Mi linda perrita Maitana está
muriendo. Quiero pasar este tiempo con ella, pero a veces tengo que salir a la
calle y la tengo que dejar sola en la cocina; ayer por ejemplo estuve ausente
todo el día y en este tiempo se desmejoró visiblemente. Tiene un hijo, Candil, ya
adulto y grande, quien he calificado de “malandro” debido a sus andanzas dudosas cuando
ha podido escaparse de mi casa.
Él no la deja, se queda a su lado, limpiando su
pelo con la lengua, y llora. Los perros entienden mucho sobre la vida y la
muerte. Cuando la saco para sus inevitables necesidades, mi bello malandro camina
a su lado, a veces casi tumbando a su mamá debido a su propia conmoción y la inestabilidad de las patas de su progenitora. No quiero “dormirla” porque está bien consciente, me mira y casi me habla de sus malestares.
Pero no quiere morir. ¿Quién soy yo para apurar su despedida?