artista: Judy Chang
Anoche vi otra vez la “Sociedad de los poetas muertos” (Dead Poets Society) con Robin Williams. Y de nuevo tuve las mismas sensaciones que experimenté la primera vez.
La primera provino de un consejo que dan a todos los nuevos profesionales de la psicología: no abres procesos que no puedes cerrar. Esta máxima es violada de manera flagrante por el protagonista, John Keating, un profesor en Welton que es una academia prestigiosa y sumamente conservadora. El lema de la institución es: “tradición, honor, disciplina y grandeza”, pero el profesor inculca otros valores a sus alumnos que rebasan los de la escuela e incluye una vaga aspiración para alcanzar una libertad no bien definida, encarnada en la frase en latín, “carpe diem” la bien conocida cita al poeta romano Horacio, que los estudiantes interpretan como desafío y arrojo personal.
Sin embargo, Keating descuida en no enseñarles algo importante: la capacidad de defender sus nuevos logros. Esto se aprecia en la última parte de la película que para mi es la más interesante y que podría haber sido el tema real del film. Se vuelve tragedia para todos los involucrados: especialmente para Niel, un muchacho que descubre una gran afición para el teatro, pero no puede sostener su nueva vocación frente a las exigencias de un padre rígido y austero que tiene sus propios planes para su hijo, y el joven termina suicidándose. Su desesperación no está suficientemente elaborada, pero se entiende que Niel no se había terminado de transformarse y afianzarse como hombre, algo que un adulto aprende a realizar aún en un mundo imperfecto. Esta fue la clase que el Profesor Keating omitió impartir a sus alumnos.
Y allí está el meollo de mi malestar. La libertad concebida como rebelión es demasiado estrecha. Ella tiene que ser disciplinada y tiene que desarrollarse en un ambiente de posibilidades viables.
Hace muchos años una compañera en la universidad, y querida amiga, Judy, tenía un conflicto casi igual: quería ser artista plástica mientras su padre ambicionaba la carrera de medicina para ella. Esto le causó mucho dolor en sus años de pregrado, me acuerdo de noches de verdadera impotencia y abatimiento junto con ella en la residencia donde vivíamos. Pero con el tiempo logró negociar con su progenitor un acuerdo: ella haría un postgrado en arquitectura que él consideraba al fin una disciplina “seria” que requiere la matemática, la construcción de cosas útiles y la posibilidad de buenas ganancias económicas, en contraste con las labores de un escultor, pintor o dibujante que sólo se divierta irresponsablemente y a la postre muere de hambre. Y para Judy la arquitectura es después de todo una disciplina artística. Mi amiga ganó su vida por cuarenta años como arquitecta, pero iba lentamente convirtiéndose en fotógrafa y dibujante. Viajó por todo el mundo y sus imágenes ganaron premios. Tengo dos de las fotos que tomó en Mongolia, una hermosa imagen de una cocina de donde salen humos coloridos y otra de dos mujeres de la misma cultura, descansando y conversando apaciblemente en la puerta de la casa de una de ellas.
En la “Sociedad de poetas muertos, aún después de la muerte de Niel, los padres de él no entienden la causa de la tragedia y buscan un culpable en la escuela. Como resultado las autoridades obligan a los alumnos a firmar una denuncia contra Keating y todos los muchachos lo hacen. Me acordó de otra película, “La lengua de la mariposa”, donde jóvenes se doblegan bajo la presión de los fascistas españoles en el tiempo de la Guerra Civil, y acusan a un profesor que también les había asomado la posibilidad de pensar por sí mismos. El sometimiento de los estudiantes en “La Sociedad…” es similar, y las justificaciones que da uno de ellos por su acatamiento es un claro discurso totalitario.
Al final, los muchachos fabrican un vacío gesto de disculpas, montándose en plena clase sobre sus pupitres y proclamando una línea de la oda del poeta Walt Whitman a Abraham Lincoln: “Oh Capitán, mi Capitán…” (Oh Captian, my Captian). No puede haber una justificación más frívola, después de una traición juvenil que debe haber sido el tema verdadero de la película, en vez de la exaltación a la libertad anodina encarnada en “carpe diem”.
Lo que el poeta Horacio recomienda es algo así como: Vive el momento. No confíe en el futuro que no lo se lo puede conocer. Mejor toma su vino y aspira sólo a un porvenir rayano y breve.
Es un consejo peligroso para mozos entrando en la vida.
Referencia:
Las fotos de Judy: http://www.red-sparrow.com/