martes, 1 de abril de 2025

El discurso del Populismo

 

Karen Cronick

Dice Teresa Kiss (2025) que, “El populismo es un enfoque político que se caracteriza por apelar al “pueblo” como una unidad homogénea, movilizar a las masas y proponer medidas de justicia social”. Es un término muy general y ciertamente puede haber movimientos “populistas” dentro de la democracia. Sin embargo, como observa Rodrigo Riquelme (2017),  “La mayoría de las veces, populismo se utiliza con un sentido despectivo para calificar a aquellos políticos y gobernantes (o aspirantes a serlo) que intentan ganarse el favor popular mediante el halago, las promesas y la confrontación entre las clases menos favorecidas y la élite de una sociedad”.

Dada la imposibilidad de categorizar normativamente al populismo de manera global, es importante señalar desde el principio, que este ensayo distingue entre las dos tendencias éticas que este término abarca, y su énfasis cae sobre la acepción demagógica.

Entonces, para el populismo, así demarcado, la palabra “justicia” tiene que ir encomillada. Las medidas de “justica” pueden variar según las culturas, y el entendimiento entre el líder y los pobladores ocurre por medio de discursos complejos sobre la realidad social del pueblo particular.

El populismo, en este sentido, es un ardid de poder. Es necesario distinguirlo de otras maniobras de supremacía hegemónica, como las conquistas militares, y las revueltas en las casas principescas o en los imperios. Estos son cambios que prescinden de toda necesidad de discurso ya que se basan en el ejercicio simple y llano del poder. Como señala Eduardo Ríos (2025), inclusive a veces sucede que los conquistadores son bienvenidos, como en el caso de algunos pueblos indígenas de lo que ahora es México, que fueron conquistados primero por los aztecas, y vieron la llegada de los colonizadores españoles como una liberación. Ver al conquistador como un liberador puede tener rasgos populistas, pero no siempre es así.

Es de notar también que no todas las dictaduras son populistas, ni todas las manifestaciones populistas son necesariamente dictaduras. Un populista emplea siempre el apoyo de importantes sectores de la población para obtener y quedarse en el poder. Las dictaduras en cambio se basan sobre todo en el empleo represivo de las fuerzas de orden. Ciertamente hay dictaduras populistas como en Rusia en el tiempo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y en España bajo Francisco Franco.

En este pequeño ensayo revisaré la naturaleza de la relación entre un caudillo populista y sus seguidores que siempre se origina en un discurso de artificiosos controlados.

Señala Ríos que, en general, “una dictadura es una forma no monárquica y antidemocrática de quedarse en el poder”. Dice que hay fórmulas totalitarias que no tienen, ni requieren, el apoyo popular, y que incluso, intentan suprimir todas las manifestaciones de la voluntad entre las bases, como en el caso de la China actual. Por otro lado, Ríos también advierte que dentro de las democracias puede haber líderes que emplean estrategias populistas sin convertirse en gobiernos absolutistas. Da como ejemplo el caso de Theodore Roosevelt en los Estados Unidos. Indica también que puede haber populistas antidemocráticos que lleguen al poder por vías democráticas, como en es el caso actual en aquel país.

Las demandas de cambio populista no surgen siempre de procesos de autogestión o la voluntad de una pluralidad de votantes. A veces se manifiestan como golpes de Estado. Pueden originarse con la llamada de un individuo circundado por un grupo de apoyo, que ofrece satisfacer lo que él define como las necesidades de su población. Casi siempre son necesidades tergiversadas o inventadas, como el llamamiento de Donald Trump para “bajar los precios” cuando su agenda verdadera contemplaba subirlos. Otro ejemplo sería su señalamiento de los inmigrantes como “enemigos” internos; los acusaba absurdamente de comer las mascotas de los ciudadanos “verdaderos”.

Es un discurso de separación y violencia social. Estos llamamientos se asemejan a otros embrollones históricos que han empleado los prejuicios de sus culturas para lograr el apoyo de sus seguidores.  Un populista articularía, no sólo interpretaciones engañosas de las necesidades de sus pretendidos súbditos, sino también estrategias agresivas para satisfacerlas.

Eduardo Ríos (2025) observa que el populismo tiene tres características: una estrategia política, un movimiento político y una forma de ejercer el poder. Estos componentes pueden ser contradictorios, pero esta incoherencia al fin carece de sentido real para sus seguidores porque los discursos populistas tienen por propósito distraer a los seguidores de los verdaderos propósitos de sus líderes.

Ernesto Laclau era un teórico que indagaba sobre el populismo. Nos cuenta Martín Retamozo (2017) que su interés fue dirigido al establecimiento de un socialismo de Estado. Dado el sesgo que existía en la propuesta comunista de aquellos tiempos, le interesaba explorar la posible naturaleza de una “dictadura del proletariado” que tendría características populistas. Para Laclau, este tipo de gobierno tendría que basarse en “el pueblo”, es decir, la clase trabajadora.

Un aspecto importante de estos movimientos es que promueven hostilidades entre distintas partes de la población. Este “pueblo”, que se identificaría según las circunstancias de cada caso, necesariamente tiene que surgir de una clase o agrupación que se define (o puede definirse) en términos de oposición. Normalmente se trata de una oposición violenta entre diferentes sectores. Como dice Gil (2025) “Aunque el populismo cultiva el lenguaje, la retórica que utiliza privilegia a la fuerza sobre la persuasión.” De hecho, esta retórica a menudo promueve la violencia entre sus seguidores, y un gobierno populista puede incurrir en actos de odio hacia sus opositores y cualquier otro grupo que le conviene señalar como enemigos. Éstos pueden tener las más diversas identidades; pueden incluir a la clase adinerada, a los creyentes que profesan “otra” religión, a los ciudadanos de “otra” nacionalidad, a los miembros de “otra” raza, a los inmigrantes extranjeros. La base fundamental en la construcción del populismo es la diferencia entre “ellos” y “nosotros”. Los populistas se establecen como un grupo superior, el cual representa todas las posibles virtudes. Dice Retamozo (2017):

 “La construcción de la diferencia es consustancial a la producción del antagonismo o de la frontera antagónica que distingue el campo del “nosotros” del de “ellos”. La teoría del antagonismo en Laclau ha sido objeto de arduos debates muy significativos para la teoría del sujeto…”

Se construye esta diferenciación lingüísticamente y por medio de símbolos. Los grupos de apoyo que se forman alrededor del líder difunden el mensaje de la discordia, y lo refuerzan con acciones, a veces crueles. Una vez que el pueblo acepta el mensaje y tolera (o participa en) actos violentos contra los grupos rechazados, se afianzan sus lazos con el líder. [1] 

Es de notarse que los mensajes que promuevan confrontaciones en la población no pasan de ser simples estrategias. Mientras la población esté enfrentando a los “enemigos” qué él mismo ha creado, el líder se ocupa en realzar su propia fortuna y poder de mando.

El populismo tiende a normalizar y mantener estos cuerpos de creencias y resistir información que los pone en duda. Intenta limitar la posibilidad del discurso libre y disonante al discurso oficial, porque la supervivencia política del líder depende del apoyo de un pueblo apaciguado y no disidente. Es una viejísima estrategia, ya descrita por Platón como una caverna donde viven unos presos cuya sola realidad consiste de sombras producidas en las paredes de la cueva donde están obligados a quedarse.

En nuestros días los pretendientes a populistas tienen el apoyo de los medios de comunicación y el Internet. Dice Gil (2018) que:

“Es necesario rastrear el desarrollo del fenómeno posterior a la verdad, el cual va desde la negación de la ciencia hasta el surgimiento de fake news, «noticias falsas», desde nuestros puntos ciegos psicológicos hasta las patologías de la comunicación, como el enclaustramiento del público en ‘silos de información’. De esta forma, descubrimos que la posverdad es una afirmación de la supremacía ideológica mediante la cual sus practicantes intentan obligar a alguien a creer algo, independientemente de la evidencia en contra.”

REEFERENCIAS

Gil, Wolfgang Lugo  (2018, 11 de octubre). Entre la mentira totalitaria y la posverdad populista. Prodavinci. https://prodavinci.com/entre-la-mentira-totalitaria-y-la-posverdad-populista/

Gil, Wolfgang Lugo (2025, 2 de abril). Comunicación personal.

Festinger, L. (1957). A theory of cognitive dissonance. Stanford University Press. Stanford, CA.

Kiss, Teresa (1 de febrero de 2025). Populismo. Enciclopedia Concepto. Recuperado el 2 de abril de 2025 de https://concepto.de/populismo/.

Martín Retamozo (May–August 2017).  La teoría del populismo de Ernesto Laclau: una introducción. Estudios Políticos. Volume 41, Pages 157-184  https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0185161617300185

Riquelme, Rodrigo (2017, 4 de febrero). ¿Quiénes son los populistas? El Economista. https://www.eleconomista.com.mx/internacionales/Quienes-son-los-populistas-20170204-0012.html

Ríos Ludeña, Eduardo (2025, 2 de abril). Comunicación personal.

 

 



[1] Según la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger, las personas intentan mantener una cierta consistencia entre sus actitudes, creencias y comportamientos. Esto se llama la necesidad de consistencia cognitiva. Por esta razón rechazan los elementos inconsistentes. Una vez que la persona haya declarado públicamente una dogma, ideología u opinión, o que haya actuado en su nombre, tendría la tendencia de defenderla y aun creerla.

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