domingo, 7 de septiembre de 2008
Peeling the Onion / Pelando la Cebolla
This image of the cover of
"Peeling the Onion" was copied from here.
English
In this summer vacation I finished Günter Grass’ autobiography, Peeling the Onion. It caught my imagination from the beginning. I’d like to mention some of my reactions to the book.
Grass has been criticized for being a Nazi, a member of feared the SS. He admits it in his book. But his critics' “accusations” about this seem terribly unjust, almost Pharisaic, given the circumstances. He was an adolescent in a time of almost absolute psychological, physical and political control. He describes both these times, and those of his awakening to the essential evil of that totalitarian system. I believe that it is academically easy be critical of all this in the 21st century and from the comfort of an armchair in Great Britain or New York.
His brief reference to having seen the results of the death camps is laconically eloquent. Also it is fascinating how he looked for intimate solutions to these contractions within culinary fantasies, art and literature. His interests in Existentialism made me remember my own. His aesthetic stories were fascinating: how he prepared imaginary meals for immaterial companions at a time of hunger in his life; his eagerness to do something aesthetic with his hands, even if the only results in the beginning were a series of mortuary stones and his constant search for artistic improvement and instruction.
There are two elements I found very interesting: First his movement between the pronouns “I” and “he”; in my own life I have experienced this. It is an internal dialogue where multiple aspects of the personality have voices and argue with each other. Grass has caught the memory of these voices.
The second is a description of how memory comes and goes away. He uses metaphors to describe this, the onion with its multiple vegetal layers and amber that preserves an intact memory like a prehistoric specimen. If one reads all this with mistrust (or bad faith) it is possible to find episodes of concealment here, but I interpreted these changes as oscillating memories that now are there, but at the next moment they slip away. It is almost as though a cerebral troll scuttles around between conscious and unconscious recollections.
As for me I grew in the McCarthy years of the United States and know how people can be scared to be critical of their governments. I once wanted to subscribe to a Soviet magazine but was told by my parents that it would be dangerous because the FBI reviewed the mail – even though my desire was “to know the enemy”, as saw I it then. And it is necessary to say that there was a huge difference in the more or less benign way that things were monitored in my country then, and how it was done in Nazi Germany. (And I fully recognize the damage done then by the House Committe on Un-American Activities.)
Grass had to haul his truth from his own footprints as he traveled around his devastated country. I read The Tin Drum years ago, and at that time I didn’t go beyond a superficial appreciation of the book. Now, forty years later, I want to read it again.
Español
Este retrato de Günter Grass fue
copiado de aquí.
En mis vacaciones de verano terminé la autobiografía de Günter Grass, Pelando la Cebolla, que desde el principio ha atrapado mi imaginación. Quisiera hablar de mis reacciones al libro.
Le han criticado a Grass por su pasado Nazi, inclusive fue un miembro del temido SS. Lo admite en su libro. Pero me parece injusto, casi farisaico, acusarlo por su pasado, dadas las circunstancias, y sobre todo desde el confort de una butaca en Nueva York o Gran Britaña. Creo que es fácil mirar estas admisiones con desprecio desde la perspectiva del Siglo XXI. Grass era muy joven en el momento, y no hay evidencia que participó en las atrocidades del Tercer Reich. Sabemos después de May Lai y Abu Ghraib que hay que tener cuidado cuando el dedo de la acusación se apunte a quienes estén en el fondo de la cadena del mando. Grass era un adolescente entonces, en un tiempo de control casi absoluto en los niveles psicológico, físico y jurídico. El autor describe esta época, junto con la experiencia posterior de darse cuenta del error y horror de aquel sistema totalitario.
Su breve alusión a su incomodidad cuando tuvo que ver los resultados de los campos de muerte es elocuente por lo lacónico y este recuerdo es suficiente. También es fascinante como busca soluciones dentro de lo culinario, el arte y la literatura. Su paso por el Existencialismo despertó mis propios recuerdos. Me encantaron sus relatos estéticos: de preparar comidas imaginarias para comensales inmateriales en una época de hambre en su vida; su afán de hacer algo estético con sus manos, aunque al principio sólo fuera para trabajar en una serie de lápidas mortuorias y su constante búsqueda de mejoramiento e instrucción artísticos.
Hay dos elementos más que son interesantes: El primero es su paso entre los pronombres “yo” y “él”, en mi propia vida también lo he experimentado. Se trata de un diálogo interno donde múltiples aspectos de la personalidad tienen verbo y argumentan entre sí. Grass ha captado el recuerdo de estas voces. El segundo es como la memoria viene y se va en su cuento. Tiene metáforas para describir esto, la cebolla con sus múltiples capas vegetales y el ámbar que preserva una memoria intacta como un espécimen prehistórico. Si uno lo lee con suspicacia (o mala fe) se puede interpretar allí episodios de encubrimiento, yo lo leí como el vaivén de la experiencia del pasado, que ahora está allí, pero en un instante se escurre entre los tejidos cerebrales como un gnomo freudiano que escabulle entre las memorias concientes e inconcientes.
Por mi parte crecí en los años de la persecución de Eugene McCarthy en los Estados Unidos y sé como la gente puede tener miedo a pensar de manera crítica. Me acuerdo como mis padres me dijeron una vez que no podría suscribir a una revista soviética porque mi gobierno revisaba el correo – a pesar de que mi deseo era “conocer el enemigo”, tal como yo lo veía en este entonces. Y hay que decir que los niveles de vigilancia en mi país eran mucho, pero mucho más benignos que los de la Alemania de aquel entonces. (Y reconozco las vidas que el Comité de Actividades No-américanas destrozó.)
Grass tuvo que jalar su verdad de las huellas de sus propios pasos por su tierra devastada. Leí El Tambor de Hojalata hace años, y en aquel entonces no pasé de lo superficial en mi apreciación del libro. Ahora, cuatro décadas después, tengo que volver a leerlo.
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