martes, 31 de mayo de 2011
Coleados desalmados en los autopistas de Caracas
Fuente de la pintura de Di Marcovaldo Coppo
Eso de vender el alma al Diablo siempre ha sido complicado, hacía falta un pecado significante, o algún encuentro desafortunado con un gnomo maléfico, ángel caído o íncubo. Si uno mira a la historia de los contactos entre el Señor de las Tinieblas y la humanidad hay demasiada variedad. El Diablo visitó a Fausto en casa vestido de estudiante, pero ya que se iba cambiando de forma como una ameba claramente era el Maligno. No sé dónde Paganini lo encontró, pero las malas lenguas afirman que pactó con Lucifer para lograr su maestría en el violín. En la película Encrucijada Willy Brown lo encontró en el empalme de dos áridos y desolados caminos en Mississippi, y también pactó para tocar la guitarra con virtuosismo perverso.
Hoy en día las cosas son más cómodas. Si uno teclea “vender el alma” en Google salen 213.000 alternativas; muchas ofrecen invocaciones garantizadas a zanjar un buen contrato con el Demonio y si luego el negociante se arrepiente de su transacción, otra página ofrece la posibilidad de comprar una nueva alma sin estrenar en eBay. Verdaderamente hay mucho que agradecerle a la modernidad.
Todo esto es una intro-ducción para carac-terizar a los desal-mados al volante que se colean en las calles y autopistas de Caracas.
Sospecho que estos bárbaros sobre ruedas siquiera se molestan en contactar formalmente a Satanás, bastaría que tirasen sus almas junto con sus cerebros en la maleta de sus vehículos como trapos para limpiar el parabrisas. No consiguen nada a cambio como juventud, virtuosismo o riqueza, sólo la fantasía de adelantar tres vehículos y creer erróneamente que van a arribar más pronto a donde quieren llegar.
Todos los demás tenemos que calar aquello: no podemos reclamar porque están encerrados en sus envoltorios metálicos en lento movimiento, peor si son sucios y malolientes autobuses o camiones de 200 toneladas. Cada coleado añade sus sesenta segundos de demora a la tranca, y viajes que deben durar media hora se conviertan en odiseas estresantes de tres horas. Mientras tanto uno también se va convirtiéndo en demonio por la rabia y la intoxicación por dióxido de carbono, metano y chlorofluorocarbonos. Hasta el azufre se moderniza.
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