Karen Cronick
Vallenilla Lanz y el caudillismo.
Siempre
es peligroso asociar las condiciones y móviles del pasado con el presente. Pero
arrastramos nuestra historia tras nosotros –la sombra-; si tenemos el cuidado
de reconocerla como una interpretación previa, algo relativo al momento en que
apareció, ella puede ayudarnos a interpretar la actualidad. Es difícil entender
Francia sin su revolución, los EE.UU. sin el “Destino Manifiesto” y Venezuela
sin la violencia del Siglo XIX. Laureano Vallenilla Lanz es uno de los
intérpretes de aquel siglo tan tormentoso.
Como
cualquier sombra, hay que leer el libro de Vallenilla, “Cesarismo Democrático”,
con cuidado. Los primeros capítulos describen a la anarquía de los tiempos de
la separación de España. Caracteriza a estos tiempos, no como una lucha
patriótica, sino como una guerra civil, y probablemente Vallenilla tiene algo
de razón, por lo menos en el ambiente del Llano venezolano del Siglo XIX. Las
contradicciones sociales entre la ciudad y el campo eran gigantescas; las ideas
de la Ilustración europea no habían llegado al sur del país donde había grandes
diferencias de clase. El poder se expresaba en los efectos de pobreza extrema y
en una economía que dependía ´de la esclavitud.
Al
iniciarse el proceso independentista este sistema entró en una crisis expresada
en violencia que no sólo se dirigía a los colonialistas, sino también al
sistema de explotación en general. Era una expresión de odio, producto siglos
de sometimiento. Las bandas en lucha no
se limitaban a los patriotas y realistas, y no existía un pueblo unido,
participante en una lucha de liberación. La carencia casi total de conciencia
política, y el desconocimiento de las razones de la guerra terminaron borrando
la diferencia entre los españoles y los patriotas. Vallenilla describe una
población empobrecida y deseosa de triunfar sobre sus aflicciones más inmediatas.
Por eso no era tan importante para los soldados diferenciar entre los realistas
y los bolivarianos. Dijo Vallenilla:
“…
la Revolución de la Independencia fue al mismo tiempo una guerra civil, una
lucha intestina entre dos partidos compuestos igualmente de venezolanos,
surgidos de todas las clases sociales de la colonia.”
(p. 62)
Y
luego afirmó:
“Venezuela presentó en aquellos años el mismo
espectáculo que el mundo romano con la invasión de los bárbaros” (p. 119).
En
la escritura de Vallenilla Lanz se siente todavía la presencia del desprecio
racial; describe como “pardos,
quinterones, cuarterones y ‘blancos de orilla’ constituyen la gran masa
pobladora de las ciudades” (p. 75). En otras palabras, al recurrir a
términos raciales para describir a esta gente, niega su capacidad de
pensamiento independiente, y deplora en aquel escenario de la gesta de
independentista la presencia de gente de pensamiento “jacobina” que:
“consideraba [al[ hombre natural como un ser
esencialmente razonable y bueno, depravado accidentalmente por una organización
social defectuosa [y que] creyeron, como los precursores y los teóricos de la
Revolución Francesa, que bastaba una simple declaración de derechos para que
aquellos mismos a quienes ‘el bárbaro sistema colonial tenía condenados a
abyecto estado de semi-hombres… se transformaran con increíble rapidez en ‘un
pueblo noble y virtuoso, consciente de su misión y árbitro de sus derechos’
(cita a documentos de Blanco y Azpurúa, Vallenilla, p. 117).
Dudaba
de la capacidad transformadora del pueblo, y para él, el sueño republicano
fracasó contra la realidad de soldados llaneros dedicados al pillaje que
migraban entre los ejércitos de Páez y las de Boves, Yañes y Morales, sin
ninguna ideal ni realista ni republicana.
La solución vino de la necesidad de someter al
desorden por la fuerza bruta, “y del seno
de aquella inmensa anarquía surgirá por primera vez la clase de los
dominadores: los caudillos, los caciques, los jefes de partido” (p. 119).
En un capítulo posterior llamado “El Gendarme Necesario” defienda a José
Antonio Páez como el caudillo que entendió el carácter nacional del país, y que
tuvo suficiente fuerza para establecer un mínimo de orden.
Claro,
es importante entender que Vallenilla fue el ideólogo y apologista por el
régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez; era evidente que respaldara la sumisión
de una población revoltosa, y que la caracterizara como ignorante y en
necesidad de una guía fuerte.
Podemos
ubicar entre paréntesis su evocación de temperamento y las carencias de los soldados de los
revueltos de los años 1810 – 1823, y sin
embargo darnos cuenta de una larga lucha armada que rebasó el conflicto con los
españoles. Es más, el conflicto siguió por todo el siglo XIX durante las
Guerras Federales.
Frecuentemente
en Venezuela se ha recurrido al hombre fuerte, es decir al caudillo o al
militar para solucionar los problemas. Todavía hoy en día hay gente que quiere
encontrar un salvador, un amo que “nos saque de este desastre”. En el comienzo
del siglo XX Gómez necesitaba intérpretes como Vallenilla para justificar su dominación.
Es cierto que Gómez parecía traer algo de calma al país, pero claramente se
trataba de un disimulo de la represión y un eufemismo para ocultar la carencia
de a una paz verdadera.
Tenemos que escarbar en el militarismo y la resistencia
a soluciones institucionales en Venezuela y dejarlos expuestos como motivos
siempre subyacentes a muchos de los movimientos de cambio social. Como en el
psicoanálisis, lo que no examinamos queda poderosamente en el inconsciente. En
este caso es como una especie de inconsciente colectivo que hay que examinar
con cuidado. Es sólo así que la historia puede cambiarse.
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