pegarle sobre sus antebrazos, que levantaba para defenderse. Un poco por protestar, grité: ‘¡pero no le maten!” Un joven de unos veinte años me respondió: ‘pero no podemos tolerar que él robe impunemente.’…. un hombre parado un poco más lejos, que había salido a caminar con su perro, gritó ‘¡hay que lincharlo!”

En parte debido a la intervención de mi nieto, y de unas personas más, no mataron al hombre, pero el ánimo para hacerlo estaba presente entre los agresores.

En otro relato que no puedo citar hasta recibir permiso, se cuenta como en Guatemala, en 1999, unas tres mil personas atestiguaron la ejecución de cuatro hombres acusados de robar a un comerciante local. La muchedumbre los mató a piedrazos y botaron los cuerpos en un río cercano.

¿Qué ocurre a gente “normal”, gente que es pacífica en su vida corriente, gente que sólo sale a pasear su perro, gente que de repente se convierte en asesina? Digo “de repente” porque es un cambio imprevisto, impensado y pasional; es algo que brota, probablemente de rabias largamente toleradas que han ido envenenando a estas personas y les han convertido en una fuerza peligrosa, irracional y trágica.

De nuevo pienso en Hamlet.  “El resto es silencio”, son las últimas palabras del protagonista de la obra shakesperiano al morir después de cumplir con el deseo de venganza que el finado rey, su padre le ha transmitido. Hamlet, no actúa impulsivamente como hicieron los amotinados de las narraciones anteriores; después de mucha cavilación y duda, sí, venga la muerte de su padre, pero casi por equivocación porque el usurpador y regicida, el rey Claudius, es quien orquestra –de manera muy torpe por cierto- casi toda la violencia en la obra.


Hamlet muere impartiendo su venganza; en cambio quienes participaron en las turbas de ciudadanos iracundos que describí arriba viven para recordar sus actos. ¿Qué piensan? ¿Los justifican? ¿O después de reflexionar consideran que mejor hubiera sido buscar justicia?


 
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