Fecha : 19/04/2014 durante Semana Santa
Hora : 20 h
Duración: 30 min
Lugar: Municipio Chacao, zona de Altamira. Había dos
guarimbas en aquella calle. Justamente detrás del suceso.
Acabo de salir del cine con mi padre alrededor de las
8:00 p.m. La sala del cine queda a dos minutos en carro al apartamento de mi
madre. En la ruta mi padre recibió noticias por medio de uno de sus grupos de WhatsApp
sobre el desalojo de una manifestación que tuvo lugar en la calle donde
estábamos. Frente del edificio de la "ONU". Allí un grupo de jóvenes
se había congregado en tiendas de campaña, y había bloqueado un canal de la
avenida Francisco de Miranda.
Durante mis entrevistas [relacionadas con una investigación
que había estado llevando a cabo en los días anteriores] me había percatado que
los residentes y los mototaxis de la zona ya estaban cansados de la presencia
de los muchachos. Y esa es precisamente la razón detrás de mi interés por lo
que pasó después: formaba parte del telón de fondo de mis entrevistas.
Cuando llegué al apartamento de mi madre, vi por la
ventana que gente corría desde la Plaza de Los Palos Grades hacia el sur donde
debió haber estado ocurriendo el desalojo de los manifestantes– caso que la
información que tenía mi padre hubiera resultado ser cierta – . Para ver la
confrontación entre las fuerzas de orden y los muchachos, bajé corriendo. Abajo
caminé por la acera hacia el sur (la Cuarta Avenida de Los Polos Grandes);
después doblé hacia el oeste donde una señora me preguntó si “ellos” habían
bajado. Le respondí que no los había visto. La señora me dijo que ella los
había visto bajar. Regresé por donde había venido. Sobre la Cuarta Avenida
caminé unos cincuenta metros hacia el sur (hacia la arepera Las Tres Esquinas).
Me di cuenta que había un grupo de unas treinta personas alrededor de un hombre
que estaba entrampado entre la esquina que formaba un muro y la reja de la
entrada al estacionamiento privado de un edificio. Pregunté qué pasaba. Una
madre gritaba:
- “es él que robó a mi hija.”
Alrededor de él
tres hombres le golpeaban la cara y lo pateaban. Los dos grupos formaban dos cuartos
de círculos concéntricos a unos cinco metros de distancia. El grupo más cercano
al hombre seguía golpeándolo. De repente
otra persona vino con un palo y comenzó a golpearlo sobre los antebrazos que él
levantaba para defenderse. En protesta grité:
- “¡pero no lo maten!”
Un joven de veinte años contestó:
- “pero no se puede tolerar que él robe sin hacer nada.”
Frente a esto, contesté:
-“no, claro, hay que golpearlo pero sin matarlo.”
Y el joven contestó:
-“no, claro que no.”
El supuesto ladrón seguía en el rincón entre la reja y
el muro. Sangraba por la boca. En el círculo más alejado un hombre que había
salido a pasear sus perros gritaba:
-“¡Hay que lincharlo!”
Una muchacha gritaba que había que respetar los
derechos humanos. Una vez más repetí que no había que matarlo. Dos adolescentes de unos
quince años que tenían unas gorras de lado (al estilo rap) me explicaron la situación. Primero, dijeron,
en la Plaza Los Palos Grandes a dos cuadras de donde nos encontrábamos, dos
jóvenes estaban robando desde hace algunos días. Los habían visto antes. Caminaban
en grupos de dos. Uno de ellos buscaba las víctimas y el otro, al pasar cerca
de ellas, las robaba discretamente con una pistola, excepto que esta vez la
muchacha que habían robado los había denunciado, y los vecinos del lugar los
habían perseguido. El hombre con la pistola vestido con una “camisa rosada”
había agarrado su moto y se había escapado;
el otro se quedó e intentó huir de la turba que lo perseguía. Los dos muchachos
opinaron que si “éstos” nos quieren malandrear, que no piensen que los vamos a
dejar. Pregunté por más detalles sobre lo que había pasado. Luego les dije que
estaba de acuerdo con ellos, pero que si matan al hombre la policía nos iba a
mandar a la cárcel. Dijeron que no estaban de acuerdo con que lo mataran, pero
había que golpearlo. El círculo de tres o cuatro personas que lo aporreaban le siguió
pegando por dos o tres minutos más hasta que la policía llegó y alejó a los
agresores. El primer joven que me había hablado me dijo que:
-“la policía debería dejarnos golpearlo para que
aprenda”.
La madre gritaba que era él quien había robado a su
hija, estando ella con su otro hijo de ocho años en la plaza, -“y con una pistola.”
La policía vino en grupo para sacar al supuesto ladrón
de allí. Fueron por lo menos una docena de oficiales. Había ya cincuenta
personas en este momento entre curiosos y revoltosos. Otra mujer comenzó a
gritar a los policías demandando saber por qué ellos no estaban vigilando el
lugar para prevenir el robo. La madre gritaba a la policía diciendo que eran
corruptos. Unos cinco oficiales ordenaron al grupo que abriera paso al supuesto
ladrón, y aprovechando la situación, se abrieron un camino hacia la otra acera.
Hicieron entrar al hombre en un carro oficial, rápidamente lo transfirieron
para otro vehículo y se fueron.
Al lado de carro de la policía me puse a conversar con
un hombre viejo quien dijo que había estado tomando un café durante los
acontecimientos. Me contó la misma historia que los dos jóvenes con la gorra.
Hablamos por un momento y luego me acerqué a la calle donde varios grupos conversaban
sobre lo que había pasado. Al margen del conflicto, vi algunos vecinos que se
daban la mano, aprovechando para charlar entre ellos.
Una vez que los policías se habían llevado al hombre
se dieron varias discusiones. Primero la madre que continuaba a vociferar
contra la policía, se ubicó frente a uno de sus vehículos y exigía ver al
alcalde. Para calmarla un hombre un poco más moderado le dijo que había que hacer
una protesta eficaz y que no hacía falta gritarle a la policía; había que
seguir exigiendo la presencia del alcalde pero con calma. Otra mujer gritó que
la policía debería haber estado en el lugar antes y que el alcalde tomaba sus
vacaciones mientras a ellos los robaban. Esta misma señora añadió que ella
vivía antes en Colinas del Ávila y que tuvo que mudarse a Chacao debido a la
inseguridad pero que allí el peligro era igual. Mientras la mujer le gritaba a
la policía llegó otro hombre por la calle. Él acusó a los policías del alcalde
de ser cómplices. En su cara se veían algunas heridas evidentes, su camisa
estaba arrugada, y cuando se dio vuelta pude ver una herida sangrándole en la
zona occipital del cráneo (en la parte trasera). Según explicó, cinco policías lo
habían golpeado y él denunciaba a los oficiales de Chacao por haberlo permitido.
Finalmente oí una discusión entre un hombre bastante excitado, de unos
cincuenta años, y un joven hombre flaco con el pelo largo. Supuse que el joven
le decía que la policía ya había atrapado al ladrón y que no había razón para
trancar la calle. El otro hombre respondió que no se debía soportar más la
situación actual y que el país estaba al borde de una dictadura, que había que
abrir los ojos. Una mujer exclamó al joven de pelo largo, -“claro que tú
aguantas las colas”. Un hombre caminaba entre los diferentes grupos con un bate
de baseball, argumentando que hacía falta organizarse porque –“cada vez que se
ve uno, hay que golpearlo.”
Me alejé un poco de estas discusiones, y me acerqué a
una policía para hablar con él. Le dije que la situación estaba tensa. Él dijo
con un tono que demostraba una cierta impotencia que:
-“La policía es un servicio; ellos tienen razón de
desear pedir un mejor servicio, y nosotros hemos hecho lo que se puede. Pero la
policía tiene que hacer demasiadas cosas. Uno es psicólogo, los que encuentran
soluciones a los problemas, los que llaman para resolver las violencias… pero
en Caracas hay demasiadas cosas que hacer y uno no puede estar en todas partes.
Es más, el trabajo se vuelve cada vez más difícil, y nadie quiere ser policía
ya. Antes la gente respetaba el uniforme, pero ahora nadie quiere ocuparse de
esto.”
Le respondí que ellos eran super-hombres y que ser policía
en la situación actual era muy difícil. Me preguntó qué sabía yo. No sabía si
tenía que decir algo, porque podrían pensar que había participado en el
linchamiento y les dije que estaba allí de curioso. Él terminó diciendo que:
-“Pero al mismo tiempo,
en la situación actual, si ella no perdió sino cosas materiales, debe estar
contenta porque no perdió la vida.”
Uno de sus colegas llegó para decir que había que
irse; me dio la mano y se fue.
Regresé hacia la casa. Le pregunté al guardia de un
edificio que hablaba con una persona que pasaba por allí, si él había visto
algo. Me respondió con un tono defensivo que no había visto nada. Caminé una
cuadra al norte por la cuarta transversal. Debajo de un salón de belleza
cerrado un grupo de jóvenes de unos treinta años comentaban lo ocurrido; el
meollo de su discusión era que uno no podía dejarse joder.
Aquel casi-linchamiento me llamó la atención por tres
razones. La primera es muy personal: esperaba ver un enfrentamiento más
político entre el gobierno y los manifestantes. Ver la violencia ordinaria me
sorprendió y me dejó sin saber qué hacer. Tenía miedo de estar presenciando el
asesinato de una persona ya que los vecinos rápidamente empezaron a usar palos.
Al final una forma de autocontrol había permitido hacer ganar suficiente tiempo
hasta que llegara la policía. Había visto ya varias escenas de violencia
ordinaria en Caracas. Me habían robado y en un campo de futbol varios jóvenes
se enfrentaron a golpes; en estos dos casos la violencia había sido bastante
más controlada. Esta vez sentí realmente que la situación pudiera fácilmente
haber empeorado. Esta fue mi impresión muy personal.
En el segundo lugar lo que me había llamado la
atención de aquella escena de violencia ordinaria que al principio supuse no
era de naturaleza política (no hubo oposición entre policía y manifestantes),
fue que estuvo llena de política. Hay tres elementos que me permiten afirmar
esta hipótesis: primero la conversación que tuve con los policías. Quienes
finalmente ofrecieron una solución al linchamiento fueron las fuerzas del
orden. Asimismo el papel de los policías estaba implícito en la interacción. La
señora les había reclamado por no estar más presentes en Los Palos Grandes, y
el policía había reconocido que él ofrecía un servicio, y que se consideraba
responsable, pero que no podía hacer más. La señora veía al Estado local como
un servicio y exigía más protección, y el agente reconocía los límites en dicha
prestación. Pero no era sólo que el papel de la policía era aceptado como tal
de antemano, sino también en seguida la madre de la joven que fue robada culpó
al alcalde directamente por los hechos. Claro, los integrantes más
moderados intentaban calmar a la dama
diciéndole que era necesario proceder a una protesta “eficaz” para acercarse al
alcalde. En esta situación que parecía cotidiana e “irracional” (sin otra cara
más profunda que la de la violencia gratuita en una ciudad ya violenta)
aparecía el Estado como un actor que debía proveer una solución a la crisis: fue
al Estado local al que se exigió la respuesta al demandar la presencia física
del alcalde. Al final aquel ladrón de celulares fue visto por el grupo de
personas como uno de los efectos de “la dictadura”. Habían elaborado una
equivalencia entre él y las colas frente a los supermercados. Era, entonces
particularmente interesante ver que en seguida se entendía este problema, que,
en apariencia era cotidiano, como la incumbencia tanto del Estado local como del
Estado central; este razonamiento es evidenciado por el vocabulario tan fuerte que
se empleó contra el alcalde de la oposición y contra el presidente en ejercicio.
Habíamos ya notado esta tendencia a la reinterpretación de todos los problemas
sociales con un cuadro [frame]
político. Lo interesante de notar en este acto, en apariencia desprovisto de la
política (y haciendo un poco de la historia del siglo XIX, pensamos es un
fenómeno de muchedumbre), es que fue la institución del Estado quién fue
movilizada como proveedora de una solución y al mismo tiempo que como el blanco
de las críticas. Hemos presenciado hoy un acontecimiento profundamente ligado
al Estado.
Pero dado que hay que hacer siempre una descripción
“densa” (thick) de los eventos, nos parece igualmente que es posible ver qué
tipo de relación las personas establecen en la calle con el Estado (en su
estructura federal: alcalde y gobierno central).
Por lo menos hay que ver si es posible asir el juego
de las reivindicaciones implicadas en la confrontación. Es más, es interesante
interpretar más finamente este evento en un marco político. De hecho es muy
político porque algunos de los vecinos más radicales del mismo lugar habían construido
una guarimba en esa misma esquina.
Nos parece que se puede encontrar algunas de estas reivindicaciones
justamente en algunas de las más efusivas expresiones de aquella tarde que
llamamos radicales por razones de comodidad pero que están en el corazón de las
reivindicaciones detrás de las guarimbas. La señora que gritó a la policía
criticaba del alcalde que se hubiera ido de vacaciones – en cuanto ella se había
tenido que quedar en Caracas el sábado de Semana Santa-. Ella también dijo que
vivía antes en Colinas del Ávila, y que se había mudado debido a las mejores
condiciones de seguridad en Los Palos Grandes. Hablando sociológicamente las
personas que viven en Los Palos Grandes y Colinas del Ávila se asemejan mucho.
Pero la urbanización Colinas del Ávila es más cerrada; no hay cómo acercarse
sino en carro, o por carros-por-puesto muy costosos. Y el precio del metro
cuadrado es tal vez más bajo que en Los Palos Grandes. Lo que la señora
reclamaba a través del robo de celular era que no podía irse de vacaciones y
que la solución que estaba a su alcance – pasar las vacaciones en la plaza –
era muy peligrosa, incluso en [el municipio] “Chacao”. El robo del celular un
sábado de semana santa ponía en evidencia de forma muy violenta el deterioro de
su condición social.
Si extrapolamos esto hacia las guarimbas, podemos
identificar elementos muy interesantes. Por un lado muy pocas de estas personas
son radicales. La mayoría de las que estaban allí se conocían y forman parte de
una red de relaciones personales; vienen con “sus amigos” y ellos “se dan la
mano”. Por otra parte el juego de los reclamos de las guarimbas no puede
considerarse como una renegociación de facciones de poder entre grupos de
élites temerosos de perder cuotas, es decir como la antesala a un plan
maquiavélico orquestado por fuerzas en la búsqueda de la toma del Estado
(proceso ilustrado en las mesas de negociación); más bien quienes viven en Los
Palos Grandes y Colinas del Ávila, y que pertenecen a la clase media, son
puestas delante de la evidencia de la fragilidad de su posición social. Ella se ha erosionado de forma importante por el
debilitamiento de los salarios.
Hoy presencié una violencia extremadamente politizada
que tiene su origen precisamente en la misma fuente que alimenta las guarimbas
en el sector de los salarios intermediarios.