Este mes tuve que hacer un trámite de estos oficiales que normalmente
requieren paciencia y dan algo de trepidación. Tengo que decir que comencé la diligencia con mucho
malestar: estaba segura que iba a haber todo tipo de dificultades y probables
fracasos, y estaba yo malhumorada.
Pero el funcionario que recibió mis papeles me trató bien,
me sonrió y no me amenazó con nada. No lo podía creer y en una reacción de reflejo dudé de él: me acordé
del cuento de Jack London en donde un hombre que muere en la tundra de Alaska
está circundado por lobos que mueven sus colas amigablemente, no por alguna simpatía, sino porque ya no lo ven como un enemigo sino simplemente
como su próxima cena. Para mi aquel
funcionario amable en realidad me iba a comer viva.
Pero no salió así: hoy fui a buscar los resultados de mi solicitud, y
no sólo no perdieron mi tiempo, sino que todo resultó bien.
Moraleja: los prejuicios no sirven para nada, ni en el caso de los funcionarios.