En muchos países la policía y las demás fuerzas de orden
reciben entrenamiento para matar; los novatos requieren este adiestramiento
porque por regla general infringir grandes daños a nuestros semejantes no es fácil.
Los instructores emplean variadas técnicas, como el juego de “la guerra de
pelotas de pintura” en que los nuevos aprenden a “disparar” en el inicio de sus
carreras de manera no letal: en un sentido casi lúdico practican antes de
pasar a acciones más mortíferas con la gente en la calle. Estos entrenadores se esfuerzan para hacer el
ejercicio lo más realístico posible, y se cree que este tipo de preparación
disminuye el desorden postraumático de estrés (PTSD) para los oficiales cuando realmente
se encuentren con la necesidad de apuntar y emplear un arma.
Es difícil en la literatura encontrar aspectos relacionados la
enseñanza que reciben los policías sobre la actitud interpersonal que deban tomar
con respecto a los “sospechosos” en la calle. En general una persona puede ser
considerada sospechosa cuando su actitud inspire desconfianza en la policía, y
esto es por sí una disposición muy subjetiva. Comúnmente, en casi todas partes,
el sospechoso corre el riesgo de convertirse en el “malo” y esto es el tema de
mis reflexiones actuales.
El malo, por definición es el otro: nunca somos nosotros
mismos los malos; es decir, llamar alguien “el malo” señala al probable maleante,
criminal o sublevado, y justifica tratos violentos, humillantes y degradantes.
Ver a otras personas como los malos es un gaje del oficio para todos los
miembros de las fuerzas de orden, pero no se trata como algo que sólo les pasa
a ellos. El público en general ve a la policía como un riesgo y un peligro
también. Hay muchos insultos que adornan al desprecio mutuo entre la policía y el público.
Llevado al extremos, identificar al otro como el malo,
especialmente si una de la partes tiene más poder físico que el otro, conlleva
al maltrato, a veces a daños importantes.
¿Qué hacer?
En primer lugar hay que entrenar las policías, las guardias
y los miembros de las fuerzas armadas de otro modo. Si bien es cierto que en
nuestra práctica actual su función es lograr el control y sumisión por medios agresivos, creo que hay que repensar este mandato.
Hay lugares en el mundo donde las
policías están aprendiendo técnicas de persuasión y negociación;
desafortunadamente su uso tiende a restringirse a situaciones de rehenes o
donde hay peligro inmediato para víctimas. Pero como estrategias para el
futuro, es ideal pensar en la gestión oficial como algo que no sea degradar
sino lograr paz en las calles y comunidades.
En otra entrega reflexionaré sobre el mandato del criminal y el permiso que se da para lesionar al otro.
Bibliografía
Broomé,
R.E. (2011). An empathetic psychological perspective of police deadly force
training. Journal of Phenomenolgical Psychology. 42, 137-156.
*Estas reflexiones forman parte de mi contribución a la RAP - UCV
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