Ayer hice mi segunda cola. Fui reclutada por un grupo de vecinas porque tengo carro y me prometieron que el Mercal de nuestro caserío vende café.
Conozco mi vecindario, pero a veces, como ayer, me maravilla: el Mercal queda al final de nuestra camino principal (que es una calle ciega), donde sale otra vía vecinal en que acaso cabe un carro pero que habitualmente acomoda precariamente el paso de dos camiones a la vez, algo así como la ruta de seda tibetana con un abismo lodoso por un lado y una subida empiñada por el otro.
Antes de salir había vaciado la maleta del carro e íbamos con todos los asientos ocupados. Llegamos a las 5:30 a.m. y no éramos los primeros, pero como he vivido aquí por más de treinta años, conozco a muchos. Ya estaban la Sra. Carlota, el Sr. Ramón y su hija, y otros que saludo y sé de sus variadas historias, pero no recuerdo sus nombres. Hacía mucho frío y regresé al carro para una bufanda que dejo allí para emergencias.
Mientras esperábamos tomábamos turnos sentándonos en un ladrillo ancho, y cada uno después de su momento sentado, me lo ofrecía a mí o a la Sra. Carlota que somos las más añosas. Chismeamos y tengo que decir que no me sentí frustrada sino inclusive estaba gratamente entretenida. Era un encuentro vecinal nada desagradable, y no pudimos quejarnos de la política porque algunos somos de la Oposición y otros son Chavistas. Hablamos de los hijos, de la escuelita local, de los miembros de las familias extendidas, de enfermedades, de medicinas naturales, de curaciones y de algunos fallecimientos. Es decir, hablamos de la vida.
La cola iba creciendo detrás de nosotros y claramente no iba a haber productos suficientes para todos. Mi di cuenta de algo importante, más allá de ideologías:
Todos son personas que viven en una situación permanente de escasez (menos yo, pero yo también: soy profesora universitaria). Aquel Mercal funciona en la casa de una vecina –una mujer de nosotros mismos porque la conocemos desde siempre-, es una necesidad primordial. Yo buscaba nada más una bolsa de café, pero casi todos los demás requerían de todo; salían llevando pesadas bolsas a sus casas las cuales en algunos casos quedan a un par de kilómetros de distancia. Llené mi cupo de carne, pollo y otras cosas para dárselos a la mujer que vive al lado mío, para que tuviera más que su límite para alimentar a su marido y sus dos hijos. En todo caso yo no consumo carne.
Quiero decir al final: es verdad que el gobierno que tenemos nos metió -irresponsablemente- en estos problemas de carencia e inflación. Pero en las condiciones actuales, sin el Mercal, habría gente muriendo realmente de hambre.