Ya casi terminé el “Cesarismo democrático” de Laureano
Vallenilla Lanz. Los primeros capítulos describen la anarquía de los
tiempos de la separación de España. Caracteriza a estos tiempos, no como una
lucha patriótica, sino como una guerra civil en donde “pardos, quinterones,
cuarterones y ‘blancos de orilla’ constituyen la gran masa pobladora de las
ciudades” (p. 75). En otras palabras, a recurrir a términos raciales para
describir a esta gente, niega su capacidad de pensamiento independiente, y deplora
que en aquel escenario de la gesta independentista que hubiesen gente de
pensamiento “jacobina” que:
“consideraba [al] hombre natural
como un ser esencialmente razonable y bueno, depravado accidentalmente por una
organización social defectuosa [y que] creyeron, como los precursores y los
teóricos de la Revolución Francesa, que bastaba una simple declaración de
derechos para que aquellos mismos a quienes ‘el bárbaro sistema colonial tenía
condenados a abyecto estado de semi-hombres'… se transformaran con increíble rapidez
en ‘un pueblo noble y virtuoso, consciente de su misión y árbitro de sus
derechos’ (cita a documentos de Blanco y Azpurúa, Vallenilla, p. 117).
Para Vallenilla el sueño republicano fracasó contra la
realidad de soldados llaneros dedicados al pillaje que migraban entre los
ejércitos de Páez y las de Boves, Yañes y Morales, sin ninguna ideal ni
realista ni republicana. Desde el primer capítulo Vallanilla declara que en
realidad la Guerra de Independencia fue una guerra civil:
“… la Revolución de la
Independencia fue al mismo tiempo una guerra civil, una lucha intestina entre
dos partidos compuestos igualmente de venezolanos, surgidos de todas las clases
sociales de la colonia” (p. 62)
Dice: “Venezuela presentó en aquellos años el mismo
espectáculo que el mundo romano con la invasión de los bárbaros” (119).
La solución vino de la necesidad para someter el desorden
por la fuerza bruta, “y del seno de aquella inmensa anarquía surgirá por
primera vez la clase de los dominadores: los caudillos, los caciques, los jefes
de partido” (p. 119). En un capítulo posterior llamado “El Gendarme Necesario”
defienda a José Antonio Páez como el caudillo que entendió el carácter nacional
y que pudo establecer un mínimo de orden.
Claro, es importante entender que Vallenilla fue el ideólogo
y apologista por el régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez; era evidente que
respaldara la importancia de someter a la que consideraba una población revoltosa, y
que la caracterizara como ignorante y en necesidad de una guía fuerte.
Podemos ubicar entre paréntesis su evocación de temperamento
de los soldados de los revueltos de los
años 1810 – 1823, y sin embargo darnos cuenta de una larga lucha armada que
rebasó el conflicto con los españoles. Es más, el conflicto siguió por todo el
siglo XIX durante las Guerras Federales.
La solución en el país siempre ha sido recurrir al hombre
fuerte, es decir al caudillo o al militar. Es lo que pasó en 1998. Oigo gente
hoy en día que quiere encontrar un salvador, un amo que “nos saque de esta
desastre”.
Quisiera pensar que hay otras posibilidades en el Siglo XXI.