LA MENTIRA INDIVIDUAL Y COLECTIVA: UN ENSAYO
Eduardo Rios y Karen Cronick
Ríos, Eduardo y Cronick, Karen (en revisión). La mentira individual y colectiva: un ensayo. En revisión en la Revista Akademos.
RESUMEN
La
palabra “mentira” se define como una expresión lingüística que sería contraria
a lo que el locutor sabe, piensa o siente. Al nivel individual hay cinco tipos
de mentira: a) hay equivocaciones, b) “mentiras inocentes” que tienen el
propósito de facilitar una situación social, c) mentiras por omisión, d) autoengaños,
y e) mentiras útiles que se emplean de manera consciente para lograr algún
objetivo. Las mentiras colectivas o culturales son extensiones de estas
categorías. En este ensayo revisaremos los matices de esta palabra, mentir,
abarcando sus sentidos individuales y colectivos. Ellos engloban varios
subtemas como la capacidad que la persona tiene para reconocer la diferencia
entra la verdad y la mentira, los motivos de la mentira, el papel de la cultura
y las estructuras políticas para crear una consciencia colectiva engañosa y
finalmente, la mentira reiterada en el populismo.
Palabras
clave: Verdad, Mentira, Autoengaño, Cultura, Populismo
INTRODUCCIÓN
La palabra “mentira” se define como una
expresión lingüística que sería contraria a lo que el locutor sabe, piensa o
siente. Esta definición, que es una modificación de lo que ofrece el Diccionario
de la Real Academia, señala tres aspectos que merecen análisis; las mentiras son:
a) afirmaciones que hace una persona conscientemente, y que son contrarias a su
conocimiento de lo “real” o verdadero, b) afirmaciones que surgen del proceso
cognitivo del hablante con la intención de engañar y c) afirmaciones sobre procesos
emocionales que no corresponden a los estados afectivos verdaderos del hablante.
En este inicio de nuestras reflexiones
haremos un repaso a las varias maneras de definir y entender el concepto al
nivel de la persona individual, para poder entender cómo la falsedad se expresa
en grupos y culturas. De manera breve podemos señalar varios tipos de mentira.
A veces las personas se equivocan y dicen algo contrafactual sin tener la
intención de mentir. Hay “mentiras inocentes” o “blancas” en que una persona
podría decir, por ejemplo, “Qué lindo vestido” para elevar el ánimo de su
oyente. Las mentiras por omisión ocurren cuando la persona dice sólo una parte
de la verdad, dejando fuera algo que le podría perjudicar. En algunos casos una
persona puede autoengañarse, y decir algo que ella sabría que es falso si fuera
totalmente sincera con ella misma. Hay también mentiras útiles que se emplean
de manera consciente para lograr algún objetivo.
En las próximas páginas de este ensayo
revisaremos los matices de esta palabra, mentir, abarcando sus sentidos individuales
y colectivos. Ellos engloban varios subtemas como la capacidad que la persona
tiene para reconocer la diferencia entra la verdad y la mentira, los motivos de
la mentira, la posibilidad de auto mentira, el papel de la cultura y las
estructuras políticas para crear una consciencia colectiva engañosa y
finalmente, la mentira reiterada en el populismo.
LA
CONSCIENCIA INDIVIDUAL Y LA MENTIRA
En el inicio de este ensayo hemos definido
la mentira en términos de la consciencia individual. Esta definición habla de
un locutor, es decir, un individuo que habla y se comunica con otras personas.
Se trata de una comunicación interpersonal y engañosa. Pero hay mentiras
internas también, de pensamiento y sentimientos. Y todas las mentiras tienen
algún propósito.
Siempre están ligadas a la intencionalidad.
Las cogniciones están inmersas en procesos cerebrales combinados con los actos
voluntarios. La intencionalidad refiere a la capacidad que tiene la mente de
representar sus propias acciones en el mundo externo y producir efectos en
él. Es la capacidad que tiene un ser
vivo de dirigir su atención y sus acciones hacia un objetivo específico. Aun las
cogniciones que no sean más que reflejos de percepciones fácticas (Este gato es
negro) tienen lazos con posibles conductas (¿Adopto este gato?). Cuando las
cogniciones se asocian con afectos (¡Este gato es bello!) la relación deja de
ser objetiva y puede cambiar junto con el ánimo del observador.
Normalmente las personas categorizan sus
cogniciones en términos de su veracidad. Distinguen, por ejemplo, entre ideas y
opiniones. Una idea se refiere a un pensamiento o concepto, que generalmente se
relaciona con el contenido del pensamiento o una observación, mientras que la
opinión se refiere a una creencia o juicio personal. Las ideas pueden tener pretensiones objetivas
o subjetivas, mientras que una opinión sería siempre subjetiva, y estaría ligada
a los motivos de cada persona.
Las mentiras, en cambio, son afirmaciones
que son intencionalmente contrafactuales. En este caso hay que calificar la noción de
“factual” para la psicología de la persona individual. La verdad es un valor intangible,
y una gran parte de la literatura filosófica está dedicada a elucidar su
naturaleza. Es una realidad trascendente y abstracta, que existe más allá de la
experiencia individual. En un sentido formal, determinar la verdad requeriría un
método para poder declarar que una afirmación dada sea aceptable. Cristian
Plantin (1998) habla de la aplicación de las reglas del silogismo para
determinar la racionalidad de una afirmación, y menciona también el papel de
las formas argumentativas, determinas empíricamente, y esquemas deductivos, que
se desarrollan a partir de fórmulas como la analogía y el modelo. Son importantes
en el pensamiento académico y científico, pero tienen escasa aplicación en el
discurso informal.
Todo el mundo “sabe” qué es verdadero, y a
nivel intuitivo se puede distinguir el concepto de su antónimo, la mentira. Decir
que algo es “verdad” siempre requiere interpretación, basada en lo que se sabe
de cada situación y del mundo en general. La realidad es el estado existente de
las cosas y los hechos. Requiere un método ordenado para determinar su
naturaleza. Sólo se puede tener una confianza relativa en lo que uno ve, oye y
siente, porque, puede haber confusiones y percepciones dudosas. Entonces, es
importante distinguir -al nivel cotidiano - entre la verdad, las equivocaciones
y las mentiras.
Hemos dicho que todas las mentiras tienen
un propósito. Aun las mentiras que uno hace en sus diálogos interiores, sin que
se expresen públicamente, tienen una finalidad. Normalmente las personas tratan
de mantener un cierto grado de coherencia interna o autoestima. “Él me ama”, “Lo puedo hacer”, “Soy mejor que
estas otras personas” son autoafirmaciones, tal vez engañosas, que podrían
servir para reducir angustias, y evitar momentos dolorosos o vergonzosos para
alguien. A veces las personas creen sus
propias mentiras, por lo menos por un tiempo, pero generalmente experimentan
una cierta incomodidad psíquica que surge de su fabricación, como algo
problemático para la persona.
Jacques Derrida (Lilliput,
s/f), en una entrevista con Antoine Spire, habla de la necesidad de separar
la veracidad de la verdad. Es una distinción ética,
porque existe una desaprobación moral a la mentira en todas las culturas. Sin
embargo, a veces decir la verdad puede lastimar a alguien, y una persona podría
mentir con la intención de protegerlo. Así, el motivo noble y benévolo de
proteger, reduciría la carga contra-normativa. Derrida también da el ejemplo de
mentir para proteger a alguien de ser capturado por las fuerzas despóticas de
una dictadura. Se trataría de una escala de valores: en este momento la
exigencia normativa de salvaguardar una vida sobrepasaría la obligación de
decir la verdad.
Posiblemente la mentira existe como un
recurso social. En la misma publicación Antoine Spire (Lilliput, s/f) dice:
“No obstante, pronto nos damos
cuenta de que la incapacidad total de mentir se convierte en una pesadilla. En
efecto, en una sociedad absolutamente transparente en donde todo el mundo dice
la verdad a todo el mundo, se ve cómo la verdad se puede convertir en una
tortura, una violencia, una crueldad intolerable. Se da uno cuenta de que,
finalmente, no se recupera el calor de la mentira de la comedia social en la
cortante frialdad de la verdad.”
Spire
da la impresión de que, a pesar de todo, hace falta un mínimo de mentira para
que haya convivencia y armonía social.
En general, sin embargo, las mentiras
públicas, es decir mentiras que se verbalizan frente a otras personas, tienen
un costo personal. Las personas, aun las habitualmente mentirosas, sienten
cierta incomodad con la práctica, pero con repetición, sus resistencias
disminuyen. Dicen Garrett., Lazzaro,
Ariely et al (2016 )
“De manera crítica, el grado de
reducción de la sensibilidad de la amígdala a la deshonestidad en una decisión
presente en relación con la anterior predice la magnitud de la escalada de la
deshonestidad interesada en la próxima decisión. Los hallazgos descubren un
mecanismo biológico que sustenta una "pendiente resbaladiza": lo que
comienza como pequeños actos de deshonestidad puede convertirse en
transgresiones más grandes.”
Es decir, con la práctica mentir se vuelve
más fácil. Por otro lado, Ceruto (2025) señala que mentir requiere más esfuerzo
emocional y cognitivo que decir la verdad:
“Los estudios de neuroimagen
demuestran que decir mentiras moviliza diferentes áreas del cerebro en
comparación con decir la verdad. La corteza prefrontal, responsable de la toma
de decisiones y el comportamiento social, muestra una mayor actividad cuando los
individuos fabrican información. Este mayor compromiso sugiere que mentir
requiere más esfuerzo cognitivo que decir la verdad, ya que implica la
manipulación de los hechos y las posibles consecuencias.”
Pero añade Ceruto que el hábito crónico de
la mentira puede tener consecuencias cerebrales a largo plazo. Dice que:
“la liberación de hormonas del
estrés, particularmente el cortisol, puede tener efectos duraderos en las
personas que mienten con frecuencia. Los niveles elevados de cortisol se asocian
con una variedad de problemas fisiológicos, incluida la función inmune
debilitada y una mayor susceptibilidad a los trastornos de salud mental.”
LA
MENTIRA EN LA CONSCIENCIA COLECTIVA
Como ha señalado Derrida, al nivel social
y cultural la mentira puede facilitar la cooperación grupal. El engaño existe como una herramienta de cierta
facilitación social. Tanto Ceruto (2025) como Derrida (Lilliput, s/f) observan
que las mentiras pueden servir para mantener la dinámica social. En ciertos grupos
los miembros pueden optar por la deshonestidad para fomentar un sentido de
pertenencia. La presión social para conformarse a la opinión del grupo a menudo
anula las otras consideraciones, y los individuos pueden priorizar la cohesión
de la colectividad sobre un esmero honrado para preservar la veracidad. Este
fenómeno pone de relieve la intrincada relación entre la mentira, la
socialización y el deseo humano de aceptación.
Por otro lado, la mentira colectiva puede
conducir a daños importantes en la interacción grupal y comunitaria. Hay una
diferencia entre alguien que miente sobre el hecho como “No te invitó a la
fiesta”, y los efectos de un político que distorsiona los hechos para propósitos
demagógicos. Para quienes oyen las mentiras de los políticos, hay varios
posibles resultados. Por un lado, pueden rechazar el engaño basándose en
evidencia que tienen de la falsedad de lo dicho.
Por otro lado, pueden aceptar los mensajes
como verdaderos. Pero a menudo, para creerlos, tienen que rechazar evidencias
que revelan la naturaleza de la mentira.
Este rechazo requiere un gasto psíquico que ha sido descrito por
Festinger (1953, 1954 y 1957) como la disonancia cognitiva. Las personas pueden
aceptar la deshonestidad para mantener su sentido de pertinencia y para no
alejar a sus compañeros y familiares. La presión para conformar al grupo puede
ser mayor que su necesidad de coherencia cognitiva. Pero hay un importante
costo psíquico para mantener el autoengaño.
Otra manera que las personas tienen para
rechazar la verdad es ignorarla, y aun crear sistemas paralelos de pensamiento.
Esta estrategia también requiere un desgasto de energía psíquica; a veces las
personas que la emplean desarrollan elaborados esquemas de creencia para
bloquear información que les produce angustia. Dicha angustia puede surgir de la
necesidad de discrepar de las opiniones de un grupo de pertinencia, cuestionar
creencias viejas y aceptar la diversidad en valores e identidades en el mundo. Ejemplos
de estos esquemas son la creencia en un mundo plano, el creacionismo y la
numerología. Estos sistemas tienen sus orígenes en tradiciones arcaicas, y sus
creyentes pueden sentirse más cómodos con credos antiguos, y no abiertos a
cambio. Los hallazgos de la ciencia están siempre en discusión, pero las
creencias fundamentalistas pueden parecer más confiables por ser eternas.[1] Mirsky (2025) habla de un patrón de sistemas
alternativos de pensamiento, los llama “ecosistemas” interconectados.
TEMAS
CONFLICTIVOS EN LA CONSCIENCIA COLECTIVA
Hay temas en la consciencia política que
son problemáticos para la idea de la verdad. Nos hace retomar lo que dijo
Derrida (Lilliput, s/f) sobre la diferencia entre la veracidad de la verdad. A
veces la mentira tiene que ver con temas que son temporalmente o
geográficamente limitados. Un ejemplo dado por Derrida es la idea de la
soberanía. Desde que la civilización tiene memoria el mundo se ha dividido en
parcelas de poder, regidos por reyes, conquistadores, dictaduras, colonias y variadas
formas de consulta popular. Estas parcelas han pasado por variadas identidades
tribales, etnias, razas y culturas. Cuando se trata de culturas ubicadas en territorios
específicos, que cambian de identidad y de regencia, puede haber conflictos de
identidad ligados a estos espacios. Los antiguos dueños de una tierra dada pueden
reclamar su jurisdicción anterior. Un ejemplo sería la reconquista de Granada
por los Reyes Católicos. Un ejemplo moderno sería Islas Malvinas, que forman
parte de un archipiélago del Atlántico Sur cuya regencia disputan Argentina y
el Reino Unido.
Igualmente, los habitantes de un país
conquistado pueden rechazar el dominio del conquistador, como han hecho algunos
grupos indígenas en las Américas, o como pasó en el pueblo polaco bajo la
dominación de Alemania en el siglo XX y luego, con la oposición de Lech Walesa
a la ocupación de la Unión Soviética. Igualmente, las culturas y las
expectativas sociales de los habitantes en un reinado o un país pueden cambiar
en el tiempo, y con ellos, la identidad sociopolítica de las colectividades.
Otra área en que la consciencia colectiva
puede cambiar es cuando algunos sectores que antes han sufrido discriminación
comienzan a reclamar, no sólo sus derechos, sino su propia identidad. Ejemplos
son las mujeres en casi todo el mundo después del siglo XIX, y grupos excluidos
por razones de raza o religión en Europa y las Américas. Cuando ocurran estos
cambios los reclamos de un grupo pueden ser entendidos por los grupos
dominantes como falsedades amenazantes.
LA
MENTIRA EN LA VIDA POLÍTICA
Dice Hannah Arendt (1971) que la
“discreción”, el engaño y la deliberada falsedad han sido “medios legítimos”
para lograr fines políticos desde el comienzo de la historia registrada. Ella
cuestiona el silencio de los filósofos tradicionales sobre este problema. Sin embargo, ella añade que:
“Somos
libres de cambiar el mundo y de empezar algo nuevo en él. Sin la libertad
mental de negar o afirmar la existencia, de decir "sí" o
"no" —no sólo a los enunciados o proposiciones para expresar acuerdo
o desacuerdo, sino a las cosas tal como se dan, más allá del acuerdo o del
desacuerdo, a nuestros órganos de percepción y conocimiento— no sería posible
ninguna acción; Y la acción es, por supuesto, la misma materia de la que está
hecha la política”
(p. 2).
Estas reflexiones surgen como una
respuesta después de la publicación de los “Pentagon Papers” (los documentos
del Pentágono)[2].
Arendt observa que el secreto que guardaba este documento, y muchos otros del
mismo estilo, no obedecían a la excusa tradicional de “secretos de Estado”. No
tenía por objetivo esconder estrategias de guerra de algún enemigo. Dice que el
punto crucial es que la mentira se dirigía exclusivamente al consumo doméstico.
Es decir, el gobierno ocultaba sus atrocidades sólo para no despertar la ira de
sus propios ciudadanos con respecto a los crímenes cometidos en su nombre.
Los Estados Unidos era una democracia en
ese entonces. Este tipo de mentira no fue destinada a respaldar a un populista
en el poder, sino para proteger las políticas de los funcionarios que llevaban
una guerra sumamente impopular. A continuación, examinaremos como los
populistas emplean la mentira como parte de sus estrategias de base.
La
mentira en el populismo
El populismo casi siempre emplea la
estrategia de fomentar las divisiones sociales y los resentimientos entre sus
seguidores basados en esquemas de identidad. La relación entre los
resentimientos culturales y la identidad de estos ecosistemas culturales no
está clara. Musil, (2013) en su novela, El hombre sin Cualidades, creó un país
ficticio llamado Kakanien, basado en el Imperio Austro Húngaro de los inicios
del siglo XX. Dijo que había un gran malestar en Kakanien, y que:
"Era sólo que el resentimiento
natural de todos hacia los esfuerzos de los demás por salir adelante, un
resentimiento que todos sentimos hoy en día, se había cristalizado antes en
Kakanien, donde se puede decir que asumió la forma de un rito ceremonial
sublimado, que podría haber tenido un gran futuro si su desarrollo no se
hubiera visto interrumpido prematuramente por una catástrofe" (Musil, 1955, pág. 30).
Dicha catástrofe fue la Primera Guerra
Mundial. Luego, frente a los acontecimientos políticos en Alemania en la década
de 1930, Musil quiso utilizar su novela como una advertencia contra la
"próxima catástrofe masiva". Vio paralelos entre el movimiento nazi
en 1933 y el inicio de la Primera Guerra.
La separación de las poblaciones en
diferentes grupos de identidad siempre ha existido. Los países son extensiones
geográficas que son administradas de manera centralizada en monarquías,
dictaduras, sistemas democráticos y otras administraciones. Entre sus
pobladores puede haber personas que provienen de grupos culturales o raciales
distintos. Pueden reconocerse entre sí como ciudadanos del mismo país, pero
discreparse sobre la pertinencia de sus culturas, o sus derechos para
participar plenamente en la toma de decisiones que afectarían a todos. A veces
hay resentimientos que quedan ocultos por mucho tiempo, o que se expresan sólo
esporádicamente. Señalar estas diferencias, y exacerbarlas es una vieja
estrategia empleada por los populistas para obtener y mantener el poder.
David Brooks (2025) cita a George Orwell
para referirse al afán de poder. Dice que Orwell (1980) entendió que hay
personas que buscan el poder “sin tener ninguna visión del bien”. El individuo,
y el partido con el cual está asociado, buscan el poder por sí mismo sin otros
motivos, excepto tal vez, riqueza. Pero, aun así, no buscan riqueza como un
motivo principal, básicamente quieren el poder puro.
Una manera que tienen el populista y sus
seguidores para demostrar que verdaderamente tienen poder es hacer sufrir a los
demás. Brooks evoca a Orwell cuando dice que la obediencia no es suficiente. El
poder está en infligir dolor y humillación. Esta capacidad para causar dolor
puede ser un atributo que compartan por lo menos algunos los seguidores del
líder populista: ellos disfrutan del poder vicariamente por medio del
sufrimiento de los grupos e individuos excluidos. Al mismo tiempo saben que pertenecen
al grupo protegido, y así pueden contentarse con la tranquilidad de sentirse
personalmente a salvo.
Recién ha habido múltiples denuncias sobre
la deportación de personas por el gobierno estadounidense hacia una cárcel en El
Salvador. No han sido identificados como “criminales”, pero aun si hubieran
sido enjuiciados, la deportación es ilegal en este país. A ninguna de ellas se le
había sometido a un juicio legal. Los seguidores del actual gobierno
estadounidense defienden esta acción porque se trata por ahora de inmigrantes y
grupos minoritarios. Este disfrute del dolor ajeno no es, en sí, una mentira,
pero aceptar las acusaciones de los poderosos, sí, involucra una participación
en la calumnia. Tanto quienes promueven las falsificaciones como aquellos que
deciden creerlas necesitan razones que justifiquen sus actos contra normativos.
En su novela La Cabaña del Tío Tom,
Harriet Beecher Stowe (2021) refiere a estas mentiras en otro escenario, en el
mundo esclavista de sur de los Estados Unidos. Uno de sus personajes
principales, un dueño de esclavos llamado Augustine St. Clare, describe la
necesidad de ubicar sus apreciaciones morales incompatibles en “cajas
distintas”:
"... Todo lo que quiero es que
diferentes cosas se guarden en diferentes cajas. Todo el tejido de la sociedad,
tanto en Europa como en América, está compuesto de varias cosas que no
resistirán el escrutinio de ninguna norma ideal de moralidad. Generalmente se
entiende que los hombres no aspiran al derecho absoluto, sino sólo a hacerlo
tan bien como el resto del mundo. Ahora, cuando alguien habla... Y dice que la
esclavitud es necesaria para nosotros, que no podemos vivir sin ella, que
seríamos mendigos si renunciáramos a ella y, por supuesto, que tenemos la
intención de aferrarnos a ella: este es un lenguaje fuerte, claro, bien
definido; tiene la respetabilidad de la verdad; y, si podemos juzgar por su
práctica, la mayor parte del mundo estará de acuerdo con nosotros..."
(Stowe, Capítulo 16).
La exageración y la distorsión son
consustanciales con mucha de la práctica política, y de allí que el exceso demagógico
sea siempre posible. La populista miente
y ofusca, y crea la mentira como una estrategia posible de lo irracional. Puede
crear mentiras no compatibles. Parte de esta estrategia es lograr que la
población bajo su mando tenga que aceptar todo sin reclamar.
Personajes
Las personas a veces generan reputaciones
por negarse a mentir, o por “ser mentirosas”. Arístides de Atenas fue alabado
por su honestidad, Socrates por su honorabilidad. George Washington fue
conocido por no mentir. La mayoría de los seres humanos tenemos historias
mixtas de honestidad.
Por otro lado, los populistas tienen fama
de invulnerabilidad porque están libres de las exigencias de la veracidad. Esta
fama puede tener un propósito: la verdad no importa. Mentir se convierte en una
manera de comunicarse. Hannah Arendt (1971) expresó:
"Mentir constantemente no
tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya
nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la
mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado
del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente
sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que
quieras".
Culturalmente ha sido importante
identificar a los personajes que emplean las mentiras como estrategias de
poder. Es una zona patrimonial sombreada e incómoda. Shakespeare creó algunos
personajes para ilustrar la presencia del engaño y la manipulación en el poder.
Por ejemplo, Yago (en la obra de Otelo) finge ser el amigo leal de Otelo
mientras facilita su destrucción como persona y como personaje público. Por su
parte Ricardo III (en la obra Ricardo III) elabora un esquema de asesinatos y
engaños para convertirse en el rey de Inglaterra. Finge amistad y lealtad
mientras trama sus crímenes. Son personajes ficticios, y estrategias antiguas,
pero socialmente incómodas, y para Shakespeare y quienes asisten todavía a sus producciones,
era (y es) importante analizar este tipo de conducta.
CONCLUSIONES
Las mentiras políticas para mantener u
obtener poder son de larga data. Casi desde el inicio de los tiempos históricos,
importantes pensadores las han denunciado. Tal vez una de las denuncias más
viejas puede encontrarse en la defensa que hizo Sócrates en el año 399 a.C. frente
a sus acusadores en Atenas por haber supuestamente “corrompido” a la juventud
de la ciudad y haberles dado motivos para dudar de la existencia de los dioses.
Podemos reflexionar sobre aquellos
tiempos. Atenas acaba de salir de un tiempo desastroso en que un grupo de sus
ciudadanos intentaba formar una dictadura nefasta, el gobierno de los Treinta
Tiranos. Durante los meses que los tiranos estaban en el poder, se produjo la
matanza de muchos opositores y la confiscación de sus bienes. Al restaurar en
algo los viejos derechos después de acabar con este breve despotismo en el
comienzo del siglo IV a.C., los atenienses estaban apenas explorando la
posibilidad de reelaborar su vieja democracia. Probablemente, en el tribunal
que acusó a Sócrates en el año 399 a.C., había viejos colaboradores y
simpatizantes con la dictadura, y personajes incómodos con el cuestionamiento
libre de este gran filósofo. Sócrates dijo en su defensa que sus acusadores
eran anónimos y que tenía que defenderse contra mentiras creadas por razones de
prejuicio y poder. Platón relata cómo se dirigió al público en el momento de su
juicio:
“Todos los que por envidia y malicia
te han persuadido, algunos de ellos habiéndose convencido primero a sí mismos,
toda esta clase de hombres son muy difíciles de tratar; porque no puedo
tenerlos aquí arriba e interrogarlos, y por lo tanto simplemente tengo que
luchar con las sombras en mi propia defensa, y argumentar cuando no hay nadie
que responda…. (Platón, p. 20-21).
Bengoa (1992) señala que, a partir de
Descartes, la filosofía política ha buscado una “fundamentación última [….
basada en] la certeza indubitable del cogíto” (p 7-8). Es una base
sumamente humana, sin más apelaciones que la razón. En el siglo XX han
comenzado a examinar “las relaciones entre la concepción hermenéutica y la
concepción fundacionalista de la filosofía” (p. 9), en que el discurso político
se enfoca sobre sí mismo, como un proceso de elaboración, más que una búsqueda
de soluciones conclusivas. Supone Bengoa que las conclusiones del diálogo libre
e inclusivo conducen a la constante “reconstrucción racional del saber
implícito de todo hablante y, por tanto, no pueden traspasar el valor
hipotético de toda reconstrucción. Y, por tratarse de hipótesis, deben ser
constantemente contrastadas con las prácticas concretas de los hablantes” (p.
15).
Entonces, estaríamos re-construyendo
constantemente la historia y las reglas de interacción política. Pero no desde
la nada. Tenemos cuatro milenios de historia escrita que nos recuerdan los
aciertos y equivocaciones del pasado. Algo podemos concluir sobre la naturaleza
de la justicia.
Arendt (1971) dice que:
“Una característica de la acción
humana es que siempre comienza algo nuevo, pero esto no significa que esté
permitido comenzar ab ovo[3],
crear ex nihilo. Con el fin de hacer espacio para la propia acción, algo
que estaba allí antes debe ser removido o destruido, y las cosas como eran
antes son cambiadas. Tal cambio sería imposible si no pudiéramos alejarnos
mentalmente de donde estamos físicamente ubicados e imaginar que las cosas
podrían ser diferentes de lo que realmente son. En otras palabras, la capacidad
de mentir, la negación deliberada de la verdad fáctica y la capacidad de
cambiar los hechos, la capacidad de actuar, están interconectadas; deben su
existencia a la misma fuente, la imaginación.”
El discurso público, por necesidad incluye
“las meras opiniones”, en que nadie tiene que rendir cuentas a nadie, “Al
final, la obligación política devendría del acuerdo de opiniones, porque no
habría un modo —no autoritario— de discriminar entre ellas” (Maldonado, 2012).
En el proceso de construir acuerdos, la verdad se asoma, por lo menos a largo
plazo. Es una verdad socialmente construida, y válida para la población que la
haya elaborado.
Tal como pasó con Sócrates, ha habido
tantas otras víctimas de las mentiras de los poderosos. Para oponérseles a
veces es suficiente revelar que las mentiras existen. Hemos mencionado la
publicación de los “Pentagon Papers”. Dice Arendt sobre la capacidad que tiene
la mentira para perdurar en el tiempo:
“En circunstancias normales, el
mentiroso es derrotado por la realidad, para la que no hay sustituto; No
importa cuán grande sea el tejido de falsedad que un mentiroso experimentado
tiene para ofrecer, nunca será lo suficientemente grande, incluso si solicita
la ayuda de computadoras, para cubrir la inmensidad de la realidad. El
mentiroso, que puede salirse con la suya con cualquier número de falsedades
individuales, encontrará imposible salirse con la suya mintiendo por principio.
Esta es una de las lecciones que se podrían aprender de los experimentos
totalitarios y de la aterradora confianza de los gobernantes totalitarios en el
poder de la mentira — en su capacidad, por ejemplo, de reescribir la historia
una y otra vez para adaptar el pasado a la "línea política" del
momento presente, o para eliminar los datos que no encajaban con su ideología…
(p. 3)
Tenemos que suscribir a la apreciación de
Arendt. Para tener éxito, la destrucción de la evidencia que revelaría
eventualmente a la verdad tendría que ser total. Esto no es posible porque las
autoridades deben jugar en los dos campos a la vez. Tienen que mantener sus subterfugios
entre los seguidores, pero a la vez tienen que conocer los hechos reales para
poder elaborar sus políticas gubernamentales.
Como dice Arendt, podemos confiar en la
imposibilidad para ocultar la verdad para siempre. Pero el daño hecho por las
atrocidades de los poderosos no es reparable. Los efectos perduran a pesar de
que eventualmente los crímenes puedan salir a la luz. Podemos revelar la
verdad, aunque su costo humano, como el “terrible número de crímenes de guerra
cometidos en el curso de la guerra de Vietnam” (p. 4) no se reduce por haberlo
revelado.
Sin embargo, revelar la verdad es una obra
importante. Arendt añade que aun en los casos de Hitler y Stalin, ocultar la
verdad para siempre requeriría la omnipotencia. Stalin no pudo eliminar el
papel de Trotsky de la historia de la Revolución Rusa, aun asesinándolo y
borrando sus imágenes de las fotos oficiales.
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[1]
El creacionismo, que niega la idea de la evolución de las especies, propone que
el mundo tiene 6000 años y fue creado en los tiempos bíblicos. Parte del
movimiento que apoya la idea de un mundo plano también acepta el creacionismo.
De hecho, los creyentes en un mundo plano tienden a rechazar la teoría de la
evolución y algunos son antisemitas y creen en la superioridad de la raza
blanca. Son sistemas de pensamiento que tienden a mezclarse en las mismas
personas. Dice Mirsky, “Vemos estas diferentes teorías de conspiración
agrupándose” (Mirsky, 2025).
[2]
Los Pentagon Papers (los Papeles del Pentágono) era el nombre de un estudio
secreto preparado por el Departamento de Defensa (the Defense Department)
estadounidense, que describía la historia de la guerra que este país libró en
en Vietnam entre los años 1945 y 1967. El documento fue sustraído por Daniel
Ellsberg, un funcionario del Pentágono, y fue publicado por Los New York Times
en 1971. Revelaba atrocidades y mentiras cometidas en esta intervención, y
escondidas del conocimiento público.
[3] Ab
ovo significa en latín, desde el huevo. Es decir, desde el mismo comienzo
de las cosas.
[4] No
siempre está posible incluir los números de los volúmenes y las páginas de los
artículos originales cuando la fuente de la referencia sólo está accesible en
línea.