Hay varios teóricos de la psicología
cognitiva y social (por ejemplo: Asch, 1951, 1952, 1956, Rotter, 1966, Festinger, 1962 y Gilber y
Malone, 1995) que nos “explican” porque tomamos y mantenemos ciertas actitudes
en vez de otras. El problema es que requieren que haya en nosotros una
racionalidad de fondo que tiene que funcionar o resolverse.
La disonancia congitiva (Festinger, 1962) es,
ciertamente, útil para explicar muchas cosas. Festinger propuso que
defenderemos las posiciones o acciones que ya hemos asumidas –por las razones
que sean- aunque luego se demuestran equivocadas. Es decir, aun cuando lo dicho
o hecho resulta erróneo, buscaremos explicaciones racionales para defendernos.
Los que han celebrado la bandera racista (de la
Confederación de los Estados Americanos del tiempo de la Guerra Civil de los Estados
Unidos) explican que ella refiere simplemente a la historia de sus familias, y
también al Sur como zona geográfica y política. Eliminan selectivamente el
significado discriminatorio de este emblema con sus “razones”.
Igualmente, personas que se han declarado
leales a un partido político bailen alrededor de los posibles fracasos de su
facción en su intento de defenderla.
Aunque quisiéramos considerarnos como actores
racionales, en general lo somos sólo en condiciones muy restringidas. Aquí relato
un ejemplo personal: tengo una disputa larga con dos matemáticos (racionales)
sobre la caza por trofeo. África del Sur permite la cacería controlada de
elefantes y otros animales en peligro de extinción. Dicen estos conocidos míos que
el negocio de la caza financia la protección de los animales en zonas donde puedan
recuperar sus poblaciones y así evitar la desaparición. Dicen que usan sólo animales
machos fuera de la edad de reproducirse. Por mi parte, mi argumento queda así:
matar un animal tan magnífico es aborrecible. ¿Por qué no organizar
expediciones fotográficas con el mismo motivo?
Ahh, pero entonces mi opinión no tiene una base
racional: es emocional.
En todo caso ya se sabe que no hay una línea
trazada en nuestros cerebros entre lo que pensamos y lo que sentimos; es un
paquete entremezclado y complejo.
Cuando ensalzamos o criticamos a alguien,
tendemos a referir a sus cualidades personales, según Gilbert y Malone (1995).
Esto es importante en términos de los discursos actuales sobre Dylann Roof, el
joven que mató a nueve personas en Charleston, Carolina del Sur, la semana
pasada. Según las reseñas que he visto, Dylann es, por su cuenta personal y
propia responsabilidad: un racista, un asesino, un terrorista de la derecha
extrema o un adicto a drogas. Estos oprobios evidentemente apuntan a características
que sí, le describen a Dylann, pero dejan fuera a otras razones, y ellas son las
que refieren a presiones externas que le empujaron a actuar.
Al señalar esto no pretendo excusar su terrible
acto; más bien deseo señalar que Dylann no actúo en ausencia de respaldo
cultural. Dicen que en el momento de su arresto en un restaurante local, la
policía municipal le brindó una hamburguesa: ¿esto es el trato que se da a un despreciable
criminal? Más bien esto señala que el muchacho representa a mucha gente de la
zona que ahora, de repente, busca distanciarse de él. Protegiendo y manteniendo
sus creencias, se alejan de un individuo, aunque él represente justamente a la
colectividad.
Todo esto apunta a una mezcla de causas que nos
empujan a pensar y actuar. Tenemos muchos mecanismos para proteger nuestras
opiniones y creencias. Uno de ellos se ilustró recientemente cuando el
presidente de los Estados Unidos usó una palabra prohibida para referir a
personas de ascendencia africana en el país. La manera “correcta” es el
eufemismo “la palabra con n” (the n Word), pero él saltó la alusión indirecta y
pronunció la palabrota, de esta manera creando un escándalo. ¿Qué logró con
esto? En mi opinión dejó desnuda a la crudeza del racismo en su país. Dejó las
razones y sus silencios sin la posibilidad de escabullirse. Por esto el enfado.
Referencias:
Asch, S. E. (1951).
Effects of group pressure upon the modification and distortion of judgment. In
H. Guetzkow (ed.) Groups, leadership and men. Pittsburgh, PA: Carnegie Press.
Asch, S. E. (1952).
Group forces in the modification and distortion of judgments.
Asch, S. E. (1956).
Studies of independence and conformity: I. A minority of one against a
unanimous majority. Psychological monographs: General and applied, 70(9), 1-70.
Daniel T. Gilbert
and Patrick S. Malone (1995). The Correspondence Bias. AustinPsychological
Bulletin, Vol. 117, No. 1, 21-38. Disponible en: http://heatherlench.com/wp-content/uploads/2008/06/gilbert.pdf
Festinger, L. (1962) A theory of cognitive dissonance. Stanford: Stanford University
Press.
Perrin, S., &
Spencer, C. (1980). The Asch effect: a child of its time? Bulletin of the
British Psychological Society, 32, 405-406.
Rotter, J. (1966). "Generalized expectancies for
internal versus external control of reinforecement". Psychological Monographs, 80, Número 607 completo.
Sherif, M., &
Sherif, C. W. (1953). Groups in harmony and tension. New York: Harper &
Row.