Y entonces todas las naciones sintieron el júbilo y regocijo que produjo haber rescatado a los niños de Tailandia de aquella cueva.
Decidieron hacer algo similar para todos los niños refugiados del mundo. Mandaron brigadas de nutricionistas, médicos, psicólogos, constructores y expertos en la agricultura sustentable y la protección ambiental a los campamentos refugiados de Siria, Palestina, Venezuela, Nicaragua, Guatemala, Sudan, Libia, Níger, Darfur, y a los migrantes rohingas, marroquíes, rumanos, mayas y los demás.
Hubo una enorme demanda para más profesionales, y las universidades se llenaron de estudiantes entusiastas. Los gobiernos se vieron en la necesidad de construir nuevas instituciones de aprendizaje y mejorar las existentes. El nivel educativo se elevó en todas las naciones.
Lo más notable fue la decisión de las Naciones Unidas a mandar grupos rescatistas a las jaulas donde las fuerzas de choque de Donald Trump tenían retenidas a los migrantes que habían intentado cruzar las fronteras sureñas de los Estados Unidos. Ofrecieron a los guardianes del ICE la posibilidad de estudiar y rehabilitarse, y casi todos aceptaron. Abrieron las celdas y las familias fueron reunidas y ubicadas en lugares saludables y seguros.
El pobre Trump, sin embargo, sufrió un terrible accidente cuando intentó saltar dentro del espejo de su baño para juntarse para siempre con su amado reflejo.
De repente quienes manufacturan armas de guerra se vieron aislados y sin clientes. Para seguir obteniendo algo de ganancias comenzaron a producir rejas de arado, picos, materiales para construir pozos y baterías para almacenar la energía solar.
Todos los habitantes de la tierra se hermanaron. Hubo prosperidad y alegría entre todas las naciones.