Karen Cronick
.
Introducción
El Covid-19 ha motivado
una nueva e intensa ola de consideraciones éticas. Ellas tienen muchas aristas
y podemos hablar de la convivencia interpersonal,
la justicia económica, el manejo del poder en las democracias, la relación
esencial y personal que el individuo tiene con la noción de la verdad (y el
resquemor con los rumores) y el compromiso individual y colectivo con el
bienestar ambiental. Cada una de estas inquietudes forma parte de un mosaico
cuya partes se vuelven evidentes en estos tiempos de crisis. No se puede hablar
del Covid-19 sin meditar también en la exclusión social y económica, las
amenazas a la democracia y la plétora de rumores que forman las bases de las
decisiones, tanto por parte de los políticos como por las determinaciones de
los ciudadanos comunes que temen el contagio y al mismo tiempo pierdan sus
posibilidades de trabajo.
En este ensayo me acerca
al problema de la ética y la salud por medio de reflexiones personales. Empleo
referencias, algunas de las cuales pueden considerarse académicas, pero otros
vienen de lo que he visto en la televisión (sobre todo la CNNI y la BBC). En el
caso de la información que viene de estas fuentes, las he señalado en la
bibliografía, excepto cuando se trata de noticias tan frecuentemente repetidas
que pueden considerarse “common knowledge”
(conocimientos cotidianos). He intentado estar alerta con respecto a la veracidad
de estas referencias usando varias estrategias: primero vigilo los orígenes de
la información, por ejemplo, existen grandes diferencias entre los pronunciamientos
de los científicos y los de ciertos políticos. Segundo, he tratado de analizar
los matices de la información; es decir, cuando un tema no está de todo claro,
he intentado incluir los distintos argumentos que se han presentado al
respecto. Tercero, cómo el problema de la ética tiene matices filosóficos, he
recurrido al apoyo de variados pensadores como Immanuel Kant, Adam Smith y Jean Paul Sartre. Este ensayo no
es, sin embargo, una revisión de la filosofía de la ética, ni desde un punto de
vista histórico ni por una reflexión temática. Es más bien una reflexión
abierta sobre la convivencia y conciencia en tiempos de inestabilidad, inseguridad
e incertidumbre. El objetivo es desarrollar varias reflexiones interconectadas
sobre la relación entre la pandemia del 2020 y la ética.
En la primera sección,
“La ética y el virus” considero cómo el peligro de contagio está afectando
nuestra percepción de estar vinculados entre nosotros, tanto entre personas individuales,
como entre países y con el planeta. Igualmente reflexiono sobre la ética del
deber hacia el otro.
En la segunda sección pregunto sobre la necesidad de contar con información veraz. Se
trata también de un problema ético, pero visto desde la obligación de tomar
decisiones con fundamento epistemológico. Es decir, para tomar decisiones hay
que contar con una apreciación de las bases de nuestro conocimiento. También
reflexiono sobre las presiones grupales de aceptar sin argumento a las
decisiones de los políticos y otras autoridades, y la necesidad de identidad
grupal. Relacionado con este tema está el uso de la fuerza para lograr los
objetivos del grupo con el cual se haya identificado. Al final de la sección
examino la diferencia entre la sensación de certeza que proviene de creencias
infundadas y el conocimiento que viene de la ciencia y la libertad de culto.
En la tercera sección reflexiono
sobre el efecto de las “falsas noticias” y el papel del ambiente. Considero la
importancia de contar con información confiable para poder identificar los
orígenes de las pandemias y controlarlas. Tomo en cuenta el efecto combinado de
la reducción temporal del dióxido de carbono en la atmósfera debido a la
cuarentena, y el descenso de producción económica.
Termino con algunas
reflexiones finales.
1.La ética y el virus
Se puede trazar una
relación entre la ética y la convivencia. Desde el tiempo de las tribus ha sido
necesario establecer reglas sobre nuestra conducta. Con el paso del tiempo las
tribus se agruparon en ciudades; de las urbes luego nacieron los reinos, y
finalmente aparecieron los Estados. Las reglas volvieron leyes, y se comenzó a
desarrollar una noción general sobre el bien y el mal. Los griegos pasaron
mucho tiempo reflexionando sobre este tema, con deliberaciones
complejas con respecto al comportamiento del ciudadano y la naturaleza general
del hombre honorable e íntegro. Luego,
las religiones retomaron la cuestión, rebautizándola virtud. Cuando esta virtud
se volvió secular en tiempos modernos estábamos en la presencia de la ética
humanista que dejó los fundamentos para la reemergencia de la democracia.
La ética humanista se
preocupa por el bienestar de la gente. Como reza el segundo imperativo
categórico de Kant: “Mas el hombre no es
una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como simple-medio” (Kant,
1785/ s.f., párrafo 52). Este imperativo no se limita a la necesidad de evitar
dañar al otro; implica también la obligación de ayudar al prójimo, es decir,
vigilar su bienestar. Se trata de la benevolencia como una ética colectiva.
William Ospina
(14/3/2020) ha escrito sobre el cambio de valores sociales que viene
imponiéndose después de la aparición del Covid-19; propone que estamos
descubriendo nuestra interdependencia, y lleva su argumento inclusive hacia un
nuevo reconocimiento de nuestra relación con la naturaleza.
Si al principio el mundo
reaccionó a la amenaza del virus de manera tradicional (culpar al otro,
xenofobia, etc.), pronto para muchas personas se volvió claro que no se trata
de una confrontación internacional; más bien el problema se radica en la
necesidad de proteger a los seres humanos de algo que peligra a todos. Los
mandatarios, las estrellas del cine, los banqueros y el quesero de la esquina
están expuestos al peligro.
Sin embargo, hay que
reconocer, y aun recalcar que los efectos de la amenaza no son estrictamente
iguales. Se ha reportado (Evelyn, 8/4/2020) que en los Estados Unidos los grupos
marginados social y económicamente, como personas de la raza negra o indígenas,
mueran del virus en una proporción mayor que su representación poblacional. Este
hallazgo evidentemente puede ampliarse a escenarios internacionales donde la
exclusión social y económica tiene implicaciones catastróficas para la salud. Queda
como una inquietud política, ahora imposible de ignorar. Debido a reflexiones
nuevas asociadas con el virus, la preocupación ha sido reconocida en los medios
de comunicación, y permanece como una
importante tarea social y política.
Es más, este
reconocimiento se ha extendido a la economía: En marzo y abril del 2020 ha
habido un debacle en las acciones en Wall Street debido al rompimiento de las
cadenas de abastecimiento en los
procesos de manufactura, y la incapacidad de compra por parte de los
consumidores que están no sólo recluidos en sus casas, sino que están perdiendo
sus empleos y negocios. Estamos aprendiendo que, si las acciones en la bolsa
que tienen las grandes compañías pierden valor, no es suficiente entregarles
fondos públicos para su propia recuperación como se ha hecho antes en
escenarios internacionales. De repente nos vamos dando cuenta que los trabajadores son los consumidores que
compran los productos que venden estas compañías, y si pierdan sus empleos ya
no van a poder comprar más. Súbitamente la interdependencia de todos se ha
vuelto evidente.
Aún más, el deber de
mantener la cuarentena es visto no sólo como una medida de protección para
quienes la cumplen. Es al mismo tiempo considerado un gesto de solidaridad
hacia la familia, los amigos, los colegas y la sociedad. Criticamos a los
jóvenes que salen a divertirse: ellos piensan que el virus no constituye un
peligro vital para ellos. La crítica radica en que pueden traer la enfermedad a
casa donde sus familiares, sobre todo los más viejos, pueden verse severamente
afectados. Es decir, quedarse en casa cumpliendo la cuarentena se vuelve un
acto de generosidad y ética social.
La pandemia nació del
totalitarismo. Cualquier intento de alertar a la población en la China fue
duramente reprimida. Otros países autoritarios hacen igual: dicen que en sus territorios
no haya llegado el virus, o que esté totalmente controlada. En algunos países
dictatoriales la represión sigue su curso y se le ve a la pandemia como un
problema policial más que médico. Es en las democracias donde el tema domina
los medios de comunicación. En ellas se comienza a hablar de la nueva
solidaridad.
El
interés propio esclarecido y el Covid-19
En una entrevista en la BBC con Christiane
Amanpour (7/3/2020) habló con el Secretario general de las Naciones Unidas,
Antonio Guterres; éste usó el término
"Enlightened Self Interest" (Interés propio esclarecido). Estaba
hablando del manejo del contagio del Covid-19.
Es un término que viene de Adam Smith (1776); ha sido siempre útil para rechazar los programas de beneficencia social. Smith nunca tomó esta posición. Más bien, propuso que el sistema económico ideal surge de los esfuerzos combinados de todos (agricultores, productores industriales, comerciantes y consumidores) para vender al precio más alto y comprar al precio más bajo. Es la ley de la oferta y la demanda. Los que venden un bien intentarán lograr el precio máximo que el comprador esté dispuesto a pagar, y al mismo tiempo el comprador siempre buscará el lugar donde puede comprar a menor costo. Se trata de la necesidad de cuidarse a uno mismo, enriquecer y desarrollarse, porque al final, si todo el mundo lo hace, se contribuye a la estabilidad del mercado y al final, al bien común.
En este caso, sin embargo, Guterres hace una re-lectura de la frase de Smith. Dice que en tiempos de una pandemia no es suficiente que Dinamarca (por ejemplo) cuida sus fronteras y cura su población. Sin la intervención de agencias de salud a nivel mundial el virus va a extenderse por el mundo: -a los campos de refugiados en Siria, -a los hogares para los ancianos en Brasil, Venezuela, El Congo, Mumbai y Sri Lanka, -a los “slums” (barrios, rancherías) en todo el globo y -a las cárceles.
El problema para el bien común es que en estos lugares apartados el virus iría matando a millones de personas y extendiéndose finalmente de nuevo a Dinamarca. La complicación para Dinamarca (como metáfora para el mundo), es que ningún lugar puede aislarse. En algunos meses o años el Covid-19 puede regresar. Y las condiciones podría empeorar: las vacunas que han desarrollado y empleado en el primer mundo podrían quedarse inútiles, porque el Coronavirus podría llegar en una forma mutada y más virulenta.
Entonces el “interés propio esclarecido” necesariamente rebasa el mandato original que aconseja a cada quien cuidarse a sí mismo. Más bien cuidar a todo el mundo está en el interés propio de todos en el planeta. Si hay un barrio, un hogar para ancianos, una familia de indigentes o una tribu en la Amazonía que carece del cuidado médico apropiado, entonces todos perdemos.
Es un término que viene de Adam Smith (1776); ha sido siempre útil para rechazar los programas de beneficencia social. Smith nunca tomó esta posición. Más bien, propuso que el sistema económico ideal surge de los esfuerzos combinados de todos (agricultores, productores industriales, comerciantes y consumidores) para vender al precio más alto y comprar al precio más bajo. Es la ley de la oferta y la demanda. Los que venden un bien intentarán lograr el precio máximo que el comprador esté dispuesto a pagar, y al mismo tiempo el comprador siempre buscará el lugar donde puede comprar a menor costo. Se trata de la necesidad de cuidarse a uno mismo, enriquecer y desarrollarse, porque al final, si todo el mundo lo hace, se contribuye a la estabilidad del mercado y al final, al bien común.
En este caso, sin embargo, Guterres hace una re-lectura de la frase de Smith. Dice que en tiempos de una pandemia no es suficiente que Dinamarca (por ejemplo) cuida sus fronteras y cura su población. Sin la intervención de agencias de salud a nivel mundial el virus va a extenderse por el mundo: -a los campos de refugiados en Siria, -a los hogares para los ancianos en Brasil, Venezuela, El Congo, Mumbai y Sri Lanka, -a los “slums” (barrios, rancherías) en todo el globo y -a las cárceles.
El problema para el bien común es que en estos lugares apartados el virus iría matando a millones de personas y extendiéndose finalmente de nuevo a Dinamarca. La complicación para Dinamarca (como metáfora para el mundo), es que ningún lugar puede aislarse. En algunos meses o años el Covid-19 puede regresar. Y las condiciones podría empeorar: las vacunas que han desarrollado y empleado en el primer mundo podrían quedarse inútiles, porque el Coronavirus podría llegar en una forma mutada y más virulenta.
Entonces el “interés propio esclarecido” necesariamente rebasa el mandato original que aconseja a cada quien cuidarse a sí mismo. Más bien cuidar a todo el mundo está en el interés propio de todos en el planeta. Si hay un barrio, un hogar para ancianos, una familia de indigentes o una tribu en la Amazonía que carece del cuidado médico apropiado, entonces todos perdemos.
2.Creencias,
ciencia y la ética
Ahora más que nunca se evidencian las
distinciones entre la ciencia y las creencias porque el Covid-19 ha ensanchado
el abismo entre ambas maneras de pensar. Hay gente que “crea” que el virus no
exista, y otros que piensan que se trate de un arma de guerra que se escapó de
un laboratorio militar. Dicen que no confíen en las vacunas, que no piensen que
el virus sea tan contagioso o que sea una obra del diablo que sólo se cura con
ritos de culto.
La decisión de aceptar estas creencias es
sólo voluntario en cierto grado. Las personas “deciden” si van a buscar
evidencias, o evaluar las fuentes de la información que reciben, o si van a
apoyar sin crítica a lo que dicen sus políticos favoritos o clérigos. Aceptar una manera particular de determinar
la “realidad” es un acto profundamente ético* pero tiene muchos impedimentos; el
ser humano no goza por completo de la capacidad de libre albedrío, porque decidir y elegir nuestra
conducta no necesariamente proviene de una decisión consciente. Intervienen
múltiples influencias: -las enseñanzas que recibimos como niños, -la necesidad
de la estructura cognitiva y emocional, que en oportunidades se satisface con
los credos, -presiones sociales de parte de las familia y los grupos de referencia
y – la coerción que emana de los partidos políticos.
Una creencia colectiva no se limita a una
simple suma de las intencionalidades individuales. Ocurre el fenómeno de la
acción en equipo. Los participantes valoran su membrecía en algún grupo y
aceptan sus exigencias. En parte se trata de coerción y autoridad, pero también
la afiliación afectiva al grupo incluye la obligación de asemejarse a la
voluntad colectiva. Afirma Jujan Kraus (marzo, 2011) que por medio de una
especie de adaptación similar a la empatía, las personas asumen las intenciones
del grupo como si fuesen suyas, sin cuestionarlas.
“Los
agentes cooperan porque pueden adoptar una perspectiva de orden superior sobre
lo que sería óptimo para el grupo, aun si la decisión va en contra sus mejores
planes individuales. Si esto es cierto, es plausible considerar que, en los
grupos que se caracterizan por asimetrías y desbalances en el poder, los
agentes individuales pueden ser persuadidos a seleccionar una estrategia que no
sólo se opone a sus propios interés, sino que también no es óptima para el
grupo en sí. (Krause, p. 5).
Pienso en la gente que participa en
manifestaciones, por ejemplo en las de Michigan en los Estados Unidos en la
última semana de abril en el 2020. Los militantes estaban armados con rifles
automáticos, y demandaban el fin de la cuarentena que las autoridades locales
habían impuesto para proteger a la población del contagio del Covid-19; ellos
exigían su “derecho” a volver a trabajar. Lo hacían en tropeles de personas sin
máscaras protectores a pesar de que éste sea uno de los estados más afectados
por el virus en aquel país. Algunos de los miembros de la legislatura estatal se
protegían con chalecos ante-bala. El presidente nacional en Washington les
había llamado a “liberar su estado” del partido opositor que
actualmente gobierna allí, y los que reclamaban “justicia” obedecían esta
consigna, exponiéndose al contagio y sacrificándose por objetivos ajenos a su
propio bienestar. Esta actitud va más allá de las creencias individuales de los
manifestantes.
¿Por qué se sentían la necesidad de llegar
provistos de armamento? Creo que la respuesta más inmediata es que querían
mostrar un poder potencial que rebasaría cualquier fuerza electoral. Hay dos
mensajes en este tipo de conducta. Primero su comportamiento está destinada a
demonstrar su omnipotencia como grupo, y segundo, por debajo de este pretendido
poder hay una evidente deseo de sentirse protegidos. Este segundo mensaje es
una indicación de miedo, pero ¿miedo de qué? ¿Contra quiénes habría que
demostrar su capacidad de acción letal?
Con respecto a la exposición del armamento
hay una evidente amenaza. El contenido de la intimidación no está explícito,
pero los manifestantes estaban en el edificio legislativo del estado y
confrontaban a los legisladores. Es absurdo pensar que iban a obligar a los
parlamentarios a votar allí mismo a favor de sus reclamos, pero no es
descabellado imaginar que anhelaban amedrentar en algo al partido de la
oposición.
Por otro lado, si el armamento tenía el
propósito de protegerlos ¿quiénes los amenazaban? Primero hay que notar que los
manifestantes eran todos de raza blanca, y el prejuicio racial estadounidense
está bien documentado. La exclusión social se relaciona estrechamente con el
miedo de pérdidas económicas y de prerrogativas sociales. También en la
programación reciente de emisoras como la CNNI se han ido denunciando la
vulnerabilidad exagerada de las personas de color y los indígenas americanos
frente al Covid-19. Es probable, pero no tengo datos, que estos grupos
vulnerables favorecerían a una prolongación de la cuarentena actual, y los
manifestantes exigían la abertura de la economía. Ha habido manifestaciones
recientes en que grupos que apoyan la ideología de la supremacía blanca han
desfilado armados por las ciudades de este país para atemorizar a los judíos,
los musulmanes y a las personas de color.
Las implicaciones éticas están a la vista.
Se trata de claras violaciones de la ética democrática que proclama que la
acción política debe estar ubicada en las urnas de votación y en la
deliberación no-inhibida de los cuerpos legislativos cuyos miembros son
elegidos por la población.
La dominación de unos sobre otros es un
fenómeno grupal de mucha antigüedad. Su relación con el acaparamiento del poder
y demás recursos es evidente. Y sin embargo, la argumentación es el arma
principal de la democracia: las conversaciones sustituyen el traqueteo de los
sables en el campo de batalla. La lógica de la negociación se contrapone a la
inmediatez de las sublevaciones y ocupaciones militares. La participación de
los sublevados es complejo ya que no sólo tiene que ver con el afán de obediencia
grupal y la conformidad, sino también con la anuencia auto-destructiva creada
por razones de identidad social. Desde el tiempo de las tribus ha sido
necesario identificar estrechamente con el grupo. Hoy en día, sin embargo,
nuestras identidades son más complejas, y la obediencia del rebaño puede causar
mucho daño a los integrantes individuales, sobre todo cuando dicha obediencia
aumenta la posibilidad de contagio en tiempos de epidemia.
La
psicología de la ciencia y creencia
Según la Real Academia Española, una
creencia al nivel individual es: 1. Un firme asentimiento y conformidad con
algo, 2. El completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguros o
ciertos y 3. una religión o doctrina. La Real Academia no clarifica las bases
del asentimiento, conformidad o crédito que los sostienen.
Es
necesario ir a fenómenos colectivos para encontrar estos soportes, y la
psicología social ofrece algunas explicaciones. Los estudios sobre el
construccionismo (Gergen, 1985) examinan las creencias de fondo que toda
sociedad mantiene, pero este caso trata
de creencias restringidas a grupos particulares y a veces son efémeros. Por su
parte Moscovici y Hewstong (1984) hablan de las “representaciones sociales”,
las cuales tienen estructuras definidas que caracterizan las creencias
colectivas en agrupaciones grandes y pequeñas. Moscovici (1979) también habla
de las “minorías activas” y muestra cómo algunos individuos pueden romper su
conformidad y fomentar la disidencia a las consignas de los militantes. Lo que
nos interesa aquí, sin embargo, es la dinámica de la auto-anulación que demanda
el grupo, y la voluntad que tiene el mismo individuo en colaborar en esto.
Parte de esta obediencia proviene de la
tercera acepción de la Real Academia citada arriba, que trata de la religión o
doctrina, pero puede provenir de casi cualquier fuente, incluso las cadenas de
chismes del vecindario o los anuncios en Twitter. Faltando una disciplina para
cerciorar la veracidad, los “creyentes” no tienen cimientos firmes para sus
convicciones, y no los buscan.
Preguntamos ¿por qué las personas carecen de la voluntad de averiguar
sobre algo que puede para ellos significar la diferencia entre la vida y la
muerte?
Las religiones se apoyan en cuerpos
doctrinarios y muchas veces éstos son aceptados como revelaciones divinas que
han sido recopilados en libros sagrados. Aunque la interpretación que se dé
luego a estos documentos originales pueda ser dispersa, es el deber de los
miembros de una secta adherirse a los credos que provienen de su propio culto,
y rechazar los de los otros. Lo mismo pasa con los partidos políticos y grupos
que se forman alrededor de una convicción.
Libertad
de culto.
Desde los tiempos de la Ilustración en
Europa, especialmente en Francia, y sobre todo con el inicio de las democracias
modernas, hemos cuestionado las verdades transcendentales, especialmente cuando
influyen en el quehacer de los gobiernos. Téllez (2011) habla de:
“… la
vía especulativa abierta por la ilustración queda embridada por un impulso
político: la sustitución del Regnum Dei por el regnum hominis, lo que en
términos de pretensión jurídica significa denegar a la fe cristiana el derecho
de regir/inspirar el orden político y la moral pública. La ilustración puede
ser caracterizada, en este sentido, como “el desplazamiento de atención hacia
el hombre, la apropiación crítica de las representaciones de dios y su
transformación constitutiva por parte de la razón moderna” (p. 229).
Este cambio abrió paso a la idea de la
tolerancia y la libertad de conciencia y culto (Voltaire, 1763-1766). Se trata
de un importante hito con respecto al pensamiento grupal, porque las
democracias que nacieron después establecieron los derechos de todos los cultos
para existir, y fundaron la norma de la tolerancia legal de sus credos,
opiniones y creencias; se trata del nacimiento del derecho a las
diferencias. Al reconocer más tarde el
legítimo derecho de los partidos políticos en su afán de participar en el poder
(democrático), la Ilustración europea les negó a todos la capacidad de
proclamarse los únicos portadores de la verdad absoluta. Esta es el fundamento
más importante de las democracias. Dentro de ellas conviven grupos que se creen
portadores únicos de la verdad, pero en el sistema -como una estructura global-,
ellos quedan como islotes tolerados pero incapaces de imponer sus ideas sobre
los demás. Lo que pueden hacer es
intentar persuadir a las otras personas que tengan razón.
De igual manera, cuando la población de un
país valoriza los métodos claros y lógicos de la ciencia y la filosofía en
general, esta convicción se extiende a la confianza en la evidencia y el
pensamiento nomotético*** en el mundo social y político. Uno de los grandes
logros del Renacimiento ocurrió cuando en Occidente aprendimos a confiar en
nuestra capacidad de entender al mundo y organizarlo según nuestros propios
términos.
Pero no ha sido fácil: al final de la Edad
Media la lucha entre “creer” en un universo ptolemaico, y “entenderlo” según el
modelo copernicano, le costó muy caro a Galileo Galilei. La distinción entre
estos dos verbos, “creer” y “entender”, es clave en el humanismo, una de las
fuentes principales de la democracia. La disputa entre la tradición y la
ciencia es larga. Los tradicionalistas envenenaron a Sócrates; en otro ejemplo,
una horda de cristianos despedazó a Hypatia en 415 d.C. en Alexandria. Era una
erudita del pensamiento platónico y matemática. También el empirista Roger
Bacon fue apresado cerca a 1279 y probablemente murió encarcelado. Igualmente
Giordano Bruno (1548-1600) era un astrónomo y poeta que fue quemado vivo en
1600 por la Inquisición.
Del mismo modo en tiempos más modernos ha
habido estos conflictos, como por ejemplo: a) entre la evolución darwiniana por
un lado y la idea del “diseño divino” o “diseño inteligente”, y b) entre la
teoría del “Big Bang” del comienzo del universo y la leyenda del Jardín de Edén
de Génisis en el Viejo Testamento.
Las nuevas autoridades son la ciencia y las
matemáticas; se erigen sobre las razones de sus pronunciamientos; la ciencia
nunca pretende haber hallado la verdad definitiva sobre un tema; se limita a
demostrar sus razonamientos, siempre sujetos a la refutación posterior. Son
disciplinas que por lo general rechazan la formación de grupos que se
desarrollan alrededor de creencias que carecen de fundamentos. Podríamos decir
que los científicos obedecen a la vez a una ética y una epistemología: obedecen,
desde una posición ética bastante individualista, a raciocinios incorporados
sistemáticamente en un cuerpo complejo de reflexiones y métodos que nunca
apelan a una autoridad, tradición o arcaísmo.
La ciencia se basa en la lógica y las “evidencias”, y sus
pronunciamientos siempre son diáfanos y transparentes; son hallazgos susceptibles
a ser rechazados al producirse nuevas pruebas.
En esto contrastan con los grupos de pensamiento tribal: hoy en día
ningún científico va a defender la existencia del “éter”, pero hay sectas cuyos
miembros todavía afirman que la Tierra sea plana.
La ciencia no está accesible para todo el mundo
porque ella requiere entrenamiento para entender sus métodos y el lenguaje de
sus hallazgos. Cuando un investigador explica que sus resultados son confiables
en el grado p = <.01, está refiriendo a los valores precisos de la certeza
que se pueden tener en estos resultados, y se entiende, además, que ellos
dependen de factores como el tamaño de la muestra, el uso de grupos de control
y otras técnicas que permiten llegar a este nivel de confianza. Las personas
excluidas de comprender estos métodos pueden preferir al mundo más igualitario
de las opiniones que carecen de soporte.
3.Covid-19,
las falsas noticias y el ambiente
Hay variados mensajes que llegan por
Internet sobre los supuestos orígenes del Covid-19 y sus características.
Algunos afirman, por ejemplo, que en realidad no es una epidemia relacionada
con causas “naturales”, sino que se trata de un arma de guerra biológica
producida en los Estados Unidos y empleada contra los chinos. No sé si
estos avisos salgan de las imaginaciones sobre-calentadas de personalidades
paranoides, o si estén dirigidos a fomentar el miedo y la desconfianza en la
población por razones ocultas. Siempre hay intereses políticos que
florecen en ambientes de sospecha y reconcomio.
Estos mensajes son peligrosos en varios sentidos. Lo peor es que ellos alejan nuestra atención de los verdaderos culpables de las pandemias. Y nos alejan de un principio ético que extiende el respeto que debemos al Otro al ambiente físico. Kant dijo que no hay que tratar al Otro como una “cosa”, y se puede considerar al aire, a los bosques y a los animales como cosas. Sin embargo estamos aprendiendo que el contorno físico es metafóricamente un organismo gigantesco que nace, respira y muere, aunque lo hace más lentamente que nosotros. Merece nuestro respeto.
Estos mensajes son peligrosos en varios sentidos. Lo peor es que ellos alejan nuestra atención de los verdaderos culpables de las pandemias. Y nos alejan de un principio ético que extiende el respeto que debemos al Otro al ambiente físico. Kant dijo que no hay que tratar al Otro como una “cosa”, y se puede considerar al aire, a los bosques y a los animales como cosas. Sin embargo estamos aprendiendo que el contorno físico es metafóricamente un organismo gigantesco que nace, respira y muere, aunque lo hace más lentamente que nosotros. Merece nuestro respeto.
La ciencia nos dice que la responsable
inmediata de estas enfermedades sería la práctica de capturar, enjaular y luego
comer animales silvestres como monos y murciélagos. En su ambiente
originario los murciélagos tienen un papel ecológico muy importante en el
control de las poblaciones de mosquitos y otros insectos. Pero al encerrar
múltiples animales en jaulas pequeñas, como se hace en muchos mercados
populares del mundo, se aumenta el peligro de contagio. Esto ocurrió en el caso
particular del origen del Covid-19, en los mercados de Wujan, en la
China. En estos comercios se crean las condiciones ideales para la
multiplicación y la diseminación de tipos desconocidos de virus. De modo
similar se sospecha que la ingesta de carne de animales salvajes contribuyó a
la epidemia de Ebola en 1976, “cuando se produjeron dos brotes simultáneos:
uno en Yambuku, aldea próxima al río Ebola, en la República Democrática del
Congo, y la otra en una región remota de Sudán” (Organización Mundial de
Salud, 2017, sección 1, párrafo 2).
Los virus exóticos se reproducen rápidamente entre los animales contenidos en los espacios reducidos de almacenamiento, a pesar de que hayan sido previamente excepcionales en la especie. De este modo se aumentaría la tasa de infecciones entre ellos aunque en la naturaleza hayan sido infrecuentes. Si las personas se acercan a los animales así confinados, es una invitación al desastre entre los seres humanos.
El segundo peligro es ignorar el cambio ambiental. Han detectado virus prehistóricos en los hielos derritiéndose en el Polo Norte. Todavía no se sabe qué podría ocurrir si estos virus llegan al agua que consumen las personas que viven en esta región. Dice Fox-Skelly (31/5/2017) de la BBC que: “El cambio climático está derritiendo los suelos del permafrost -la capa de suelo permanentemente congelada en las regiones polares-, liberando virus y bacterias antiguos que han permanecido latentes y vuelven a la vida” (párrafo 4). Además, continúa la autora, infecciones mortales más recientes de los siglos XVIII y XIX pueden volver a raíz de los deshielos de la tundra en Siberia. La viruela por ejemplo, una enfermedad que se pensaba eliminado, podría volver, con consecuencias espantosas considerando que desde hace décadas la población joven no esté inoculada contra ella.
El tercer peligro es que se olvida de las situaciones creadas por la invasión humana de hábitats naturales, antes internamente coherentes, donde han vivido animales con sus propios ecosistemas. Algunos animales, bacterias y virus se extinguen cuando sus ambientes cambian, pero otros se multiplicarían. La pérdida de un ecosistema puede conducir al desarrollo de otro entorno en el cual puede haber peligros no conocidos todavía. También puede pasar que la vida que prosperaba antes en un lugar se destruye totalmente dejándolo inhóspito para todos los seres vivos. John Vidal (17/3/2020) describe como las enfermedades zonticos están entrelazados más y más con los cambios ambientales y la conducta humana. La destrucción de los bosques primitivos a causa de la industria maderera, la minería y la construcción de las vías de penetración y viviendas tiende a aumentar el contacto entre las personas y especies de animales que antes vivían más alejados (Vidal, 17/3/2020).
Desde el Siglo XX contamos con un sistema de salud siempre más eficaz. La gente del siglo XIV no supo nunca la causa de la Peste Negra. Desde hace casi dos siglos la ciencia comenzó a entender a los orígenes de las enfermedades y las maneras de controlarlas. Esto implicaba conocer cómo se evolucionan las bacterias y los virus, cómo se introducen en el cuerpo humano y cómo lo modifican. Al ignorar la ciencia y construir teorías falsas de conspiraciones empobrecemos el discurso que necesitamos para manejar estas crisis. Como señala Harari (21/3/2020) si antes los pueblos culpaban a los dioses por las epidemias, ahora “a los científicos les tomó solo dos semanas identificar el nuevo coronavirus, secuenciar su genoma y desarrollar una prueba confiable para identificar a las personas infectadas” (p. 2). “Creer” en la ciencia no es un acto de ciega aceptación; es más bien el resultado de una manera disciplinada e informada de averiguar qué está pasando y cómo reaccionar.
Cuando nosotros, tanto la gente común como las personas en posición de mando, sólo cuenta con información dudosa, las respuestas tienen que ser más precarias. A veces las emergencias y las pandemias dejan las personas sin recursos psicológicos y por esto buscan sus respuestas en soluciones arcaicos, en mitos, leyendas y costumbres irracionales. Recibí un mensaje por Internet de un vecino que comenzó así: “Prepárate a ver cosas grandes y ocultas que tú no conoces...” y seguía con alusiones bíblicas sobre castigos divinos para castigar los pecados del mundo. Este hombre no está para nada preparado para buscar una resolución racional a la crisis del Covid-19 que vivimos en la actualidad.
El ambiente y el Covid-19
Los virus exóticos se reproducen rápidamente entre los animales contenidos en los espacios reducidos de almacenamiento, a pesar de que hayan sido previamente excepcionales en la especie. De este modo se aumentaría la tasa de infecciones entre ellos aunque en la naturaleza hayan sido infrecuentes. Si las personas se acercan a los animales así confinados, es una invitación al desastre entre los seres humanos.
El segundo peligro es ignorar el cambio ambiental. Han detectado virus prehistóricos en los hielos derritiéndose en el Polo Norte. Todavía no se sabe qué podría ocurrir si estos virus llegan al agua que consumen las personas que viven en esta región. Dice Fox-Skelly (31/5/2017) de la BBC que: “El cambio climático está derritiendo los suelos del permafrost -la capa de suelo permanentemente congelada en las regiones polares-, liberando virus y bacterias antiguos que han permanecido latentes y vuelven a la vida” (párrafo 4). Además, continúa la autora, infecciones mortales más recientes de los siglos XVIII y XIX pueden volver a raíz de los deshielos de la tundra en Siberia. La viruela por ejemplo, una enfermedad que se pensaba eliminado, podría volver, con consecuencias espantosas considerando que desde hace décadas la población joven no esté inoculada contra ella.
El tercer peligro es que se olvida de las situaciones creadas por la invasión humana de hábitats naturales, antes internamente coherentes, donde han vivido animales con sus propios ecosistemas. Algunos animales, bacterias y virus se extinguen cuando sus ambientes cambian, pero otros se multiplicarían. La pérdida de un ecosistema puede conducir al desarrollo de otro entorno en el cual puede haber peligros no conocidos todavía. También puede pasar que la vida que prosperaba antes en un lugar se destruye totalmente dejándolo inhóspito para todos los seres vivos. John Vidal (17/3/2020) describe como las enfermedades zonticos están entrelazados más y más con los cambios ambientales y la conducta humana. La destrucción de los bosques primitivos a causa de la industria maderera, la minería y la construcción de las vías de penetración y viviendas tiende a aumentar el contacto entre las personas y especies de animales que antes vivían más alejados (Vidal, 17/3/2020).
Desde el Siglo XX contamos con un sistema de salud siempre más eficaz. La gente del siglo XIV no supo nunca la causa de la Peste Negra. Desde hace casi dos siglos la ciencia comenzó a entender a los orígenes de las enfermedades y las maneras de controlarlas. Esto implicaba conocer cómo se evolucionan las bacterias y los virus, cómo se introducen en el cuerpo humano y cómo lo modifican. Al ignorar la ciencia y construir teorías falsas de conspiraciones empobrecemos el discurso que necesitamos para manejar estas crisis. Como señala Harari (21/3/2020) si antes los pueblos culpaban a los dioses por las epidemias, ahora “a los científicos les tomó solo dos semanas identificar el nuevo coronavirus, secuenciar su genoma y desarrollar una prueba confiable para identificar a las personas infectadas” (p. 2). “Creer” en la ciencia no es un acto de ciega aceptación; es más bien el resultado de una manera disciplinada e informada de averiguar qué está pasando y cómo reaccionar.
Cuando nosotros, tanto la gente común como las personas en posición de mando, sólo cuenta con información dudosa, las respuestas tienen que ser más precarias. A veces las emergencias y las pandemias dejan las personas sin recursos psicológicos y por esto buscan sus respuestas en soluciones arcaicos, en mitos, leyendas y costumbres irracionales. Recibí un mensaje por Internet de un vecino que comenzó así: “Prepárate a ver cosas grandes y ocultas que tú no conoces...” y seguía con alusiones bíblicas sobre castigos divinos para castigar los pecados del mundo. Este hombre no está para nada preparado para buscar una resolución racional a la crisis del Covid-19 que vivimos en la actualidad.
El ambiente y el Covid-19
En lo que sigue considero dos aspectos más de
la relación entre el ambiente y las pandemias. El primero es la relación entre
nuestras industrias y el mundo natural, la cual se evidencia ahora por la reducción
de contaminantes mientras dure la actual cuarentena debido al Covid-19. La
segunda tiene que ver con las condiciones ambientales que favorecen el
desarrollo de pandemias.
Estamos viviendo una pandemia nueva este
año. Ella ha motivada a la gente a protegerse por medio de una cuarentena y el
uso de técnicas de distanciamiento social. Todo esto ha producido algunos
cambios en nuestra relación con el mundo natural.
En una entrevista en la CNNI con David
Frederick Attenborough, Christiane Amanpour (22-4-2020) le preguntó sobre los
cambios inducidos por el encierro, y la disminución en el uso de combustible.
Attenborough contestó que los pájaros están cantando con más volumen. Yo los
había sentido más bullosos en mi porche, pero creía que era un efecto del
silencio. En general, hay menos contaminación en todo el mundo. Por la primera
vez en muchos años se puede ver la montaña Everest desde la India, y la Aconcagua
desde Santiago de Chile. Animales como ciervos deambulan por las ciudades, las
grandes tortugas regresan a desovar en playas desde Tailandia hasta Florida en
los Estados Unidos, y los pingüinos
caminan libremente por Cape Town and Simon’s Town en África del Sur.
Estas manifestaciones bucólicas tienen una
relación directa con nuestra crisis económica. No estamos produciendo dióxido
de carbono. Mientras nos quedemos en casa sin sacar el carro y sin montar en
aviones, el precio del petróleo ha caído a niveles nunca vistas porque nadie
usa combustible para trasladarse. Las empresas de aviación confrontan la
bancarrota. La compañía petrolera West Texas tuvo que pagar para que llevasen
el crudo que había sacado de sus pozos, porque no pueden cerrar las bombas de producción,
y ya no tiene donde almacenarlo. Para esta corporación el valor de su petróleo
es menos que cero. El promedio del precio de petróleo en los cuatro índices
principales** es sólo U.S. $18,48. Hay mucha preocupación en el mundo
financiero, sobre todo entre los países que han construido sus economías
nacionales en base a los ingresos que perciben de la venta de este producto.
Son las dos caras ambientales de la
cuarentena. Los ambientalistas celebran la disminución de la contaminación
atmosférica (7 por ciento según Attenborough), pero la economía en general,
tanto para las mega compañías internacionales como para los negocios pequeños,
está agonizando.
En las fuentes de información que tengo yo
no veo una juiciosa reconsideración de las bases contaminantes del sistema de
la producción mundial, sólo ansiedad para volver a las condiciones anteriores a
esta crisis, junto con una cierta ternura pasajera para los animalitos en las
calles. Es evidente que los productores de petróleo, las refinerías, los transportistas
de combustible y los vendedores de productos basados en los hidrocarburos no
desearían ver mermados sus intereses. Y para nosotros, los consumidores, si
bien aplaudamos el regreso de peces a los canales de Venecia y las abejas y los
ciervos a los parques urbanos, pocos de nosotros estaríamos dispuestos a
abandonar definitivamente a nuestros queridos vehículos de combustión interna.
Sin embargo, esta semana dijo Fareed
Zakaria (22/4/2020): “actualmente trasluce que las compañías tendrán que acelerar
sus planes de reestructuración” Después de la caída del precio del petróleo
esta semana, la junta editorial de los Financial Times escribe que cambios más
grandes están en el horizonte ya que un punto de inflexión podría causar una
disminución permanente en la producción….
La debacle actual significa que
las compañías tendrán que acelerar sus planes de reestructuración (párrafo
4).
Los grandes intereses forman obstáculos
formidables a cualquier cambio a favor de la reducción del dióxido de carbono
en la atmósfera, pero posiblemente, dada las caídas en ventas e inversiones en
la bolsa de valores, ellos se darán cuenta que hay que hacer cambios. Es
necesario ir buscando soluciones que tomen en cuenta el valor de estas
industrias para la economía mundial mientras construyamos respuestas distintas
y viables.
Para resguardar el planeta del CO2, lo más
sencillo es la siembra masiva de árboles y la recuperación de los bosques y las
selvas. Es decir, la industria petrolera no tendría que eliminarse de golpe. También
hay unas tecnologías para capturar este gas invernadero y emplearlo
industrialmente, y otras para producir energía no contaminante. Existen
vehículos eléctricos. Hay que sustituir el sistema de agricultura basado en
grandes extensiones de tierra y limitar la producción y consumo de carne.
Deberíamos estar reflexionando igualmente
sobre esta otra crisis que yace amenazante debajo de la de Covid-19. Nuestra
relación con el ambiente es también responsable por casi todas las pandemias de
la historia. La Peste Negra vino con las infestaciones de pulgas en las ratas a
las ciudades medievales. En general las pandemias se relacionan con la
concentración de las poblaciones urbanas en condiciones de cierta
insalubridad. Desde tiempos
prehistóricos hasta nuestros días las densas calles europeos y orientales han
sido caldos de cultivo. Los cuentos del Decamerón originaron en la imaginación
de Giovanni Boccaccio, pero su fuente fue un brote de la peste negra en el año
1348 en Florencia. En tiempos modernos, desde la peste de Londres en el siglo
XVII, hasta la de Marsella en el siglo XVIII, y desde la epidemia mundial de
influenza en los siglos IXX y XX, hasta el virus del polio en el siglo XX, las
concentraciones de poblaciones apiñadas en las ciudades han influido en nuestra
salud.
Un caso que merece análisis especial fue el
brote de cólera en Londres en 1854, llamado el Brote de la calle Broad; en este
caso una pompa colectiva de agua se contaminó con el agua del Río Támesis; fue
la primera vez que se pudo entender y luego controlar a una epidemia debido a
indagaciones modernas usando métodos científicos y estadísticos.
También el contagio puede ocurrir desde una
población que ha desarrollado defensas contra una enfermedad a otra que no esté
inmune, por ejemplo las plagas de sarampión que los europeos pasaron a los
indígenas americanos.
Nuestra relación con la naturaleza afecta
nuestra vulnerabilidad. Casos abundan, pero de los más recientes, el brote de
ébola y la pandemia de covid-19 en el siglo XXI, tuvieron orígenes similares. Ambos
se iniciaron con el consumo de animales silvestres. Estas reflexiones sobre la ética,
la relación entre el ambiente y la salud son necesariamente limitadas. Pero
aquí hay dos aspectos importantes de nuestra experiencia actual que tienen que
ver con el bienestar. Primero, cuando nos aislemos del ambiente y dejemos de
contaminarlo, el contorno comienza a sanarse. Debemos reconsiderar nuestra
presencia como homo sapiens en relación con el resto del planeta; es algo que
nos ataña en lo más íntimo, es decir con nuestra propia felicidad y
prosperidad. Segundo, tenemos ejemplos en pandemias del pasado que demuestran
que cuando irrespetemos esta relación, el efecto puede ser pernicioso para
nosotros.
Reflexiones
finales
La ética de las pandemias recae sobre un
principio fundamental: el respeto para el prójimo. En este caso hay tres
categorías dentro de la idea del Otro: primero se trata de reconocer las
necesidades de las personas concretas, los miembros de la familia, el
vecindario y en general, los grupos de personas que frecuentamos. Segundo
pensamos en la población en abstracto, es decir los habitantes de las ciudades,
países y por extensión, el mundo. La tercera categoría es más genérica aún;
referimos al ambiente, específicamente a los animales, a los bosques, a la
construcción de los hábitats humanos y a las condiciones climáticas.
Podemos apreciar la necesidad de concebir
al individuo inmerso en varios niveles concéntricos de pertinencia. No se trata
de altruismo, aunque esta calidad humana tiene un papel importante en el
desarrollo de nuestras relaciones con los demás. Refiero más bien al uso que Antonio
Guterres dio al término de Adam Smith, "Interés propio esclarecido”. En
estos tiempos el “interés propio” tiene que incluir todos los círculos de convivencia
que tienen los individuos.
En la película de John Guare (1996), “Seis
grados de separación” se retrata una farsa de intriga en que un personaje, Paul
Poitier (Will Smith) elabora un ardid para engañar a una pareja acaudalada, Louisa Kittredge (Stockard Channing) and John
Flanders Kittredge (Donald Sutherland). El engaño consiste en convencerlos que
él está íntimamente relacionada con todas las personas que ellos conocen,
incluyendo a sus propio hijos. Llega a su casa como un desconocido, pero en la
conversación que sigue, Poitier va descubriendo estas relaciones con fingido
asombro y sorpresa. Sin entrar más en el argumento de la película, el concepto
de los “seis grados de separación” es interesante para nuestras reflexiones en
este capítulo. La tesis básica es que cualquier persona en el planeta tendrá
alguna relación con cualquier otra persona con sólo cinco conectores. Estos
enlaces pueden ser de los más variados: relaciones de parentesco, de negocios,
de amistades, de vecindad, de historia compartida u otro. Hoy en día tal vez
podríamos añadir las conexiones por Internet. Por ejemplo, según este
planteamiento, yo personalmente podría trazar una hipotética conexión con un
campesino ruso cuyo su bisabuelo (1) vivía en una hacienda que fue invadido por
un soldado de Napoleón Bonaparte (2) que tuvo un hijo (3) que se mudó a
Michigan (4) y que conoció a mi madre en la universidad (5). Lo fantasioso de
esta noción es divertido, pero nos conduce a algo más importante: todos estamos
relacionados. Hoy en día la relación es inmediata: el migrante que trae el
Covid-19 de la China (o de Italia o de Colombia) puede contagiar a mi familia.
Ahora nuestra reacción no debe reducirse a
una simple cuarentena protectora o un rechazo xenofóbico al Otro. Se trata de
redes de interconectividad que vinculan todos los niveles concéntricos de
pertinencia. La familia, los vecinos de la comunidad Club de Campo, los
habitantes de Caracas, y la sequía que proviene de los cambios climáticos,
todos son todos factores en nuestra convivencia. Si hay alguien que carece de
comida, de medicinas o techo, esto me afectará. Pero más aún: la solución para
la pandemia va a llegar de los esfuerzos combinados y compartidos de los
científicos, los médicos y enfermeros, los políticos, las fuerzas de orden y la
gente común que se pone una máscara para proteger a los demás.
El sistema mundial de salud todavía tiene
dificultades en lograr la cooperación de los países y agencias que pueden
controlar la pandemia. Requerimos un procedimiento de cooperación
internacional, previamente elaborado y capaz de responder instantáneamente por
todo el mundo cuando aparezca una nueva amenaza. Tiene que haber un plan que
haga funcionar en seguida a las técnicas de aislamiento y detección, y a corto
plazo el desarrollo de medicamentos eficaces y vacunas preventivas.
Y finalmente, este tipo de emergencia
conviene a los tiranos porque pueden imponer controles que en tiempos
“normales” serían imposibles.
Notas:
*Nos acordamos a
Sartre. Sartre propone el aislamiento
ontológico de la persona alienada: sin embargo, proclama que el individuo aislado no puede bastarse a
sí mismo o resolver la contradicción básica de la vida. La “conciencia infeliz”
es un término hegeliano que Sartre emplea para referir a una conciencia
dividida o extraviada, una situación inevitable del ser humano, la cual en
Sartre no se puede superar. En Freud aparece como la división entre la
consciencia e inconsciencia, y en Marx aparece como la separación entre la
conciencia científica y la ideología. Es una especie de nihilismo. Aunque
Sartre aceptó el nihilismo como una condición inevitable de la vida (en, por
ejemplo, El ser ye la nada),
dedicó apasionadamente una gran parte de
su vida a la política. A pesar de que
dijo que hubiera sido lo mismo si fuera a emborracharse en vez de
comprometerse, en El existencialismo es un
humanismo retractó en algo la desesperanza de sus primeras afirmaciones.
**WTI Crude, Brent Crude,
Mars US, Opec Basket, listados por Oil Price.com a las 8:00 am el 23 de abril
*** Pensamiento
nomotético: pensamiento regido por reglas, aquello que busca regularidades en
el mundo natural y social, independientes de los dictámenes de los dioses, o de
las excentricidades del deseo.
Referencias
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