jueves, 12 de mayo de 2022

Vallenilla Lanz y el caudillismo.

 

Karen Cronick


Vallenilla Lanz y el caudillismo.

Siempre es peligroso asociar las condiciones y móviles del pasado con el presente. Pero arrastramos nuestra historia tras nosotros –la sombra-; si tenemos el cuidado de reconocerla como una interpretación previa, algo relativo al momento en que apareció, ella puede ayudarnos a interpretar la actualidad. Es difícil entender Francia sin su revolución, los EE.UU. sin el “Destino Manifiesto” y Venezuela sin la violencia del Siglo XIX. Laureano Vallenilla Lanz es uno de los intérpretes de aquel siglo tan tormentoso.

Como cualquier sombra, hay que leer el libro de Vallenilla, “Cesarismo Democrático”, con cuidado. Los primeros capítulos describen a la anarquía de los tiempos de la separación de España. Caracteriza a estos tiempos, no como una lucha patriótica, sino como una guerra civil, y probablemente Vallenilla tiene algo de razón, por lo menos en el ambiente del Llano venezolano del Siglo XIX. Las contradicciones sociales entre la ciudad y el campo eran gigantescas; las ideas de la Ilustración europea no habían llegado al sur del país donde había grandes diferencias de clase. El poder se expresaba en los efectos de pobreza extrema y en una economía que dependía ´de la esclavitud.

Al iniciarse el proceso independentista este sistema entró en una crisis expresada en violencia que no sólo se dirigía a los colonialistas, sino también al sistema de explotación en general. Era una expresión de odio, producto siglos de sometimiento.  Las bandas en lucha no se limitaban a los patriotas y realistas, y no existía un pueblo unido, participante en una lucha de liberación. La carencia casi total de conciencia política, y el desconocimiento de las razones de la guerra terminaron borrando la diferencia entre los españoles y los patriotas. Vallenilla describe una población empobrecida y deseosa de triunfar sobre sus aflicciones más inmediatas. Por eso no era tan importante para los soldados diferenciar entre los realistas y los bolivarianos. Dijo Vallenilla:

“… la Revolución de la Independencia fue al mismo tiempo una guerra civil, una lucha intestina entre dos partidos compuestos igualmente de venezolanos, surgidos de todas las clases sociales de la colonia.” (p. 62)

Y luego afirmó:

Venezuela presentó en aquellos años el mismo espectáculo que el mundo romano con la invasión de los bárbaros” (p. 119).

En la escritura de Vallenilla Lanz se siente todavía la presencia del desprecio racial; describe como “pardos, quinterones, cuarterones y ‘blancos de orilla’ constituyen la gran masa pobladora de las ciudades” (p. 75). En otras palabras, al recurrir a términos raciales para describir a esta gente, niega su capacidad de pensamiento independiente, y deplora en aquel escenario de la gesta de independentista la presencia de gente de pensamiento “jacobina” que:

consideraba [al[ hombre natural como un ser esencialmente razonable y bueno, depravado accidentalmente por una organización social defectuosa [y que] creyeron, como los precursores y los teóricos de la Revolución Francesa, que bastaba una simple declaración de derechos para que aquellos mismos a quienes ‘el bárbaro sistema colonial tenía condenados a abyecto estado de semi-hombres… se transformaran con increíble rapidez en ‘un pueblo noble y virtuoso, consciente de su misión y árbitro de sus derechos’ (cita a documentos de Blanco y Azpurúa, Vallenilla, p. 117).

Dudaba de la capacidad transformadora del pueblo, y para él, el sueño republicano fracasó contra la realidad de soldados llaneros dedicados al pillaje que migraban entre los ejércitos de Páez y las de Boves, Yañes y Morales, sin ninguna ideal ni realista ni republicana.

 La solución vino de la necesidad de someter al desorden por la fuerza bruta, “y del seno de aquella inmensa anarquía surgirá por primera vez la clase de los dominadores: los caudillos, los caciques, los jefes de partido” (p. 119). En un capítulo posterior llamado “El Gendarme Necesario” defienda a José Antonio Páez como el caudillo que entendió el carácter nacional del país, y que tuvo suficiente fuerza para establecer un mínimo de orden.

Claro, es importante entender que Vallenilla fue el ideólogo y apologista por el régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez; era evidente que respaldara la sumisión de una población revoltosa, y que la caracterizara como ignorante y en necesidad de una guía fuerte.

Podemos ubicar entre paréntesis su evocación de temperamento y las carencias de los soldados de los revueltos  de los años 1810 – 1823, y sin embargo darnos cuenta de una larga lucha armada que rebasó el conflicto con los españoles. Es más, el conflicto siguió por todo el siglo XIX durante las Guerras Federales.

Frecuentemente en Venezuela se ha recurrido al hombre fuerte, es decir al caudillo o al militar para solucionar los problemas. Todavía hoy en día hay gente que quiere encontrar un salvador, un amo que “nos saque de este desastre”. En el comienzo del siglo XX Gómez necesitaba intérpretes como Vallenilla para justificar su dominación. Es cierto que Gómez parecía traer algo de calma al país, pero claramente se trataba de un disimulo de la represión y un eufemismo para ocultar la carencia de a una paz verdadera.

Tenemos que escarbar en el militarismo y la resistencia a soluciones institucionales en Venezuela y dejarlos expuestos como motivos siempre subyacentes a muchos de los movimientos de cambio social. Como en el psicoanálisis, lo que no examinamos queda poderosamente en el inconsciente. En este caso es como una especie de inconsciente colectivo que hay que examinar con cuidado. Es sólo así que la historia puede cambiarse.


 
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