Hay que luchar para que el odio no nos infecte. Es una sombra malvada que recorre el mundo apagando las luces de la civilización; lo hemos visto antes en la historia: dicha oscuridad no se originó en una religión o una etnia particular, pero para algunas personas lleva el nombre de una persuasión específica.
También hemos visto antes como se señalan a grupos enteros como culpables por los actos de unos cuantos. A pesar de esta xenofobia, en realidad los armas letales no tienen origen étnico, ni religioso, ni nacional: se disparan libremente en todo el mundo.
La muerte de “John el yihadista” es un asesinato que ocurre allende de cualquier sistema jurídico. Las muertes de víctimas del mismo “John” (James Foley, Steven Sotloff, David Haines, Allan Henning, Abdul Rahman Kassig y los demás) también son extrajudiciales: son todas muertes motivadas por el odio y esto es lo que debe estar preocupándonos. Las de París fueron la consecuencia de la total irracionalidad, insensatez y aberración. Francia resiste al odio por ahora pero la hiel siempre cobra la humanidad de sus víctimas por trozos.
En Venezuela la muerte de “El Picure” es, igualmente, extrajudicial, en un país que de manera formal rechaza la pena de muerte reglamentada judicialmente. Es urgente buscar como neutralizar aquella hiel antes de que nos corroiga desde adentro a nosotros también.
No se puede aceptar al terror como una estrategia que nos viene a dominar; hay que hacerle frente. Pero la lucha mayor es contra la inquina y el horror. Por esta razón tenemos que vernos todos como seres humanos, los de todos los partidos políticos, los cristianos, los judíos, los musulmanes, los budistas y de origen nacional.
Esto no significa que aceptemos también a la impunidad. Quienes han cometido actos ilegales -y contra la humanidad- tienen que responder por sus crímenes, pero no en la calle a puñetazos y balazos, sino en cortes debidamente constituidas por jueces calificados bajo un sistema constitucional que las ampare. Es cierto que hay que aislar a quienes han elegido odiar y obrar en consecuencia. Hay que llevarles a la justicia, pero no la justicia de vengador, sino la de la ley y el derecho.