K. Cronick
Escribo este pequeño comentario debido a la diversidad de
opiniones que voy encontrando en las redes sociales sobre lo que es real y confiable.
Hay gente que piensa que la Tierra es redonda, que las
vacunas previenen enfermedades, que el universo comenzó con un big bong cósmico
hace unos 13.797 millones de años y que se puede acercar al extranjero sin
miedo. Pero estas posiciones están cada vez más cuestionadas.
Las ideas sobre la realidad se fundamentan en recursos
informáticos muy variados. Casi siempre basamos nuestras ideas en los reportes
de testigos y autoridades. Ellos suelen ser alguien que vio a un
acontecimiento, o que leyó sobre este acontecimiento, o que oyó un reporte en la televisión o un chisme al
respecto. Estas personas pueden ser gente cercana a uno, o “autoridades” como funcionarios,
líderes religiosos y aun personajes científicos.
Hay dos maneras que tenemos para recibir la información que
nos dan: a) dudarla e investigar sobre su veracidad, o b) aceptarla. Nuestra
aceptación va a depender de nuestra confianza en la fuente y nuestras ideas
previas al respecto, incluyendo nuestras adhesiones ideológicas, lealtades religiosas o
conocimientos previos. Estas tres condiciones son interdependientes y se influyen
mutuamente.
La ciencia, y ciertos métodos en la filosofía tienen por
propósito aumentar la probabilidad de que la información sea verídica. No hay
un juez, o una autoridad política o un sacerdote iluminado en la ciencia. No
hay libros sagrados ni tradiciones irrefutables.
La vulnerabilidad a la desinformación está cada vez más
notable. Hay mucha gente que no tiene
la oportunidad de saber qué es el método científico para entender al mundo.
Hablo en singular, de un método básico, porque, aunque existan muchos enfoques,
cada uno con sus procedimientos particulares, hay algo que todos tienen en
común: se arrancan de una suposición sobre la realdad y luego emplean una serie
de procesos abiertos y públicos para ponerla en duda, es decir, refutarla. La única
árbitro en la ciencia es la evidencia, o pasos lógicos y matemáticos para
someter la suposición inicial a la prueba.
Por esta razón la manera ideal para juzgar un hallazgo
científico es revisar el informe del reporte especialista que lo anuncia. No
basta declarar: “Los científicos dicen….” Estos reportes académicos aparecen publicados en
revistas que tienen árbitros, es decir, personas que conocen bien el campo de
estudio, y que revisan los resultados de cada informe antes de aprobarlo para
publicación. Además, hay fuentes confiables que se encargan de la divulgación en
general de los resultados [1].
Escribo esto porque leer las noticias hoy en día requiere el
uso de un muy grueso filtro de dudas. En algunos casos las mentiras son obvias,
y sus motivaciones saltan a la vista. Pero otras requieren esfuerzo para identificarlas.
Y, además, aun las mentiras más obvias tienen sus creyentes. Por ejemplo, El
presidente estadounidense actual propone la existencia de una genocida contra
los blancos en África del Sur. Dicen algunas personas que el cambio climático no existe. En países totalitarios niegan
los problemas de los derechos humanos. Y todas estas mentiras (obvias) tienen
quienes los admiten.
En gran parte la vulnerabilidad a las mentiras proviene del
aislamiento que sufran muchas personas de una institución académica de calidad.
Los niños de primaria son capaces de aprender lo básico sobre cómo discriminar
la falsedad de la verdad. Entre la pobreza de nuestras aulas actuales y la
influencia caótica de las redes electrónicas, tenemos un problema cultural de
grandes proporciones.
[1] Varias
de estas fuentes son: ScienceDirect, Elsevier (Medicina y salud), Pubmed, Ingenta,
Scopus, Académico, Science Direct, Dialnet, Redalyc, (Base bibliográfica: ChatGPT, s/f. Sidebar, 17 fuentes para la
información científica https://papelesdeinteligencia.com/17-fuentes-de-informacion-cientifica/. Además, hay revistas de difusión popular como Scientific American