Fuente del dibujo
La semana pasada estuve brevemente hospitalizada en una institución privada, pero lo digo sólo como un trasfondo para algo notable y esperanzador que vi en la sala de emergencia mientras esperaba mi cuarto.
En este lapso llegaron dos pacientes a mi cubículo con diferentes dolencias de gravedad; las dos mujeres carecían de suficiente cobertura en sus seguros médicos para cubrir los gastos de las intervenciones quirúrgicas que había que practicarles con gran apremio. Mi mismo médico también les trató a ellas, y al darse cuenta de la situación de ambas, las operó sin cobrar por sus servicios. Una de ellas me visitó el día siguiente en mi cuarto, y la vi recuperada de su cirugía, capaz de caminar y charlar conmigo.
No voy a repetir los nombres, ni de la clínica ni del médico, para no aumentar el número de pacientes que acuden allí sin cobertura, pero quiero reconocer aquel gesto tan humano. No tengo dudas que este médico se ha visto en situaciones similares en el pasado y ha actuado de igual modo.
Detrás del gesto sensible del médico hay otras consideraciones: ¿por qué estas mujeres no podían haber ido -en primera instancia- a un hospital público con sus dolencias? ¿Por qué no podrían esperar un trato expedito, higiénico, experto y gratis en uno de ellos?
Una cosa es cierta: cuando alguien que disfrute del poder tiene que recibir tratamiento médico, no va jamás, jamás a un hospital público. Habría que preguntarles ¿por qué?
miércoles, 10 de agosto de 2011
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