La democracia ha aparecido en múltiples lugares y tiempos
históricos: Grecia en el Siglo V, aC, la República Romana, algunos experimentos
medievales y ciertas tribus indígenas de las Américas.
En todas las democracias modernas su desarrollo significó un avance sangriento. Charles I de Inglaterra
y Luis XVI de Francia –junto con muchos ciudadanos comunes- perdieron sus
vidas, y en los Estados Unidos hubo una guerra de independencia larga y costosa.
Pero su expresión moderna tiene una corta historia: tal vez llegó a ser completo
al final del Siglo XIX cuando se acepto el voto secreto en los Estados Unidos e Inglaterra, aunque este adelanto
no alcanzara universalidad para todos
los ciudadanos –incluyendo las mujeres y los indígnenos estadounidenses- sino
después de la Primera Guerra Mundial. Llegó
a Finlandia en el comienzo del Siglo XX.
Después de la Guerra Mundial de 1914-1918 la democracia se
extendió brevemente a Alemania (con la Constitución de Weimar) y Rusia (con Alexander
Kerensky). Sólo fue con la restauración en Europa después de la Segunda
Guerra Mundial y con las guerras anti-coloniales que alguna forma de sufragio e institucionalidad llegó a ciertos países liberados. Rusia y el Medio Oriente todavía luchan para establecerla.
No ha sido una “conquista” ni siquiera en los países donde
ha existido más tiempo. Siempre hay fuerzas que la debilitan, como cuando en reacción
al “terrorismo” suspendan el habeas corpus –el derecho básico que tiene un reo de impugnar ante
un tribunal su detención-, y los pueblos se habitúan a múltiples sistemas electrónicos de vigilancia e
impedimentos a la migración internacional.
Dos de los retos más grandes provienen de: a) movimientos “de base”
de la ultra Derecha e Izquierda que se vuelven populares debido a la
inseguridad económica y b) el creciente dominio de grandes corporaciones
internacionales (la globalización) que aumenta la desigualdad económica. Estas
dos influencias trabajan casi en conjunto, aunque basadas en motivaciones
distintas, para delimitar los derechos humanos y civiles. Vimos efectos similares en
los años 30 del Siglo XX en Alemania, España, Italia y Japón. Ahora lo vemos de
nuevo en muchos escenarios.
Cerca a casa hay países latinoamericanas donde los los derechos humanos, y por ende la democracia plena, casi no existen: Colombia, Guatemala, Honduras, México y Venezuela.
El problema es que para el ciudadano “a pie” existen pocos
momentos en que estos retos se presentan de manera claramente definida. Por esta razón la reacción para mantener y reestablecer los derechos perdidos es siempre débil y lenta.