Deseo reflexionar de nuevo sobre la idea de
venganza, que es muy diferente a la justicia. De hecho, los dos actos a veces
se confunden, pero la diferencia es que el primero es siempre brutal: el segundo no busca aumentar el dolor sino prevenirlo y darle una oportunidad
al culpable rectificar y reparar los daños hechos, siempre dentro de los límites
de lo posible.
Mi nieto, Eduardo Ríos, estuvo presente en un intento de
linchamiento de un supuesto ladrón en Los Palos Grandes: aquí traduzco parte de
un párrafo de su relato (que publicaré en forma completa en otro momento).
“El
grupo más cercano al hombre continuaba golpeándolo. De repente llegó otra
persona con un palo y comenzó a pegarle sobre sus antebrazos, que levantaba
para defenderse. Un poco por protestar, grité: ‘¡pero no le maten!” Un joven de
unos veinte años me respondió: ‘pero no podemos tolerar que él robe impunemente.’….
un hombre parado un poco más lejos, que había salido a caminar con su perro,
gritó ‘¡hay que lincharlo!”
En parte debido a la intervención de mi
nieto, y de unas personas más, no mataron al hombre, pero el ánimo para hacerlo
estaba presente entre los agresores.
En otro relato que no puedo citar hasta
recibir permiso, se cuenta como en Guatemala, en 1999, unas tres mil personas
atestiguaron la ejecución de cuatro hombres acusados de robar a un comerciante
local. La muchedumbre los mató a piedrazos y botaron los cuerpos en un río
cercano.
¿Qué ocurre a gente “normal”, gente que es
pacífica en su vida corriente, gente que sólo sale a pasear su perro, gente que de
repente se convierte en asesina? Digo “de repente” porque es un cambio imprevisto,
impensado y pasional; es algo que brota, probablemente de rabias largamente toleradas
que han ido envenenando a estas personas y les han convertido en una fuerza
peligrosa, irracional y trágica.
De nuevo pienso en Hamlet. “El resto es silencio”, son las últimas
palabras del protagonista de la obra shakesperiano al morir después de cumplir
con el deseo de venganza que el finado rey, su padre le ha transmitido. Hamlet, no actúa impulsivamente como hicieron los amotinados de las
narraciones anteriores; después de mucha cavilación y duda, sí, venga la muerte
de su padre, pero casi por equivocación porque el usurpador y regicida, el rey
Claudius, es quien orquestra –de manera muy torpe por cierto- casi toda la
violencia en la obra.
Hamlet muere impartiendo su venganza; en
cambio quienes participaron en las turbas de ciudadanos iracundos que describí arriba viven para recordar sus actos. ¿Qué piensan? ¿Los justifican? ¿O después
de reflexionar consideran que mejor hubiera sido buscar justicia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario