Karen Cronick
Todas las sociedades tienen conjuntos estructurados de ideas
que se emplean para interpretar a su mundo y su cultura. Ellos contienen la “visión
del mundo” (world view) de la sociedad o el país. El problema es que con
frecuencia los tiranos manipulan estas ideas y creencias para afianzar su
propio poder; las desarrollan o adaptan para lograr la obediencia de sus
seguidores. Estas ideas pueden tener contenidos religiosos, políticos o
económicos, el efecto es el mismo. A veces ocurre incluso, que los líderes no
emplean realmente las ideas que enseñan, como cuando un dictador habla de
igualdad social, pero en la práctica empobrece a su población. Basta que haya suficiente
gente que le crea.
Al examinar la relación entre el poder y las creencias es
necesario reflexionar primero sobre cómo formamos las creencias. ¿Qué sabemos? ¿Qué
razones tenemos para explicar nuestras experiencias y observaciones sobre el
mundo? ¿Con que fuerza emocional las aceptamos y las defendemos? ¿Qué haría
falta para que en algún momento modifiquemos o sustituyamos estas
explicaciones? ¿Qué diferencia hay entre creencias y conocimientos? En
respuesta, la humanidad ha elaborado sistemas de pensamiento con nombres como creencias,
dogmas, opiniones, teorías e ideologías.
Muchos de estos cuerpos de pensamiento consisten de ideas memorizadas acerca del mundo, e indicaciones sobre cómo deberíamos actuar. Son esquemas cognitivos, es decir, reglas para entender las relaciones entre los conceptos y las vivencias. Se puede mencionar algunas:
a) creencias que tenemos sobre nuestra propia identidad y la
de los demás; ellas incluyen ideas sobre el mundo social al cual pertenecemos,
por ejemplo, la naturaleza de nuestros gobiernos, las economías y la memoria
cultural. A veces lo que aprendemos
sobre “nuestro" mundo social surge de la misma identidad del “yo”, con una inversión
afectiva tan grande que afecta nuestra capacidad para la supervivencia
emocional y física.
b) teorías sobre el mundo físico y cómo funciona: algunas son aprendidas en la infancia y tienen que ver con nuestra seguridad: por ejemplo, aprendemos que las arañas y las culebras son peligrosas, que hay ciertos remedios que nos pueden curar cuando nos enfermamos y hace falta mirar a ambos lados cuando cruzamos la calle. Algunas explicaciones, sin embargo, resultan de la indagación científica, y no son “creencias” tradicionales: ellas arrancan siempre de la duda, del rechazo de la hipótesis nula, y no se forman sobre la necesidad existencial de aceptar certezas que vienen intactas de la cultura o de la identidad del yo. Ocurre también que algunas creencias sobre el mundo físico se desarrollan en rechazo a otras, por resistencia emocional en defensa a la identidad grupal. Por ejemplo, algunos miembros de sectas religiosas (fundamentalistas) consienten ideas que chocan con lo que hoy en día son teorías basadas en evidencias convincentes, como su rechazo a la naturaleza esférica de los planetas o la eficacia de las vacunas. En parte este rechazo proviene del apego emocional a explicaciones bíblicas. Este rechazo puede generalizarse a todo lo que consideran proposiciones “científicas”.
c) creencias morales o normativas que indican lo que está
bien y lo que está mal; éstas, a su vez pueden tener vínculos religiosos y
seculares.
La iglesia cristiana del tiempo medieval.
Las creencias no son neutrales, es decir, no son simples explicaciones. El poder político siempre ha empleado nuestras creencias para manipularnos y controlarnos. Una de estas manipulaciones, tal vez la más frecuente, viene de cómo empleamos nuestra elaboración del sí mismo para valorar a nuestro propio grupo, distinguiéndolo de los demás, es decir, de los “otros”. Una manera de emplear esta elaboración es fomentar el rechazo del otro, etiquetándolo como “extraño”, como enemigo, como inmigrante, como portador de anatemas.
Desde épocas atrás los poderosos han sabido emplear la
intolerancia. La religión y las ideologías tienen algo en común: explican el
mundo para las personas que las aceptan. Demuestran qué es bueno y qué es malo,
y definen la justicia. Por esta razón conviene a los autoritarios poder contar
con un solo dogma explicativo en su territorio.
En el Imperio Romano se sabía de las ventajas políticas de
un solo culto y las nuevas religiones eran combatidas con saña. Cuando en el
año 380 d.C. el emperador romano Teodosio I declaró, en el Edicto de
Tesalónica, que el cristianismo niceno era la religión oficial del Imperio, no
dio comienzo a la moralidad ciudadana y cristiana de amor; más bien inició una
nueva era de control con un nuevo culto.
El absolutismo siempre ha preferido cultos únicos que
definen el bien y el mal. Es necesario que estas definiciones incluyan algunos valores
universales, como “no matarás” y “no robarás” (por lo menos entre los propios
compatriotas), pero también tienen que definir cuáles son los dioses
“verdaderos” del reino o de la patria. Es común que las religiones declaren que
han sido los mismos dioses que escogieron a los reyes y conquistadores por
medio de sus oráculos o sacerdotes. Por esta razón Alejandro Magno tuvo que ir
al oasis de Siwa donde estaba el santuario oráculo de Amón, para oír que era
hijo de Dios.
En tiempos medievales se imaginaba a la corte celestial cristiana
como una corte terrenal, con Dios en su trono y su cortejo a los dos lados. Se
puede apreciar esto en la pintura de la “Coronación de la Virgen” del pintor
Fra Angélico: en el primer plano se encuentra la figura de Cristo quien ubica
una corona sobre la cabeza de su madre María. A la derecha y la izquierda se
encuentran santos y santas, y en las últimas filas hay ángeles tocando
instrumentos musicales. Todo el mundo está organizado jerárquicamente según su
importancia en el Reino de Dios. Es una organización muy similar a la que se ve
en las coronaciones de los reyes terrenales. Un fresco de la coronación de Eduardo
el Confesor (c. 1003 - 5 de enero de 1066) de Inglaterra (entre 1042 y 1066)
tiene la misma organización, con el rey en el centro y sus acólitas en cada
lado.
Por esta razón la aparición de nuevos cultos es percibida
como una amenaza. El poder religioso y terrenal se perciben como extensiones de
un mismo fenómeno.
El nacimiento de ideologías
Las aspiraciones que la Ilustración dio para una vida más
racional y humanista chocaron con las realidades impuestas por una economía en
rápida expansión. La historia viene con muchos hilos paralelos, algunos son
aspectos culturales que promueven la felicidad y el bienestar humano y otros los
inhiben. Los ideales de la Ilustración, y sus reflexiones sobre la posibilidad
de la libertad y la felicidad, chocaron con una cultura antigua en la que el
bienestar era definido por el de los monarcas y sus nobles.
Después de la Ilustración la iglesia de Roma perdió mucha de
su capacidad para decidir sobre la vida de los demás. Pero llegaron otros
credos, algunos religiosos y otros laicos, que tenían nuevas apreciaciones
sobre el bien y el mal.
La palabra “ideología” fue inventada por el aristócrata y
filósofo Antoine Destutt de Tracy (1754-1836), quien la utilizó para referir a ideas,
o teorías sociales. El significado actual de la palabra tiene que ver con oposiciones
políticas, y normalmente se refiere a la diferencia entre las economías de la
derecha y la izquierda.
Desde los tiempos de la Revolución Francesa hablamos de la
Derecha y la Izquierda, en referencia a las agrupaciones de los delegados
sentados a los dos lados del orador en la Asamblea Nacional Revolucionaria. La
ubicación física de los delegados en la sala de debate llegó a asociarse con
los valores que apoyaban. Los delegados en el lado derecho favorecían a la
tradición, la identidad nacional, el orden legal y jerárquico, el militarismo,
la seguridad, y a veces la adhesión religiosa. En cambio, los valores de los apoderados
del lado izquierdo respaldaban ideas como los derechos universales del hombre,
a la Igualdad social, el pluralismo, el Estado laico, y en general, ideas sobre
la justicia social.
Después, en el Siglo XIX nacieron ideas sobre el socialismo
que se asociaba con estos valores de la Izquierda. Era una corriente de
pensamiento económico y político, que comenzó a expresarse en varios partidos
políticos. Es decir, se trata de un conjunto de modelos que se presentaron como
una alternativa al capitalismo y a la acumulación de riqueza sobre la
explotación del obrero. El objetivo final para estos partidos era una sociedad
sin clases sociales.
Entre las variantes del socialismo, se pueden distinguir dos
extremos. Por un lado, estaban los comunistas que proponen la abolición de la
propiedad privada y la supuesta “dictadura del proletariado”, es decir, modelos
autoritarios basados en el caudillaje de un partido político único. Al otro
extremo, se encontraban quienes proponían distintas formas de intervención
estatal y políticas de bienestar social.
El poder y las ideologías
La idea de una “dictadura del proletariado” refería
originalmente a un cambio en que los trabajadores, y en general, las clases
sociales más bajas -que proporcionalmente contiene la mayoría de la población-
obtendrían todo el control político y económico. Remplazarían a los nobles, los
reyes y los dueños de las grandes fortunas. Serían ellos que, colectivamente,
tomarían las decisiones. Pero en la práctica, en los partidos comunistas los
supuestos representantes del proletariado se convertían en árbitros únicos de
la voluntad colectiva. En la Unión Soviética -que era el primer país
“comunista”- se creó un sistema de control, no muy distinto a los imperios
antiguos y medievales donde el rey o el conquistador decidía todo. La única
diferencia era que, en vez de una religión única, empleaban una ideología
única. Y al final, según esta práctica, algunas ideologías y religiones se
asemejan bastante.
Pero las similitudes no terminan allí. Desde el lado derecho
se empleaban estrategias similares. Con el tiempo su ideología proponía modelos
militaristas y racistas. Esto se veía claramente en Alemania en las décadas 30
y 40 del Siglo XX, cuando los líderes nazis promovían entre sus seguidores la
creencia de que habían descendido de los arios, un legajo genético superior a
los demás. Promovían el control económico por parte de su propio partido y de ciertos
empresarios. Todo este manejo de creencias tenía por propósito someter la
población a la voluntad de su cúpula dictatorial.
Al final, todas las dictaduras terminan asemejándose a pesar
de aparentes discrepancias ideológicas. Muchos gobiernos eran expansionistas
como Alemania (de la derecha) y la Unión Soviética (de la izquierda).
Todavía ambas posturas intentan lograr el control sobre las economías, y también sobre la educación y la ciencia. Son los árbitros únicos de la ley. Practican abusos y encarcelamientos arbitrarios sin límites legales.
Pero sus ideologías comienzan a quedarse como superfluos: un ejemplo es La República
Popular China que ha transitado sin costuras desde el comunismo radical hacia
una economía de mercado controlada por el Estado. Su bandera es comunista. Su
política es capitalista. En todas las dictaduras se terminan ignorando las
necesidades de sus ciudadanos. Los herejes son aquellos que no obedecen los
líderes del momento.