En un artículo intitulado “Violencia y desesperanza, La otra crisis latinoamericana”, dice el sociólogo el Dr. Roberto Briceño León que en diversos países de América Latina el problema de la inseguridad nos agobia. Es algo que toca a todos y nos produce angustias que debemos atender, tanto en la necesidad de controlar la violencia desatada que es tarea de los gobiernos locales y nacionales, como en el síntoma, que es el mismo desasosiego e intranquilidad. Existe en las dos formas, la violencia política y “la otra violencia, a la común, a la delincuencial, que callada [y] anónima afecta la vida urbana” .*
¿Qué hay detrás de esta amenaza? Unos párrafos sueltos no bastarían para analizar estas influencias, y los psicólogos y sociólogos tenemos que asumir la responsabilidad por no haberlas investigado más al fondo. Es necesario señalarlas para poder actuar. Podemos fácilmente mencionar algunas de ellas:
1. La cantidad de armas en la calle. La relación es compleja pero hay claras indicaciones de una relación entre el número de armas y el número de homicidios. Esto es cierto al nivel mundial.
2. La impunidad que existe: no hay consecuencias reales por haber participado en actos de violencia.
3. La escandalosa y deplorable condición de las cárceles: no son lugares para la reeducación de los criminales, sino espacios para afianzar su compromiso con la violencia y su capacidad para ejercerla.
4. Una cierta misoginia en la sociedad venezolana, en el sentido de falta de confianza y rechazo para con las mujeres: ella se expresa en dos sentidos nefastos que podemos identificar como violencia dirigida por los hombres contra las mujeres por un lado, y por el otro el mandato machista con que criamos los niños; dicho mandato los obliga a “pelear” y tomar parte en la violencia en vez de evitarla y negociar las diferencias.
Cada uno de estas influencias pueden ser afectadas por la acción ciudadana. Hay dos efectos previsibles y altamente positivos para todos nosotros que vienen por entender la situación y actuar de forma proactiva. Una de ellas es que dejamos de sentirnos víctimas de una violencia azarosa e incontrolable; la otra es que se nos disminuye la angustia “flotante” que nos acosa cada vez que salimos a la calle.
Escribiré más sobre esta angustia informe en otras reflexiones.
Referencia:
* Roberto Briceño-León (1999). Violencia y desesperanza. La otra crisis social en América Latina. Nueva sociedad, no. 164, pp. 122-132
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