lunes, 29 de marzo de 2010
La ciencia y la fe
n estos días es apropiado pensar en las respuestas que nos dan las tradiciones religiosas. Hace algún tiempo lo hice en el contexto de doctrinas que avalan y promuevan la violencia. Ahora quisiera reflexionar sobre el papel de la fe en un mundo que coexiste con la ciencia.
Todos los grupos humanos tienen tradiciones orales que han heredado desde tiempos prehistóricos y que luego han escrito en sus varios libros sagrados. Sus narradores, trovadores y luego transcriptores, dramaturgos y autores se preguntaron acerca de la origen de la vida, de la naturaleza del amor y la justicia y de la identidad de lo divino. Mezclado con todo hay relatos históricos de migraciones masivas y la formación y pérdida de reinados; también se encuentran leyendas de batallas particulares, incidentes específicos en la vida de las figuras fundadores de estos pueblos y descripciones de sus dinastías. Inclusive en estas fuentes aparecen reflexiones sobre aspectos prácticos de la vida como la higiene y la alimentación.
                                                                                            Fuente
Tan completas han sido las respuestas dadas por estos textos que todavía sirven para resolver muchos problemas en el Siglo XXI.
Sin embargo la ciencia está contestando algunas de las preguntas venerables de manera más viable. Y surgen nuevas preguntas que deben ocupar la atención de las religiones pero que los viejos libros no pueden contestar.
Fuente de la caricatura
La ciencia obra en otro ámbito de la experiencia: puede relatar sobre la existencia de lo muy grande y lo muy pequeño; nos cuenta sobre las orígenes del universo y de a vida, la composición del sistema solar, la existencia de átomos, microbios, la anatomía y la fisiología de nuestros cuerpos, la influencia de lo social en nuestras vidas individuales y la naturaleza de la locura. Además nos desvela nuevos misterios que colindan con lo místico: la existencia de los hoyos negros, la energía y la materia oscura, la curvatura del tiempo y el espacio y la fantástica capacidad de los sinapsis del cerebro.
Confrontar estas diferentes maneras de ver al mundo es intolerable para muchas personas. Hay quienes se aferran a sus interpretaciones cerradas de las tradiciones antiguas y que perciben otras maneras de entender al mundo con terror. En los casos más extremos se limitan a preservar lo estrechamente conocido y ven todo a través de una prisma donde se mezclan la xenofobia y el costumbre. Algunos se vuelven realmente peligrosos debido a este encierro.
Pero no escribo hoy sobre los violentos.
Cuestiono qué preguntas todavía pueden ser contestadas en el ámbito de la fe.
Para acercar a este universo necesito un punto de arranque, es decir, una base que pueda dirigir mis interrogaciones. Y por ahora voy a llamar “fe”: una confianza de fondo en la capacidad que tendremos los seres humanos para poder elegir y plasmar un mundo donde el entendimiento mutuo, la justicia, la benevolencia y el amor sean los principios más importantes.
Creo en la validez del segundo imperativo categórico de Kant que reza: “Más el hombre no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como simple-medio” (Kant, 1785/ s.f., párrafo 52). Voy a suponer, desde un acto de fe, que podamos acercarnos entre seres humanos desde el respeto y no desde el malestar y la marginalización. Es más, creo que los humanos podemos asumir una postura similar con los demás seres vivos.
Mi segundo acto que fe es afirmar que podemos confrontar (no negar) algo existente pero profundamente inquietante tanto en nuestras psiquis como en nuestras sociedades: se trata del deseo para que haya destrucción y muerte. Freud señaló este instinto con el nombre de Tánatos, una figura que en la mitología griega refiere al dios de una muerte suave, seductora, casi deseada: es un hechicero atrayente. Es también la estampa de la destrucción.
En contraste Freud reconoció otro instinto que conduce a la preservación y complicación de la vida: Eros.
Creo que aprenderemos a usar el instinto Eros como una herramienta de coexistencia.
De allí en adelante hay las preguntas que tenemos que contestar:
1. ¿Cómo podemos reconocer lo sagrado de la vida desde una postura de inclusión y respeto? ¿Qué es la vida? ¿Qué es una relación aceptable entre la tecnología y la vida?
2. ¿Cómo podemos confrontar a Tánatos y promover a Eros? ¿Qué es el amor -en todas sus facetas?
3. ¿Cómo debemos acercarnos a la necesidad de Dios, un poder más alto o un principio de bien? ¿De qué trata el “espíritu” de cada quien?
4. ¿Qué deben ser nuestras normas de interacción? ¿Cómo debemos convivir con la desviación de la norma y la disidencia? ¿Qué relación es aceptable con la autoridad? ¿Tenemos que, como Abraham, obedecer ciegamente? ¿Cuáles son las prerrogativas legítimas de cada individuo? ¿Dónde termina lo sagradro de cada individual y dónde comienza el sagrado del bien común?
Si varias de estas preguntas parecen más filosóficas o sociológicas que cuestiones de fe, es porque las hemos evitado en la intimidad de nuestras creencias profundas.
Herramientas
Letras ornatas: http://retrokat.com/medieval/leil.htm
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