He terminado de leer dos libros de Milan Kundera en estas vacaciones: El libro de la Risa y el Olvido, y La Fiesta d la Insignificancia. Ambos combinan la frivolidad con un sustrato muy serio que alude a la condición humana en general y específicamente al ejercicio del poder como tiranía.
Como ya comencé a leer un tercer libro de otro autor, con un estilo muy distinto, quiero organizar mis reacciones a Kundera antes de perder su manera poética de ver la realidad a través de palabras que embrujan mientras la construyen. Evidentemente tengo que combinar las dos novelas en lo mis reflexiones porque al leer la segunda tuve la primera todavía viva en mi cabeza.
Se trata de encuentros entre amantes y amigos que juegan con variados grados de intimidad y entendimiento mutuo. En el primer libro hay una mujer que pierde a su esposo y pasa por todos los resabios de dolor y rescate -imaginarios y creíbles-; el autor pone su destino en manos de unos niños indiferentes y enajenados de las emociones que normalmente compartimos. De nuevo el lector se pierde entre posibles simbolismos políticos y sociales, pero sin la seguridad de que no se trate todo de simples absurdos. En el segundo aparecen hombres que intentan entenderse con sus amigos, amantes y madres. Estas crónicas íntimas ligan los encuentros más casuales con la opresión política de la era soviética, pero también con el sustrato compartido de lo que es ser un humano sentiente.
Corre por La Fiesta… una anécdota sobre Stalin como un cazador improbable; emplea sus embustes para atormentar a un funcionario suyo que sufre de la incontinencia urinaria, obligándolo a quedar oyendo una misma historia alargada y repetida a pesar de su incomodidad. Este cuento se repite entre un grupo de amigos en atiborrada juerga y también como una obra teatral en plena calle, o tal vez como un retorno en pleno Jardín de Luxemburgo del dictador soviético con una escopeta que caza al pobre funcionario del relato. Hay un hombre en esta historia llamado Calibán que trabaja como mesonero; finge no entender francés (ocurre en París): inventa un facsímile original suyo de Urdú que llama “pakistanés”; así ejercita su oficio de actor y a la vez evita interactuar con los que asisten a los banquetes donde gana –de mala gana- la vida.
Cuento estos incidentes para ilustrar como las realidades se tejan alrededor de burbujas de jabón, y llevan al lector a lugares emotivos de realidades construidas con frases inventados por un gran maestro.