lunes, 30 de junio de 2014

El funcionario y yo


Este mes tuve que hacer un trámite de estos oficiales que normalmente requieren paciencia y dan algo de trepidación. Tengo que decir que comencé la diligencia con mucho malestar: estaba segura que iba a haber todo tipo de dificultades y probables fracasos, y estaba yo malhumorada.

Pero el funcionario que recibió mis papeles me trató bien, me sonrió y no me amenazó con nada. No lo podía creer y en una reacción de reflejo dudé de él: me acordé del cuento de Jack London en donde un hombre que muere en la tundra de Alaska está circundado por lobos que mueven sus colas amigablemente, no por alguna simpatía, sino porque ya no lo ven como un enemigo sino simplemente como su próxima cena.  Para mi aquel funcionario amable en realidad me iba a comer viva.

Pero no salió así: hoy fui a buscar los resultados de mi solicitud, y no sólo no perdieron mi tiempo, sino que todo resultó bien.


Moraleja: los prejuicios no sirven para nada, ni en el caso de los funcionarios.

miércoles, 25 de junio de 2014

"Escuchar y criticar" por Malcolm Gladwell



Español: La idea que el único modo para entrar críticamente en una conversación con alguien es insultarlo -es decir, ser abiertamente crítico- no tiene sentido. Algunas de las maneras más efectivas para tratar con las ideas de otra persona es entender exactamente lo que dice, y con un gran grado de respeto. Es realmente una estrategia mejor de conversar que tirarle granadas
Si vas a hacerle a alguien responsable por lo que cree, asegúrate que representes lo que dice verídicamente.
. -Malcolm Gladwell

English: The notion that the only way you can critically engage with a person’s ideas is to take a shot at them, is to be openly critical — this is actually nonsense. Some of the most effective ways in which you deal with someone’s idea are to treat them completely at face value, and with an enormous amount of respect. That’s actually a faster way to engage with what they’re getting at than to lob grenades in their direction…
If you’re going to hold someone to what they believe, make sure you accurately represent what they believe.
-Malcolm Gladwell

lunes, 16 de junio de 2014

En defensa de la burguesía


Los que leímos El Capital de Marx en nuestras juventudes aprendimos que  la burguesía (tanto la pequeña, con sus tiendas y talleres en las esquinas urbanas, como la grande, con sus consorcios) es egoísta, conservadora y carente de cultura intelectual. Sobre todo la hemos despreciado por una cierta estrechez ética y estética y por su falta de conciencia sobre la necesidad de cambio social.

Pero ya, mirando hacia atrás a mis experiencias y a mis lecturas de toda una vida, me doy cuenta de una gran equivocación, sobre todo con relación a la pequeña burguesía. Si la vemos en su contexto histórico, podemos apreciar que justamente esta clase social –tan vilipendiada- constituye un dique importante de contención en que puede sobrevivir la democracia.

¿Cuáles han sido sus logros?

Primero, fue la burguesía y la clase intelectual que confrontaron al poder absoluto de los reyes, sobre toda en Inglaterra y Francia. No lo hicieron las clases obreras porque en aquel entonces no existían como tales.

Segundo, fue la burguesía junto con la clase intelectual que elaboró una ética política separada de la iglesia. De manera formal esta separación apareció primero en la constitución estadounidense como fundamento básico del gobierno civil.  Como evidencia histórica y como correlato social, Skees (2011) habla de la subjetividad burgués que desligó el arte de sus funciones rituales y de culto.

Tercero, la burguesía, cuando es grande y próspera como es en Europa, los Estados Unidos y ahora en la China, exige reglas claras de juego que sean conocidas y confiables. Exige un poder judicial independiente que pueda decidir sin las ataduras de un poder central intransigente y muchas veces corrupto. Es interesante que justamente en la China de ahora, la creciente clase media reclama -y con algo de éxito- leyes que le conviene a ella, mientras la lucha por la “libertad” abstracta que fracasó en Tiananmen no pudo hacerlo.

Cuarto, la pequeña burguesía exige participación social y política en el quehacer de gobernar. En general son los miembros de este grupo que salen a votar, y que pertenecen a partidos políticos que defienden sus intereses. (Como excepción se ve ahora en Venezuela que muchos miembros del PSUV pertenecen a los sectores D y E de la población, pero en este caso no defienden a la democracia sino su propia concepción de la justicia social y una noción de la redistribución de la riqueza que consiste, no en la creación de recursos para la producción de bienes y alimentación, sino en la eliminación de la clase burguesa; para lograr estas metas requieren un fuerte poder central que no promueve una instancia judicial independiente.) 

Quinto, la pequeña burguesía requiere educación para sus hijos que sea gratuita, laica y de calidad. Los beneficios de la educación en general se extienden a toda la población, porque las clases menos pudientes también tienden a disfrutar la oferta, y a lo largo, todos participan en las ventajas que provienen de la preparación de empleados y obreros capacitados y pensantes. Es un prerrequisito para una economía saludable, y redunda en la presencia de abogados, ingenieros, médicos y otros profesionales que forman la base para  la construcción nacional en cualquier lugar. Es, además, un andamiaje tanto para el ascenso social, como para la distribución más igualitaria de recursos económicos. Esto es así porque mientras más instruida sea una población, más produce, más sueldo percibe, más desembolsa con el dinero ganado y así apoya a las industrias y la agricultura local.

Sexto, los pequeños burgueses requieren servicios de salud y por lo general logran obtenerlos. Los hospitales públicos que en muchos lugares atienden a la clase obrera y la clase de los desposeídos en general, no tienen ni los equipos, ni los insumos, ni el personal adecuado. En cambio la clase media, cuando tenga una población suficiente, compra seguros, y cuando esté realmente en la mayoría actúa para que los servicios de salud del Estado funcionen.

Séptimo,  la burguesía requiere infraestructura como vías de transporte y traslado (calles, autopistas, trenes, aviones comerciales y así sucesivamente), y medios de comunicación (tanto los tradicionales como los electrónicos). Es esta clase que produce y transporte bienes, y sus miembros se movilizan por las vías que se construyen para estos propósitos. La clase alta y la clase gobernante pueden importar los bienes de su propio consumo por vía aérea, y pueden trasladarse en helicóptero y otros medios que no emplean las vías para automóviles. Es más, las leyes de tránsito son invenciones burgueses: los integrantes de la clase alta y del gobierno, cuando tengan que trasladarse por tierra emplean oficiales que les abren paso a la fuerza entre los otros vehículos, y las personas que se movilizan en moto (en general de las clases D y E) no observan ninguna ley que no sea la del poder del más grande y atrevido.

Octavo, la pequeña burguesía requiere espacios urbanos propios: los parques, las plazas, los bulevares, las aceras, los museos, las bibliotecas, las salas grandes de conciertos y en  general, los lugares de disfrute y de cultura.

En conclusión ha aprendido a apreciar la burguesía como una gran fuerza civilizatoria. Cuando se debilite y cuando se disminuya, la vida civil se empobrece y la democracia se peligra.


Referencia

Murray W. Skees (2011). Kant, Adorno and the work of art. Philosophy and Social Criticism. 37(8) 915–933

lunes, 9 de junio de 2014

Una escena de linchamiento por Eduardo Ríos




Fecha : 19/04/2014 durante Semana Santa
Hora : 20 h
Duración: 30 min
Lugar: Municipio Chacao, zona de Altamira. Había dos guarimbas en aquella calle. Justamente detrás del suceso.

Acabo de salir del cine con mi padre alrededor de las 8:00 p.m. La sala del cine queda a dos minutos en carro al apartamento de mi madre. En la ruta mi padre recibió noticias por medio de uno de sus grupos de WhatsApp sobre el desalojo de una manifestación que tuvo lugar en la calle donde estábamos. Frente del edificio de la "ONU". Allí un grupo de jóvenes se había congregado en tiendas de campaña, y había bloqueado un canal de la avenida Francisco de Miranda.

Durante mis entrevistas [relacionadas con una investigación que había estado llevando a cabo en los días anteriores] me había percatado que los residentes y los mototaxis de la zona ya estaban cansados de la presencia de los muchachos. Y esa es precisamente la razón detrás de mi interés por lo que pasó después: formaba parte del telón de fondo de mis entrevistas.

Cuando llegué al apartamento de mi madre, vi por la ventana que gente corría desde la Plaza de Los Palos Grades hacia el sur donde debió haber estado ocurriendo el desalojo de los manifestantes– caso que la información que tenía mi padre hubiera resultado ser cierta – . Para ver la confrontación entre las fuerzas de orden y los muchachos, bajé corriendo. Abajo caminé por la acera hacia el sur (la Cuarta Avenida de Los Polos Grandes); después doblé hacia el oeste donde una señora me preguntó si “ellos” habían bajado. Le respondí que no los había visto. La señora me dijo que ella los había visto bajar. Regresé por donde había venido. Sobre la Cuarta Avenida caminé unos cincuenta metros hacia el sur (hacia la arepera Las Tres Esquinas). Me di cuenta que había un grupo de unas treinta personas alrededor de un hombre que estaba entrampado entre la esquina que formaba un muro y la reja de la entrada al estacionamiento privado de un edificio. Pregunté qué pasaba. Una madre gritaba:
- “es él que robó a mi hija.”
 Alrededor de él tres hombres le golpeaban la cara y lo pateaban. Los dos grupos formaban dos cuartos de círculos concéntricos a unos cinco metros de distancia. El grupo más cercano al hombre seguía golpeándolo. De repente otra persona vino con un palo y comenzó a golpearlo sobre los antebrazos que él levantaba para defenderse. En protesta grité:
- “¡pero no lo maten!”
Un joven de veinte años contestó:
- “pero no se puede tolerar que él robe sin hacer nada.
Frente a esto, contesté:
-“no, claro, hay que golpearlo pero sin matarlo.”
Y el joven contestó:
-“no, claro que no.”
El supuesto ladrón seguía en el rincón entre la reja y el muro. Sangraba por la boca. En el círculo más alejado un hombre que había salido a pasear sus perros gritaba:
-“¡Hay que lincharlo!”
Una muchacha gritaba que había que respetar los derechos humanos. Una vez más repetí que no  había que matarlo. Dos adolescentes de unos quince años que tenían unas gorras de lado (al estilo rap)  me explicaron la situación. Primero, dijeron, en la Plaza Los Palos Grandes a dos cuadras de donde nos encontrábamos, dos jóvenes estaban robando desde hace algunos días. Los habían visto antes. Caminaban en grupos de dos. Uno de ellos buscaba las víctimas y el otro, al pasar cerca de ellas, las robaba discretamente con una pistola, excepto que esta vez la muchacha que habían robado los había denunciado, y los vecinos del lugar los habían perseguido. El hombre con la pistola vestido con una “camisa rosada” había  agarrado su moto y se había escapado; el otro se quedó e intentó huir de la turba que lo perseguía. Los dos muchachos opinaron que si “éstos” nos quieren malandrear, que no piensen que los vamos a dejar. Pregunté por más detalles sobre lo que había pasado. Luego les dije que estaba de acuerdo con ellos, pero que si matan al hombre la policía nos iba a mandar a la cárcel. Dijeron que no estaban de acuerdo con que lo mataran, pero había que golpearlo. El círculo de tres o cuatro personas que lo aporreaban le siguió pegando por dos o tres minutos más hasta que la policía llegó y alejó a los agresores. El primer joven que me había hablado me dijo que:
-“la policía debería dejarnos golpearlo para que aprenda”.
La madre gritaba que era él quien había robado a su hija, estando ella con su otro hijo de ocho años en la plaza,  -“y con una pistola.”

La policía vino en grupo para sacar al supuesto ladrón de allí. Fueron por lo menos una docena de oficiales. Había ya cincuenta personas en este momento entre curiosos y revoltosos. Otra mujer comenzó a gritar a los policías demandando saber por qué ellos no estaban vigilando el lugar para prevenir el robo. La madre gritaba a la policía diciendo que eran corruptos. Unos cinco oficiales ordenaron al grupo que abriera paso al supuesto ladrón, y aprovechando la situación, se abrieron un camino hacia la otra acera. Hicieron entrar al hombre en un carro oficial, rápidamente lo transfirieron para otro vehículo y se fueron.

Al lado de carro de la policía me puse a conversar con un hombre viejo quien dijo que había estado tomando un café durante los acontecimientos. Me contó la misma historia que los dos jóvenes con la gorra. Hablamos por un momento y luego me acerqué a la calle donde varios grupos conversaban sobre lo que había pasado. Al margen del conflicto, vi algunos vecinos que se daban la mano, aprovechando para charlar entre ellos.

Una vez que los policías se habían llevado al hombre se dieron varias discusiones. Primero la madre que continuaba a vociferar contra la policía, se ubicó frente a uno de sus vehículos y exigía ver al alcalde. Para calmarla un hombre un poco más moderado le dijo que había que hacer una protesta eficaz y que no hacía falta gritarle a la policía; había que seguir exigiendo la presencia del alcalde pero con calma. Otra mujer gritó que la policía debería haber estado en el lugar antes y que el alcalde tomaba sus vacaciones mientras a ellos los robaban. Esta misma señora añadió que ella vivía antes en Colinas del Ávila y que tuvo que mudarse a Chacao debido a la inseguridad pero que allí el peligro era igual. Mientras la mujer le gritaba a la policía llegó otro hombre por la calle. Él acusó a los policías del alcalde de ser cómplices. En su cara se veían algunas heridas evidentes, su camisa estaba arrugada, y cuando se dio vuelta pude ver una herida sangrándole en la zona occipital del cráneo (en la parte trasera). Según explicó, cinco policías lo habían golpeado y él denunciaba a los oficiales de Chacao por haberlo permitido. Finalmente oí una discusión entre un hombre bastante excitado, de unos cincuenta años, y un joven hombre flaco con el pelo largo. Supuse que el joven le decía que la policía ya había atrapado al ladrón y que no había razón para trancar la calle. El otro hombre respondió que no se debía soportar más la situación actual y que el país estaba al borde de una dictadura, que había que abrir los ojos. Una mujer exclamó al joven de pelo largo, -“claro que tú aguantas las colas”. Un hombre caminaba entre los diferentes grupos con un bate de baseball, argumentando que hacía falta organizarse porque –“cada vez que se ve uno, hay que golpearlo.”



Me alejé un poco de estas discusiones, y me acerqué a una policía para hablar con él. Le dije que la situación estaba tensa. Él dijo con un tono que demostraba una cierta impotencia que:
-“La policía es un servicio; ellos tienen razón de desear pedir un mejor servicio, y nosotros hemos hecho lo que se puede. Pero la policía tiene que hacer demasiadas cosas. Uno es psicólogo, los que encuentran soluciones a los problemas, los que llaman para resolver las violencias… pero en Caracas hay demasiadas cosas que hacer y uno no puede estar en todas partes. Es más, el trabajo se vuelve cada vez más difícil, y nadie quiere ser policía ya. Antes la gente respetaba el uniforme, pero ahora nadie quiere ocuparse de esto.”

Le respondí que ellos eran super-hombres y que ser policía en la situación actual era muy difícil. Me preguntó qué sabía yo. No sabía si tenía que decir algo, porque podrían pensar que había participado en el linchamiento y les dije que estaba allí de curioso. Él terminó diciendo que:
-“Pero al mismo tiempo, en la situación actual, si ella no perdió sino cosas materiales, debe estar contenta porque no perdió la vida.”
Uno de sus colegas llegó para decir que había que irse; me dio la mano y se fue.

Regresé hacia la casa. Le pregunté al guardia de un edificio que hablaba con una persona que pasaba por allí, si él había visto algo. Me respondió con un tono defensivo que no había visto nada. Caminé una cuadra al norte por la cuarta transversal. Debajo de un salón de belleza cerrado un grupo de jóvenes de unos treinta años comentaban lo ocurrido; el meollo de su discusión era que uno no podía dejarse joder.

Aquel casi-linchamiento me llamó la atención por tres razones. La primera es muy personal: esperaba ver un enfrentamiento más político entre el gobierno y los manifestantes. Ver la violencia ordinaria me sorprendió y me dejó sin saber qué hacer. Tenía miedo de estar presenciando el asesinato de una persona ya que los vecinos rápidamente empezaron a usar palos. Al final una forma de autocontrol había permitido hacer ganar suficiente tiempo hasta que llegara la policía. Había visto ya varias escenas de violencia ordinaria en Caracas. Me habían robado y en un campo de futbol varios jóvenes se enfrentaron a golpes; en estos dos casos la violencia había sido bastante más controlada. Esta vez sentí realmente que la situación pudiera fácilmente haber empeorado. Esta fue mi impresión muy personal.

En el segundo lugar lo que me había llamado la atención de aquella escena de violencia ordinaria que al principio supuse no era de naturaleza política (no hubo oposición entre policía y manifestantes), fue que estuvo llena de política. Hay tres elementos que me permiten afirmar esta hipótesis: primero la conversación que tuve con los policías. Quienes finalmente ofrecieron una solución al linchamiento fueron las fuerzas del orden. Asimismo el papel de los policías estaba implícito en la interacción. La señora les había reclamado por no estar más presentes en Los Palos Grandes, y el policía había reconocido que él ofrecía un servicio, y que se consideraba responsable, pero que no podía hacer más. La señora veía al Estado local como un servicio y exigía más protección, y el agente reconocía los límites en dicha prestación. Pero no era sólo que el papel de la policía era aceptado como tal de antemano, sino también en seguida la madre de la joven que fue robada culpó al alcalde directamente por los hechos. Claro, los integrantes más moderados  intentaban calmar a la dama diciéndole que era necesario proceder a una protesta “eficaz” para acercarse al alcalde. En esta situación que parecía cotidiana e “irracional” (sin otra cara más profunda que la de la violencia gratuita en una ciudad ya violenta) aparecía el Estado como un actor que debía proveer una solución a la crisis: fue al Estado local al que se exigió la respuesta al demandar la presencia física del alcalde. Al final aquel ladrón de celulares fue visto por el grupo de personas como uno de los efectos de “la dictadura”. Habían elaborado una equivalencia entre él y las colas frente a los supermercados. Era, entonces particularmente interesante ver que en seguida se entendía este problema, que, en apariencia era cotidiano, como la incumbencia tanto del Estado local como del Estado central; este razonamiento es  evidenciado por el vocabulario tan fuerte que se empleó contra el alcalde de la oposición y contra el presidente en ejercicio. Habíamos ya notado esta tendencia a la reinterpretación de todos los problemas sociales con un cuadro [frame] político. Lo interesante de notar en este acto, en apariencia desprovisto de la política (y haciendo un poco de la historia del siglo XIX, pensamos es un fenómeno de muchedumbre), es que fue la institución del Estado quién fue movilizada como proveedora de una solución y al mismo tiempo que como el blanco de las críticas. Hemos presenciado hoy un acontecimiento profundamente ligado al Estado.

Pero dado que hay que hacer siempre una descripción “densa” (thick) de los eventos, nos parece igualmente que es posible ver qué tipo de relación las personas establecen en la calle con el Estado (en su estructura federal: alcalde y gobierno central). 

Por lo menos hay que ver si es posible asir el juego de las reivindicaciones implicadas en la confrontación. Es más, es interesante interpretar más finamente este evento en un marco político. De hecho es muy político porque algunos de los vecinos más radicales del mismo lugar habían construido una guarimba en esa misma esquina.

Nos parece que se puede encontrar algunas de estas reivindicaciones justamente en algunas de las más efusivas expresiones de aquella tarde que llamamos radicales por razones de comodidad pero que están en el corazón de las reivindicaciones detrás de las guarimbas. La señora que gritó a la policía criticaba del alcalde que se hubiera ido de vacaciones – en cuanto ella se había tenido que quedar en Caracas el sábado de Semana Santa-. Ella también dijo que vivía antes en Colinas del Ávila, y que se había mudado debido a las mejores condiciones de seguridad en Los Palos Grandes. Hablando sociológicamente las personas que viven en Los Palos Grandes y Colinas del Ávila se asemejan mucho. Pero la urbanización Colinas del Ávila es más cerrada; no hay cómo acercarse sino en carro, o por carros-por-puesto muy costosos. Y el precio del metro cuadrado es tal vez más bajo que en Los Palos Grandes. Lo que la señora reclamaba a través del robo de celular era que no podía irse de vacaciones y que la solución que estaba a su alcance – pasar las vacaciones en la plaza – era muy peligrosa, incluso en [el municipio] “Chacao”. El robo del celular un sábado de semana santa ponía en evidencia de forma muy violenta el deterioro de su condición social.

Si extrapolamos esto hacia las guarimbas, podemos identificar elementos muy interesantes. Por un lado muy pocas de estas personas son radicales. La mayoría de las que estaban allí se conocían y forman parte de una red de relaciones personales; vienen con “sus amigos” y ellos “se dan la mano”. Por otra parte el juego de los reclamos de las guarimbas no puede considerarse como una renegociación de facciones de poder entre grupos de élites temerosos de perder cuotas, es decir como la antesala a un plan maquiavélico orquestado por fuerzas en la búsqueda de la toma del Estado (proceso ilustrado en las mesas de negociación); más bien quienes viven en Los Palos Grandes y Colinas del Ávila, y que pertenecen a la clase media, son puestas delante de la evidencia de la fragilidad de su posición social. Ella se ha erosionado de forma importante por el debilitamiento de los salarios.

Hoy presencié una violencia extremadamente politizada que tiene su origen precisamente en la misma fuente que alimenta las guarimbas en el sector de los salarios intermediarios.





viernes, 6 de junio de 2014

D-Day y los fuentes occidentales y orientales


Mientras desayunaba hoy estaba viendo en CNN la conmemoración del desembarque de las tropas británicas, estadounidenses y algunos franceses en la costa de Normandía hace 70 años. 

Allí en la ceremonia estaba todo el mundo incluyendo Vladimir Putin, y me puse a pensar que tendemos a olvidar que hubo dos frentes en aquella confrontación con el Fascismo en los años 40, el oriental donde Rusia batallaba solo, y el occidental en que pelearon el Reino Unido, los Estados Unidos y algunos aliados más.  Los cercos alemanes de Stalingrado (la actual Volgogrado) y Sebastopol, y las batallas de Moscú y Leningrado (la actual San Petersburgo) costaron millones de vidas, tanto por la política alemana de dejar morir los habitantes de estas ciudades de inanición como por las terribles ofensivas bélicas.

No es que deseo minimizar la enorme hazaña que era el desembarque en Normandía. Era muy niña en aquellos días, pero me acuerdo de la angustia y la jubilación de mis mayores en el medio oeste estadounidense. Era y es para mi un momento histórico de gran peso emocional. 

Es que con frecuencia olvidamos los sacrificios de la antigua Unión Soviética en la lucha contra el Fascismo. Por otro lado, además de la importancia estratégica de hoy en día del puerto de Sebastopol sobre el Mar Negro, la zona tiene una gran importancia afectiva para los Rusos todavía debido a la cantidad de sangre que han dejado allí. Todo esto pasó no hace mucho: está muy vivo entre quienes pueden recordarlo y entre sus descendientes, muchos de los cuales viven hasta ahora con las consecuencias.

El resto es silencio: reflexiones sobre la venganza


Deseo reflexionar de nuevo sobre la idea de venganza, que es muy diferente a la justicia. De hecho, los dos actos a veces se confunden, pero la diferencia es que el primero es siempre brutal: el segundo no busca aumentar el dolor sino prevenirlo y darle una oportunidad al culpable rectificar y reparar los daños hechos, siempre dentro de los límites de lo posible.

Mi nieto, Eduardo Ríos, estuvo presente en un intento de linchamiento de un supuesto ladrón en Los Palos Grandes: aquí traduzco parte de un párrafo de su relato (que publicaré en forma completa en otro momento).

“El grupo más cercano al hombre continuaba golpeándolo. De repente llegó otra persona con un palo y comenzó a pegarle sobre sus antebrazos, que levantaba para defenderse. Un poco por protestar, grité: ‘¡pero no le maten!” Un joven de unos veinte años me respondió: ‘pero no podemos tolerar que él robe impunemente.’…. un hombre parado un poco más lejos, que había salido a caminar con su perro, gritó ‘¡hay que lincharlo!”

En parte debido a la intervención de mi nieto, y de unas personas más, no mataron al hombre, pero el ánimo para hacerlo estaba presente entre los agresores.

En otro relato que no puedo citar hasta recibir permiso, se cuenta como en Guatemala, en 1999, unas tres mil personas atestiguaron la ejecución de cuatro hombres acusados de robar a un comerciante local. La muchedumbre los mató a piedrazos y botaron los cuerpos en un río cercano.

¿Qué ocurre a gente “normal”, gente que es pacífica en su vida corriente, gente que sólo sale a pasear su perro, gente que de repente se convierte en asesina? Digo “de repente” porque es un cambio imprevisto, impensado y pasional; es algo que brota, probablemente de rabias largamente toleradas que han ido envenenando a estas personas y les han convertido en una fuerza peligrosa, irracional y trágica.

De nuevo pienso en Hamlet.  “El resto es silencio”, son las últimas palabras del protagonista de la obra shakesperiano al morir después de cumplir con el deseo de venganza que el finado rey, su padre le ha transmitido. Hamlet, no actúa impulsivamente como hicieron los amotinados de las narraciones anteriores; después de mucha cavilación y duda, sí, venga la muerte de su padre, pero casi por equivocación porque el usurpador y regicida, el rey Claudius, es quien orquestra –de manera muy torpe por cierto- casi toda la violencia en la obra.


Hamlet muere impartiendo su venganza; en cambio quienes participaron en las turbas de ciudadanos iracundos que describí arriba viven para recordar sus actos. ¿Qué piensan? ¿Los justifican? ¿O después de reflexionar consideran que mejor hubiera sido buscar justicia?


lunes, 2 de junio de 2014

Entrenamiento para matar*


En muchos países la policía y las demás fuerzas de orden reciben entrenamiento para matar; los novatos requieren este adiestramiento porque por regla general infringir grandes daños a nuestros semejantes no es fácil. Los instructores emplean variadas técnicas, como el juego de “la guerra de pelotas de pintura” en que los nuevos  aprenden a “disparar” en el inicio de sus carreras de manera no letal:  en un sentido casi lúdico practican antes de pasar a acciones más mortíferas con la gente en la calle.  Estos entrenadores se esfuerzan para hacer el ejercicio lo más realístico posible, y se cree que este tipo de preparación disminuye el desorden postraumático de estrés (PTSD) para los oficiales cuando realmente se encuentren con la necesidad de apuntar y emplear un arma.

Es difícil en la literatura encontrar aspectos relacionados la enseñanza que reciben los policías sobre la actitud interpersonal que deban tomar con respecto a los “sospechosos” en la calle. En general una persona puede ser considerada sospechosa cuando su actitud inspire desconfianza en la policía, y esto es por sí una disposición muy subjetiva. Comúnmente, en casi todas partes, el sospechoso corre el riesgo de convertirse en el “malo” y esto es el tema de mis reflexiones actuales.

El malo, por definición es el otro: nunca somos nosotros mismos los malos; es decir, llamar alguien “el malo” señala al probable maleante, criminal o sublevado, y justifica tratos violentos, humillantes y degradantes. Ver a otras personas como los malos es un gaje del oficio para todos los miembros de las fuerzas de orden, pero no se trata como algo que sólo les pasa a ellos. El público en general ve a la policía como un riesgo y un peligro también. Hay muchos insultos que adornan al desprecio mutuo entre la policía y el público.

Llevado al extremos, identificar al otro como el malo, especialmente si una de la partes tiene más poder físico que el otro, conlleva al maltrato, a veces a daños importantes.

¿Qué hacer?

En primer lugar hay que entrenar las policías, las guardias y los miembros de las fuerzas armadas de otro modo. Si bien es cierto que en nuestra práctica actual su función es lograr el control y sumisión por medios agresivos, creo que hay que repensar este mandato.  Hay lugares en el mundo donde las policías están aprendiendo técnicas de persuasión y negociación; desafortunadamente su uso tiende a restringirse a situaciones de rehenes o donde hay peligro inmediato para víctimas. Pero como estrategias para el futuro, es ideal pensar en la gestión oficial como algo que no sea degradar sino lograr paz en las calles y comunidades.

En otra entrega reflexionaré sobre el mandato del criminal y el permiso que se da para lesionar al otro.


Bibliografía


Broomé, R.E. (2011). An empathetic psychological perspective of police deadly force training. Journal of Phenomenolgical Psychology. 42, 137-156.

*Estas reflexiones forman parte de mi contribución a la RAP - UCV
 
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