diario El
Nacional publicó un artículo
ayer de Fernando Mires en donde él reflexionó sobre el llanto de los vivos frente
a sus ídolos muertos. No quiero entrar
en el significado que le da a esto –el lector puede acceder a ello por medio
del enlace- pero, sí, quisiera pensar en lo que significan las lágrimas de un
pueblo por un individuo perdido.
Está claro
que tenemos que llorar la entrega del amor a la muerte: es una parte esencial
de la condición humana, y es necesario para que la vida continúa: sin la
despedida no hay renovación. Pero me preocupa que en la política la pérdida de
un líder, es decir, un solo ser humano sea visto como una catástrofe.
No fui
partidario del Presidente Chávez, pero comparto ciertas preocupaciones con
sus seguidores. Él abrió el tema de la pobreza como una inquietud legítima
del Estado e instituyó programas (misiones) para atender las varias facetas de
la redistribución de los recursos del Estado. Personalmente creo que su
contribución fue identificar estas facetas más que realmente encausar
soluciones viables para su transformación: por ejemplo, la Misión Vivienda no
podrá jamás resolver las necesidades habitacionales de Venezuela en su
planteamiento actual. Lo que hace es construir casas individuales con un cuentagotas,
cuando las necesidades pueden medirse en los millones. Para un programa verdadera habría que renovar
y asegurar las casas (ranchos) existentes, crear vecindarios seguros y mejorar
las escuelas plazas entre otras metas. Pero a pesar de la inoperatividad de las misiones al nivel
masivo, Chávez abrió esperanzas e inclusive una cierta posibilidad real de
lograr soluciones al respecto si hubiera una importante re-estructuración de los
programas.
Tal vez en las mismas estructuras de las
misiones podemos encontrar algunos de los raíces del llanto venezolano: ellas
no fueron construidas como programas independientes a la personalidad del
presidente, porque todas las líneas de mando en los organigramas
organizacionales se dirigen directamente a él como ejecutante, juez y agente. No
construyó un futuro, sino un mausoleo para él mismo, una pirámide por donde su
alma puede ascender directamente a Osiris; no creó las bases para una política sólida
de continuación.
Entonces,
claro, el pueblo llora muchas pérdidas. Su sucesor promete seguir con las
políticas de esperanza (e ilusión) del presidente muerto, pero como han dicho
muchos, el carisma del nuevo mandatario no iguala al del anterior, y, faltando
un legado serio de programas viables, la fe de los que sollozan frente a su héroe
se basa sólo en lo que una vez prometió quien es representado por aquellos restos
mortales.
Referencia:
Artículo de Fernando Mires: http://www.el-nacional.com/mundo/Venezuela-falta-Dios_0_149986351.html