Algunos trabajos son aburridos,
estresantes y agobiantes. Romper el sueño con el despertador es, en sí,
desagradable y probablemente malsano, y esto es sólo el primer paso ingrato
para un empleado: luego vienen las colas de tráfico, el mal humor en la calle y
la sensación que, no importan sus esfuerzos, siempre estará retrasado en todo.
El gobierno refuerza este malestar
con medidas destinados a debilitar la mano de obra y en cambio, destacar las
necesidades de ocio y desfrute que tiene este empleado. Es decir, en vez de
facilitar su llegada al trabajo, mejorar las condiciones de producción y
satisfacción laboral, y elevar el valor de su salario para que pueda sobrevivir
con dignidad, se adoptan medidas para que pueda quedarse en casa descansando, o
para darle más tiempo para participar en la economía informal (que, por su
misma naturaleza, no es productiva).
Personalmente puedo afirmar el valor de la producción sin
dolor porque me gustan mi profesión y las labores asociadas con ella; trabajo
en mi computadora hasta tarde en la noche, los sábados y a veces los domingos,
y tengo la ventaja de poder levantarme de la silla cuando quiera, buscar otra
taza de té o simplemente salir un rato al patio a ver cómo crecen las matas. Además mis hijas ya están grandes y tienen sus propias familias, así que he superado muchas condiciones que limitan vida de los demás.
Reconozco que no todo el mundo tiene
este privilegio, pero creo que para todo el mundo pueda existir esta cosa rara
que se llama orgullo de un trabajo bien hecho.
Se hace una nación al pulso del
trabajo: es una terrible verdad.
Hasta ahora en estas reflexiones he
hablado de la satisfacción de este empleado en sus tareas remuneradas.
Pero hay que hablar también de la
supervivencia del colectivo que se basa en la producción y los servicios que
resultan de estas tareas. Desde los comienzos del Siglo XX en Venezuela ha
habido una especie de maná que en este caso no cae del cielo como hizo para
sostener a los israelís en el desierto, sino que surge del subsuelo, y este don
que nos dio la naturaleza nos ha permitido dedicarnos a actividades
improductivas. Hemos dejado, inclusive, de valorar la producción como una virtud.
En la parábola del “Amo y el
Esclavo” de Hegel, el esclavo se libera a causa de su producción. ¿Qué pasaría
en Venezuela si el empleado pudiera liberarse de un modo similar?
Referencias:
Hegel, F. (1807/1987). Fenomenología
del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica.
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