lunes, 18 de agosto de 2008

Frankenstein


Portrait of Mary Shelly taken from here

English

This is a continuation of my reflections about the imagery of power. This time I explore the power of knowledge in an essay related to the Heisenberg / Bohr encounter in Michael Frayn's play Copenhagen that I considered below.

Ever since Eve ate the apple, we humans have rushed, foolhardy, from the Garden of Eden. Mary Wollenstonecraft Shelly described one aspect of this foolishness in 1818 in FRANKENSTEIN or the Modern Prometheus .

It tells the story of Dr. Frankenstein, a Swiss doctor and scientist who used electrical discharges to create a living being out of pieces of several human corpses. The doctor is a complex figure that expresses a terrible scientific imagery: in his eagerness to widen the borders of knowledge, he oversteps the limits of acceptable ethics. It has been said that he wanted to play God, that is to say, to go where angels fear to tread. In this figure we have a deep, modern dilemma: knowledge that opens the doors to evil.

The good doctor becomes a fallen angel: expelled from the venerable he becomes infamous.

He immediately realizes that his creation is horrifying and flees from his laboratory. Meanwhile, the monster thus created also flees and disappears. His terrible aspect provokes fear, opprobrium, and violence in the local citizens and they form vigilante mobs to hunt and to kill him.

The creature, who originally only wanted to get along with others, has nevertheless been “born” deformed and is condemned in spite of his initial will to live with gentility and amiability. He reacts to the cruelty he receives with hatred and the desire for revenge.

All the same, at heart the monster is only a tragic, solitary being who wants company, and when he realizes that he cannot have this with human beings, he gets the idea that Frankenstein might make him a "wife", a companion that is similar to himself. After meeting up with his “creator” by chance, he asks for this favor. First the doctor agrees, but soon he becomes frightened at the prospect of repeating his frightful experiment. He decides to destroy his first ominous production. Finally, in the far, cold north, the creature decides to immolate himself in an act of final and bitter sacrifice.

Shelly wrote the book when science’s efficiency in questioning old beliefs was increasing dramatically. It seemed that people were allowed to glimpse the secrets of the universe. At the same time technology promised “progress”: a glorious, new stage for the humanity that perhaps could end disease, revolutionize transport, make hunger disappear and illuminate the dark.

Both flanks of knowledge, the theoretical and the applied, have always had their dark sides. Mainly technology brought the misery that accompanied the displacement of millions of people to the cities as a by-product of the industrial revolution. This was the same misery that was going to inspire to people like Karl Marx to denounce economic exploitation.

Science always has had its dark side: the Greeks even imagined a horrible punishment for Prometheus who had brought the gods’ fire to human beings. The church constantly has suspected alchemy, the work of Galileo, the evolution of the species….

But it is important to recognize the difference between anti-scientific fanaticism and a rational fear of scientific irresponsibility. Modern science and technology have been approaching Frankenstein’s imagery with remarkable rapidity: fosil-fuel engines - that contribute to the global warming-, possible human cloning, the creation of human/animal hybrids, atomic energy, the colonization of other planets….

The ethical and strategic limits of scientific research constitute a permanent and legitimate preoccupation. In an anonymous Internet essay the authors suggest the need for “scientific patience” as breaking mechanism on our blind race towards the possible. This, of course, can only be enforced by the scientists themselves. The reality principle makes us doubt we will be able to escape Dr. Frankenstein's lust for knowledge and professional glory.

Español

Foto de Boris Karloff como el monstruo
del Dr. Frankenstein tomada de aquí


Este ensayo es una continuación de mis reflexiones sobre el imaginario del poder. Esta vez exploro el poder del conocimiento, una continuación de lo que inicié abajo sobre el encuentro entre los doctores Heisenberg y Bohr en la obra teatral de Copenhague de Michael Frayns.

Desde que Eva mordisqueó aquella manzana, nosotros, los seres humanos nos hemos empeñado en escapar del Jardín de Eden. En el mismo espíritu Mary Wollenstonecraft Shelly escribió Frankenstein o el Prometeo moderno , una novela de horror en 1818.

Se trata de la historia del Dr. Frankenstein, un médico y científico suizo que empleaba descargas eléctricas para crear un ser vivo a partir de los despojos de varios cadáveres humanos. El doctor es una figura compleja que recoge un terrible imaginario científico: en su afán de ensanchar las fronteras del conocimiento, traspasa los límites de lo éticamente aceptable. Se dice que quiso jugar a Díos, es decir, actuar en áreas que rebasaban su capacidad de hacer el bien. En esta figura tenemos un dilema de profunda modernidad: el conocimiento que, al margen de la moralidad, abre las puertas al mal. El buen doctor se convierte en el ángel caído: expulsado de los venerables de la humanidad, se convierte en un infame.

El doctor se da cuenta en seguida del aspecto horroroso del engendro y huye de su laboratorio. Mientras tanto, el monstruo así creado también huye y desaparece. Su aspecto espeluznante suscita reacciones de miedo, oprobio y violencia en los ciudadanos locales y éstos forman turbas de justicieros para cazar y matarlo.

La criatura, que originalmente sólo quiso llevarse bien con los demás, ha “nacido” deforme y debido a las condiciones de su comienzo, es condenado al dolor y rechazo, a pesar de su voluntad inicial de vivir con gentileza y amabilidad. Reacciona a la crueldad que recibe con odio y el deseo de venganza.

Sin embargo, en el fondo el monstruo es sólo un trágico ser solitario que busca compañía, y al darse cuenta de la imposibilidad de tratar con seres humanos, desea una compañera similar a sí mismo. Al encontrarse de nuevo y por casualidad con el Dr. Frankenstein se la pide. Al principio éste accede a la petición, pero luego tiene miedo de repetir un experimento tan espantoso, y decide destruir también su primera producción nefasta. Al principio el monstruo quiere vengarse por lo que considera una nueva traición por parte de su “creador”, pero finalmente decide inmolarse a sí mismo en un acto de último y amargo sacrificio.

Shelly escribió el libro cuando se aumentaba dramáticamente la eficiencia de ciencia para cuestionar viejas creencias y parecía que se podría deslumbrar los mismos secretos del universo. Paralelamente la tecnología prometía “progreso”: una gloriosa etapa para la humanidad que tal vez podría acabar con las enfermedades, revolucionar el transporte, hacer desaparecer el hambre y alumbrar la oscuridad.

Pero ambos flancos de conocimiento, el teórico y el aplicado, tenían sus lados oscuros. Sobre todo la tecnología traía la miseria que acompañó el desplazamiento de millones de personas a las ciudades como subproducto de la revolución industrial, la misma miseria que iba a inspirar a personas como Carlos Marx a denunciar la explotación humana.

La ciencia siempre ha tenido su lado oscuro: aun los griegos imaginaban un castigo horrible para Prometeo, que había traído el fuego a los seres humanos. La iglesia perpetuamente ha sospechado de la alquimia, de Galileo, de la evolución de los especies….

Hay una distinción importante entre el fanaticismo anti-ciencia y un miedo racional de la irresponsabilidad científica. La ciencia y la tecnología modernas se acercan al imaginario de Frankenstein con notable rapidez: las máquinas que emplean combustible fósil –que contribuyen al calentamiento global-, la posible clonación humana, la creación de híbridos entre humanos y animales, la energía atómica, la colonización de otros planetas ….

Los límites éticos y estratégicos de la investigación científica constituyen una preocupación permanente, en un ensayo anónimo del Internet se habla de la necesidad de “paciencia científica” como una respuesta a la carrera ciega hacia lo posible. Todo esto, claro está, sólo puede ser manejado por los mismos científicos, y el principio de la realidad nos hace dudar sobre su capacidad de escapar del encandilamiento frankesteineano.


Referencias

1. Anónimo (s/f). Science in Shelley's Frankenstein: Accesible en la página Internet: http://www.123helpme.com/view.asp?id=18369, Consultado el 18/8/8
2. Shelly, Mary, (1994) Frankenstein o el Prometeo moderno. Londres: Puffin
3. Photo of Boris Karloff's Frankenstein Monster/ foto de Boris Karloff como el monstruo del Dr. Frankenstein: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Frankenstein's_monster_(Boris_Karloff).jpg
4. Portrait of Mary Shelly / Retrato de Mary Shelly: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Mary_Shelley.jpeg
 
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