Siempre llego atrasada a los buenos libros. La semana pasada
terminé de leer “Soldados de Salamina” de Javier Cercas, y todavía sus
resonancias retumban en mi cabeza.
Se trata de varias personalidades de la
Guerra Civil de España, especialmente Rafael Sánchez Mazas, dirigente y
fundador del Fascismo en los años 30. Se centra en un incidente al final de la
guerra cuando Sánchez Mazas se escapa de un fusilamiento masivo y luego es socorrido
por fugitivos republicanos. Uno en
particular lo proteja de manera anónima al no revelarlo en un bosque a una
banda de soldados que lo buscan. Cercas
intenta descubrir quién fue este salvador, y en el proceso recrea la vida de
los protagonistas durante y después de las hostilidades.
Claramente no se han acabado los cuentos e historias de
aquellos tiempos. Son de alto drama humano, y ofrecen una mirada especial sobre
cómo las ideologías tragan las vidas de las personas comunes. No es que los
gestos políticos no tengan valides; más bien hay que pensar que la vida es más
complicada que los eslóganes que reducen las enmarañadas luchas de poder, las causas importantes y las
lealtades a líderes particulares a frases de dos o tres palabras. La gente se
mata en nombre de símbolos como el yugo y flechas, la esvástica, el martillo y
hoz o el simple color de un uniforme.
Hay una historia verídica que me contó una mujer gallega que
ha hecho su vida en Venezuela: su padre era falangista como todos los hombres
de la región donde ella nació que salieron a defender la patria y la iglesia. Al
regresar enterró su escopeta en una pradera cercana diciendo que lo hacía “para
que no mate a nadie nunca más…”
Lo interesante de la historia de Cercas es que las lealtades
políticas de sus personajes (que eran personas reales) rebasaron aquellas
lealtades fatídicas en un momento central de sus vidas.