viernes, 4 de noviembre de 2022

La libertad de expresión

 

K. Cronick

En los tiempos de la Ilustración en el Siglo XVIII, Voltaire proclamó: “Estoy en total desacuerdo con lo que Ud. dice, pero lucharía hasta la muerte por tu derecho de decirlo”.  Eran días radicales en que la libertad era el tema central de los debates sociales, filosóficos y políticos, y la idea de la libre expresión era el vehículo de base para obtener todos los demás derechos del hombre. Eran los tiempos del panfleto y el discurso en las plazas públicas de París.

Ahora, tres siglos después el problema es más complicado porque los medios de comunicación (periódicos, revistas, televisión, Internet) tienen dueños corporativos, y relativamente pocas personas tienen la capacidad para determinar las líneas editoriales de estas empresas.

En el comienzo los medios electrónicos prometían nivelar el acceso a la opinión pública –claro, todo era necesariamente limitado a quienes poseían una computadora y una línea de acceso a Internet-. Plataformas como Twitter permitían que todo el mundo publicara sus ideas y que ellas podrían tener resonancia. Aun en los primeros tiempos de Twitter antes de los logaritmos, hubo, sin embargo, algunas dificultades que tienen que ver con la naturaleza misma de concepto de libertad de expresión.

Según una apreciación radical de la idea cualquier persona puede decir cualquier cosa. Pero ¿hay cosas que no deben decirse?

En general, el pensamiento que surgió de la Ilustración rechaza aquellas tradiciones que supriman la libre expresión, como las religiones que proclaman la existencia de anatemas. Por otro lado algunas constituciones nacionales garantizan el derecho de expresarse libremente, y hay organizaciones como el ACLU (American Civil Liberties Union) en los Estados Unidos que defienden la expresión artística, la transparencia en el financiamiento de los partidos políticos, la libertad de la prensa, el derecho de los denunciantes (whistleblowers) y la propiedad intelectual. En su Artículo 11 la Carta de la Unión Europeo declara:

Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho incluirá la libertad de tener opiniones y de recibir y difundir información e ideas sin interferencia de la autoridad pública y sin consideración de fronteras. Se respetará la libertad y el pluralismo de los medios de comunicación.

 Sin embargo, todavía hay sectas religiosas que consideran ciertas ideas y opiniones malditas y blasfemas, y piensan que deban ser destruidas y sus autores castigados. También algunas instancias políticas, desde reinos, dictaduras, organismos marciales y aun repúblicas censuran las ideas y publicaciones que los critican.  

El derecho a la libre expresión es la base fundamental de la democracia. Sin ello los ciudadanos no podrían comparar y juzgar la bondad de las diferentes ideas en conflicto y desarrollar sus opiniones. Sin ello el cuerpo electoral tendría que reducirse a la repetición de las consignas que recibe desde el poder y desde los árbitros de lo permitido.

Pero repito la pregunta: ¿Hay expresiones que deben ser prohibidas?

Voy a pensar en algunas instancias evidentes: no se debe permitir las calumnias y falsas acusaciones que puedan hacer daño a otras personas. Amenazas verbales que puedan provocar lesiones y agresiones a individuos o grupos también deben restringirse, como cuando un ciudadano indignado gruña: “Alguien debería matar a este traidor”.  Gritar “¡Fuego!” cuando es mentira en un auditorio lleno de personas tampoco debe permitirse. Hoy en día es muy cuestionado hacer declaraciones xenofóbicos, homofóbicos y raciales porque pueden causar daños irreparables a las víctimas. En estos casos se la atribuye a la palabra los atributos de un arma letal.

Pero hay áreas no tan claras. La definición de pornografía es un ejemplo.  ¿Qué marca el límite entre una película erótica y otra pornográfica? Igualmente, de manera voluntaria los medios de comunicación generalmente se inhiben de usar palabras vulgares y groserías. También los cortes y los gobiernos pueden restringir el acceso que tiene el público a datos oficiales y transcriptos de juicios, y este poder ha sido cuestionado.   

Hay otras áreas que son aún más inciertos, por ejemplo, la tergiversación de estadísticas, resultados científicos o informes estatales, sobre todo cuando el motivo sea influir en políticas de salud, bienestar y seguridad. Por ejemplo, la campaña contra el uso de vacunas durante la epidemia de las variantes del SARS-CoV-2 posiblemente ha aumentado la tasa de mortalidad respecto a esta epidemia. ¿Qué responsabilidad tiene alguien que dice que se puede curar el Covid bebiendo cloro -cuando hay gente que muere siguiendo su consejo-?

Este tema ahora ha sido reforzada porque hay plataformas de Internet que prometan “libertad de expresión” pero ocultan sus agendas políticas propias. Y la compra-venta de estos plataformas entre las personas más pudientes de la tierra -y por ende las muy poderosas- motiva suspicacias sobre el alcance real del derecho a la libre expresión.


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