Acabo de ver la entrevista que hizo Charle Rose con James
Levine en el canal de Bloomberg. Fue increíble, no pude levantarme de la silla por
una hora entera a pesar de querer ir a buscar otra taza de té. Levine habló de
su carrera como conductor de sinfonías y operas, de sus maestros, de su
filosofía de la presentación de obras, su opinión de la calidad de los
cantantes –de muchas cosas.
Pero lo que me motivo a escribir unas líneas aquí fueron sus
recuerdos de su maestro George Szell. Me resonó lo de Szell porque desde muy
lejos, de mi existencia en total anonimato como oyente en la cámara de la
orquestra de Cleveland, Szell también fue mi maestro, aunque no lo podría
saberlo.
Yo iba todas las semanas a escucharlo, a veces dos veces.
Trabajaba como acomodadora en los conciertos porque podría escucharlo gratis. También en este tiempo -que era de mi pregrado-,
tomé un curso de “apreciación de la música”, y esta experiencia me ayudó a
entender cognitivamente algo de lo que sentía en la sala de conciertos.
Siento que conocí a Szell, aunque yo sólo era parte del mar
de caras desconocidas en el público: para mí Szell fue de vital importancia en
mi crecimiento; se trata una vez más de las olas de influencia que algunas
personas tienen sobre otras.
Todavía hoy en día cuando una obra dirigida por Szell
aparece en la radio o la televisión, me quedo embelesada con la presión de
aquella música y me acuerdo de cómo pueden ser las cosas realmente bien hechas
en este mundo.
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