Karen Cronick
Todas las personas están rodeadas de otros individuos a los
cuales han atribuido significados sociales. Estos individuos pueden existir en la memoria sólo como huellas y vestigios. Inclusive, sus atributos pueden ser fantasías inventadas por quien los reconstruye. Desde la infancia estamos
circundados de madres, padres, hermanos y otros miembros de familia, cada uno
con su designación de parentesco o significado social. Tenemos amigos. Tenemos
maestros y profesores. Y luego están los dueños de los abastos, el fiscal en la
esquina, el médico que nos cura, la persona que atiende en los bancos y
agencias y el que repara el hueco en la calle. Quedan por nombrar, además,
todos los personajes de los libros, cine, la televisión y el Internet. Cada
quien lleva una etiqueta que señala el tipo de relación que tenemos con él o
ella, y qué tipo de conducta es apropiada a cada caso.
En estas cortas reflexiones pienso en la etiqueta del
“líder”. Hay líderes con quienes nos identificamos y otros que rechazamos. Hay,
además, los líderes a quienes nos oponemos porque representan un grupo que
adversamos. Este proceso de
identificación y rechazo es algo que surge de cómo nos definimos a nosotros
mismos.
Cuando el líder sea una figura de identificación, se trata
de una omnipresente representación que aparece repetidamente en papeles
sociales como en el patriarca, el general y el dictador, en el presidente del
país y el jefe de “nuestro” partido, el jefe en el trabajo, el héroe de las
leyendas, en el conductor de la orquesta, y en el abanderado de las causas
sociales que aprobamos. Su modelo básico es el del buen “padre” o la “madre” (real
y simbólico).
Se trata de una figura imprescindible en la representación y
administración de entidades sociales. Es una parte básica de las fuerzas de
orden. Las jerarquías dan forma a la base para la construcción de la acción social.
Pero, además de las razones prácticas por su existencia, el líder es una
especie de alter ego que nos representa. Es el gran Otro que no es ajeno,
porque lo vemos con nuestro semblante, y lo dejamos actuar en nuestro
nombre. Esperamos afecto de él y aceptamos
que nos guíe. Confiamos en él, y queremos que nos ubique en papeles apropiados
y coordinados con los demás en nuestra sociedad. Asumimos con responsabilidad y
aprecio el papel que nos asigne.
Todas las personas se identifican con algo. Excepto en casos
de trastornos como el espectro autista en que ocurre un rechazo a la existencia
del otro, las personas desarrollan sus personalidades en base a la presencia de
individuos significativos en su ambiente afectivo. Hegel propuso la noción de
un estado psíquico, el “en-sí” en que un ser puede existir aislado del mundo. Creo
que el ser en-sí de Hegel no existe excepto como un señalamiento a lo
hipotético. Incluso, las personas con síntomas autistas aprenden a hablar y
pueden contestar a los demás, aunque les sea incómodo hacerlo.
Todo ser tiene conciencia de por lo menos un otro. Incluso
las amebas tienen que eludir sus predadores, y cualquier animal cuya especie
sobrevive por reproducción sexual tiene que saber cómo discriminar parejas y
atraerlas. Ahora se sabe que aun ciertos árboles se comunican con otros de su
especie por medio de colonias de hongos debajo de la tierra. Y en los ojos de los
recién-nacidos se ve su asombro al ver por primera vez a las personas
contemplándolo. Somos seres sociales por determinación biológica, psicológica y
cultural.
Historia del enlace entre el líder y la libertad
¿Qué es lo que descubrieron los filósofos atenienses y luego
los de la Ilustración? Entre otras cosas descubrieron la “Libertad”. El en-sí hegeliano
no puede concebir a la libertad, excepto en el sentido de la soledad sin restricciones.
No puede tener siquiera la idea de “restricción” porque su ego abarcador no
incluye más que sí mismo. Para que haya una noción de libertad, el ego requiere
entender no sólo el en-sí, sino el para-sí, es decir, tiene que conocer el
mundo en que vive. Y tiene que entender no solamente que comparte el mundo con
otros, sino que todos viven en ciertas condiciones de interacción.
Hay ambientes afectivos de amor u hostilidad. Hay, además,
estructuras sociales que clasifican a las personas según su edad, su sexo, su desempeño
según su nivel socio-económico, su raza, su nivel en el sistema de estatus
existente en la sociedad y otras características. Cada cultura tiene su propio
sistema de clasificación, y cada individuo se ubica socialmente en ella. Las
posibles ideas de “libertad” se construyen sobre estos sistemas cuando las
limitaciones impuestas sobre ellos se vuelvan incómodas.
El papel del líder en la libertad es un complicado concepto
aún hoy en día. ¿Cómo podemos representarlo? ¿Es como la figura de la “Marianne”,
de Delacroix, guiando a su pueblo a una insurrección contra la tiranía? Marianne es una alegoría de los ideales
franceses de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aparece como la figura
de una mujer heroica que guía a sus soldados (civiles, no militares) por un
campo de batalla. Se trata de un óleo pintado en 1830 en conmemoración de una revuelta
contra el rey Charles X de Francia. Delacroix la representa como una heroína alegórica que conduce a su pueblo; ella es una guía ilustrada, única y atrevida.
Curiosamente, en la realidad de aquel momento histórico en Francia, en este
mismo levantamiento, hubo una turba que avanzaba sola y sin liderazgo.
Entonces ¿qué es la libertad y qué relación tiene con un
líder? Antiguamente tal vez se la entendía como la sublevación en contra de alguna
opresión, normalmente la dominación de un grupo étnico sobre otro. Era un ideal
de un “nosotros”, los oprimidos, luchando contra otro pueblo dominante.
Normalmente no se proponía objetivos como la auto gobernación del pueblo una
vez liberado del “extranjero”.
La ópera “Aïda” de Giuseppe Verdi y Antonio Ghislanzoni
(quien escribió el libreto) cuenta una fantasía italiana del Siglo XIX sobre
las relaciones entre las antiguas casas reales entre Egipto y los reinados del
sur, donde una princesa proveniente de Etiopía podría ser una esclava en la
casa real de Menfis. Es una historia de amor, y no de libertad. Pero cuando los
Nubios se rebelaron contra los egipcios en el año 2730 a.C. para terminar con
el maltrato que recibían de parte de la corte de los faraones, sí, se trataba
de una especie de lucha de liberación. No se sabe mucho sobre el liderazgo de
este levantamiento.
En cambio, en el Antiguo Testamento se relata cómo un líder,
Moisés, organizó la liberación de los esclavos hebreos en el siglo XIII a.C. Este
tipo de rebelión ocurría con frecuencia en la antigüedad. Para una lista de
sublevaciones se puede ver Editores (s/f) en Wikipedia.
Históricamente la primera rebelión cuyo objetivo fuera la
creación de un estado libertario tuvo que esperar al Siglo VI a.C. Este
movimiento tenía líderes cuyos nombres se conocen hoy en día y ha sido un
proceso estudiado con esmero. En Atenas, Solón se convirtió en uno de los tres
arcontes que gobernaban Atenas, y luego obtuvo poderes dictatoriales para
recuperar las leyes de la ciudad elaborados previamente por Dracón. Logró
suavizar las leyes draconianas, establecer cierto equilibrio económico para los
campesinos y los ciudadanos pobres y limitó el poder de la nobleza. Además,
estableció mayor ecuanimidad entre los poderes establecidos que representaba a
la asamblea popular, la Bulé en que participaban clases superiores y los arcontes
que tenían poderes ejecutivos. Solón fue suprimido por el tirano Hipias. Luego
de un tiempo de varias dictaduras (casi 40 años) se estableció la primera
democracia en Atenas. Esta rebelión tuvo un liderazgo conocido, en que sucesivamente
Clístenes y Pericles guiaron aquella ciudad/estado hacia una democracia
incipiente.
No es mi propósito revisar la historia de la democracia. Más
bien quiero ver cómo y por qué los líderes atraen a sus seguidores. Por regla
general en la historia de la humanidad, han sido tiranos, o por los menos
autócratas. Ya sabemos mucho sobre liderazgos, y los podemos clasificar
bastante bien. Primero están los generales que conquistan imperios como Alejandro
Magno, Genghis Khan, Julio César y Napoleón Bonaparte. Luego vienen los reyes
como "Calígula", Juan I de Inglaterra, Iván IV "el
terrible" de Rusia, los reyes católicos de España (Isabel I de Castilla y
Fernando II de Aragón) y el Rey Leopoldo II de Bélgica entre otros.
No todos los reyes eran sangrientos, pero de por sí, el
poder absoluto conduce a la dominación. Al finalizar la época de la mayoría de
los reyes, vienen las dictaduras e individuos poderosos aunque no principescos,
pero igualmente omnipotentes como Robespierre (irónicamente era un líder
ideológico de un movimiento libertario), Juan Vicente Gómez, Joseph Stalin,
Adolfo Hitler, Francisco Franco, Mao Tse-Tung y Xi Jinping.
Pero también hay liderazgos benévolos. Con frecuencia estas
figuras no detentan un poder institucional, más bien tienden a ser
contestatarios, como San Justino, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y Martin
Luther King. Pueden llegar a ser líderes institucionales como hizo Mandela,
pero esto no es frecuente. Podemos añadir todos los ganadores del premio Nobel
de la Paz. Es interesante que antes del Siglo XVIII, casi no aparecían figuras verídicas
de este tipo de dirigente, aunque sí afloraban en leyendas idealistas como las
del Rey Arturo de Inglaterra o del buen rey Wenceslao, que refiere a Wenceslao
I, duque de Bohemia en el Siglo X que en el imaginario popular daba almas a los
pobres.
El proceso de identificación entre el líder y sus
seguidores
Michael Maccoby (Sept, 2004) describe la relación de
identificación con un líder en un escenario institucional o comercial con
referencia a la idea freudiana de transferencia. El concepto tiene su origen en
la teoría psicoanalítica. En terapia los pacientes no se identifican
directamente con la terapeuta, sino que la asemejan a una o varias personas de
importancia psíquica para ellos, y luego interactúan con ella como si en
realidad fuera aquel modelo. Maccoby emplea esta idea para explicar cómo
funcionan las motivaciones inconscientes de un seguidor. Ellos se relacionarían
con el líder como si fuera una persona importante de su infancia, generalmente
un padre o una madre. Maccoby citó a Freud: "No hay amor que no
reproduzca estereotipos infantiles". Entonces, en muchos casos, según
este autor, la relación de un líder con sus seguidores se trata de una especie
de amor.
Maccoby también observa que no todas las transferencias son
positivas. Un seguidor puede ver a su líder como un adversario. E incluso aun si
la transferencia funciona bien durante un tiempo, puede cambiar de repente si
no se cumplen las expectativas de transferencia del seguidor. Jay Frankel
(2002) también usa la idea de la "identificación con el agresor" entre
colegas o participantes en instituciones, para referir a ciertos tipos de
sumisión a un líder. Al sentirse
atacadas o vulnerables, las personas pueden protegerse “convirtiéndose” en lo
que un agresor desea que sea, y actuar como él quiere. Inclusive esta identificación
puede abarcar elementos íntimos como percepciones, emociones y pensamientos. Se
trata de una reacción traumática, aun cuando las víctimas no hayan sufrido un
trauma severo.
Es ilusorio atribuir todos los procesos del acato de los
seguidores a procesos de transferencia. La identificación puede ocurrir porque
el seguidor comparte, aun transitoriamente, las posiciones ideológicas o
emocionales de una figura dominante en una organización social o política;
puede tratarse de casos de respeto, deferencia o consentimiento. Pero el hecho
es, no todos los miembros de una organización pueden hablar por sí mismos.
Otorgan su derecho de palabra y a veces de acción. Es decir, entregan, necesariamente, algo de
su autonomía individual.
A veces un líder hace uso de los ideales o los miedos que ya
existen entre sus posibles seguidores para fomentar los procesos de
transferencia. Es frecuente que empleen la xenofobia o el racismo en este
contexto.
La obediencia
Toda sociedad tiene un sistema de normas que los miembros
conocen y acatan. Este acatamiento puede considerarse como respeto y consideración
como también dependencia y sumisión, tanto a las figuras de autoridad, como a
las expectativas abstractas sobre la conducta aceptable. Por esta razón a veces
las personas se resisten cuando se trata de resistir o disentir a los
requerimientos del líder, o simplemente a la mayoría. Este tema ha sido
estudiado extensivamente por la psicología social, con frecuencia en relación a
la idea de la obediencia. En lo que sigue haré referencias extensivas a
algo que escribí en mi blog, Reflexiones4-Karen el 8 de febrero, 2021.
La obediencia ha sido un tema de estudio en la psicología
social y el conductismo. Tienen sus propios métodos, vocabularios y posiciones
teóricas particulares sobre la tendencia que tienen las personas a acatar sin
reflexionar a los intereses de la autoridad o a las expectativas de la mayoría.
Reviso aquí los estudios de Milgram (1963 y 2005), Zimbardo (2009), Asch (1955)
y Moscovici (1996).
Los experimentos de Milgram
Milgram (2005) demostró que la gente tiende a obedecer a
ciertas figuras reconocidas como autoridades legítimas. En un trabajo
ampliamente conocido, empleó una situación experimental en que se ordenaba a
los sujetos a realizar actos contra normativos, los cuales parecían cada vez
más dañinos para una tercera persona, aunque en realidad se trataba de una
situación fingida en la que nadie fue realmente lastimado. Las órdenes fueron
dadas por un “experimentador” vestido con una chaqueta gris de laboratorio, y el
escenario fue una replicación de un laboratorio de experimentos psicológicos.
Los sujetos creían que participaban en un estudio científico sobre el
aprendizaje, y no conocían la razón verdadera de su contribución.
Los experimentos de Zimbardo
Un estudio llevado por Zimbardo (2009) en la Universidad de
Stanford, también es bien conocido. Zimbardo simuló una situación de cárcel y
asignó los sujetos a dos grupos: los “presos” y los “custodios”. En los
resultados los sujetos presos recrearon la situación de obediencia a los
carceleros, y los custodios, por su propia iniciativa, tomaban el papel de
represores, a veces de manera brutal, tal como si se tratara de una cárcel de
verdad, aunque podrían haber terminado su participación en cualquier momento.
Todos los participantes asumieron roles conocidos por ellos, sin reflexionar en
por qué lo hacían.
Dijo Zimbardo en su libro “El efecto Lucifer”:
“Una de las principales conclusiones del experimento de
la prisión de Stanford es que el poder sutil pero penetrante de una multitud de
variables situacionales puede imponerse a la voluntad de resistirse a esta
influencia. …. [Hubo] una gama muy amplia de participantes en estos estudios
—como estudiantes universitarios o ciudadanos corrientes— acabaron accediendo,
obedeciendo o dejándose tentar para hacer cosas que no podían imaginar antes de
entrar en el campo de esas fuerzas situacionales. [Hemos examinado] una serie
de procesos psicológicos dinámicos que pueden inducir a una persona buena a
obrar mal, entre ellos la des-individuación, la obediencia a la autoridad, la
pasividad frente a las amenazas, la auto justificación y la racionalización.
Otro proceso psicológico fundamental para transformar a personas normales y
corrientes en autoras indiferentes o incluso complacientes de actos malvados es
la deshumanización. La deshumanización es como una catarata en el cerebro que
nubla el pensamiento y niega a otras personas su condición de seres humanos.
Hace que esas otras personas lleguen a verse como enemigos merecedores de
tormento, tortura y exterminio”…. (Zimbardo, 2007, Prólogo, p. 6).
¿Cuál es la diferencia principal entre la obediencia
descrita por Milgram y Zimbardo? En el caso del primero, los participantes
obedecen a una figura de autoridad, aun contra sus propios sistemas normativos.
En el segundo caso, asumieron sin cuestionar, a un sistema de roles sociales
ampliamente conocido en su cultura. Este
segundo tipo de obediencia no es inducida por una figura de autoridad, por lo
menos no directamente. Es situacional, en donde aspectos culturales, el
aprendizaje de expectativas sociales, la presión social y la auto-justificación
interactúan para moldear el comportamiento de los individuos. Estas situaciones
aparecen naturalmente en instituciones totales como prisiones, en el mundo
castrense, y aun en escuelas donde las expectativas sociales de grupos cerrados
conducen a fenómenos como “bullying” (maltrato).
Asch y Moscovici
En los dos casos revisados hasta ahora los experimentadores
simulaban situaciones en que la obediencia es esperada, es decir, se trata de
roles donde hay conductas normadas culturalmente (obediencia a una autoridad
académica o a un sistema de roles conocidos).
En el caso de Solomon Asch (1955) la situación es diferente:
la autoridad es “una mayoría”, es decir, una entidad abstracta. Los participantes tendían a doblegarse frente
a una colectividad artificial, dejando solo al participante para formular
juicios distintos a los de los demás. Serge Moscovici, en “La psicología de
las minorías activas” (1996) reporta sobre modificaciones que hizo en los
experimentos llevados años antes por Asch. Repitió el formato original, pero
añadió un cómplice más, cuya tarea era dar la respuesta correcta antes del
turno del sujeto. Con este respaldo, los sujetos experimentales se atrevían a
seguir sus propias inclinaciones y respondían con la respuesta que consideraban
realmente apropiada.
Moscovici llamó a estas personas que abren paso a la
disidencia, “desviantes de la mayoría” o “minorías activas”. El libro tiene además
múltiples ejemplos de estas minorías en la vida política, entre ellos un relato
sobre el disidente ruso Aleksandr Isáyevich
Solzhenitsyn, premio nobel y autor ruso de varios libros, entre ellos “Un
día en la vida de Iván Denísovich” en que denunció los abusos cometidos
contra los condenados en un Gulag soviético. El libro actuó como la brecha en
el dique político de aquel país, y provocó un debate sobre los aspectos
negativos del estalinismo entre gente que antes no se atrevía a opinar.
Como señala Moscovici (1996), el comportamiento del
individuo o del grupo asegura su
membresía en el ambiente social. La realidad se considera como algo
uniforme, y la desviación de la norma representa una especie de fracaso en la
inserción social. La influencia conduce a la reducción de la desviación, y la
conformidad es entendida como consenso y equilibrio.
Durante mucho tiempo los desviantes han sido tratados como
estorbos. Moscovici, en cambio, los re-etiqueta como “minorías activas” donde
pierden las connotaciones patológicas frente a la expectativa social dominante.
Son individuos que poseen su propio código ético, y hoy en día los reconocemos
entre las feministas, los luchadores por la equidad racial, los “gay” y ciertos
opositores políticos. A partir del ejemplo de la minoría activa, otras
personas, que antes eran marcados por la anomia, pueden engendrar su propio
puesto en la sociedad.
Ideas finales
En este ensayo he revisado algunas ideas relacionadas con el
papel del líder. Primero he intentado demostrar como él es imprescindible en la
cultura humana. Está enlazado con la misma idea del Otro como una figura de
base para la construcción de la personalidad humana. Segundo, lo he
caracterizado según modelos históricos como conquistadores, reyes y déspotas.
Tercero, lo he relacionado con la noción de la “Libertad”, como una figura que
no sólo define lo que significaría libertad en el contexto del momento, sino
que guía a sus seguidores a alcanzarla. Esto supone una estrecha identificación
(proceso de transferencia) entre el líder y sus seguidores. Finalmente he
reflexionado sobre algunos de los procesos que conducen a que las personas
obedezcan, no sólo a sus paladines, sino también a las normas sociales que ellos
representan.
Es interesante como existen mecanismos sociales que conducen
tanto a la obediencia como al “permiso” de rebelar en nombre de un ideal
libertario. Uno de ellos proviene de la idea de Moscovici de la “minoría
activa”. Es la figura que se alza primero a favor de alguna causa y que motiva
a otras personas a seguirlo. Moscovici dio el ejemplo del autor Aleksandr
Isáyevich Solzhenitsyn, y hay otros que podemos mencionar como Aleksei Navalny,
Malala Yousafzai, Rosa Parks y Berta Cáceres. Son nombres celebrados hoy en
día, y a pesar de haber sido castigados severamente por sus posturas, han suscitado
tanto la admiración como la repetición de sus declaraciones y conductas. Navalny
era un opositor político en Rusia; Malala Yousafzai llegó a ser una defensora
de los derechos de las mujeres en Pakistán. Rosa Parks se negó a obedecer una
norma de discriminación contra la gente de raza negra en el sur de los Estados
Unidos. Y Berta Cáceres era una hondureña conocida como feminista y activista
del medio ambiente. Históricamente ha habido muchísimas figuras que representan
la minoría activa de Moscovici.
Por otro lado, hay líderes que conducen, no a la libertad,
sino a la infelicidad. Son los que llaman a luchar en nombre de la xenofobia y
el odio. Casi siempre sus motivos tienen menos que ver con los argumentos que
proclaman que con sus propias ambiciones de poder y riqueza personal. Tienen seguidores que se sacrifican por ellos
en nombre de una especie de transferencia morbosa que apela a los miedos y rencores
de los mismos participantes. No construyen, más bien destruyen en nombre de sus
espantos. Las razones para actuar que tienen estos seguidores distan mucho de
los que tienen sus líderes, porque los fanáticos de menor rango deciden actuar impulsados
por sus miedos personales, pero en nombre de las ambiciones ocultas de los
líderes.
Referencias
Editores (s/f). List of revolutions and rebelions. Wikipedia. Disponible en:
https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_revolutions_and_rebellions
Maccoby, Michael (Sept, 2004). Why People Follow the Leader: The
Power of Transference. Harvard Business Review Disponible en:
https://hbr.org/2004/09/why-people-follow-the-leader-the-power-of-transference
Milgram, S.
(1963). "Behavioral study of obedience". Journal of Abnormal and
Social Psychology. 67(4), 371–378. . Recuperado de:
https://psycnet.apa.org/record/1964-03472-001
Milgram, S. (2005).
Los peligros de la obediencia. Polis, Revista de la Universidad Bolivariana,
4(11) 0, Recuperado de:
www.redalyc.org/pdf/305/30541124.pdf
Moscovici, S. (1996). Psicología de las minorías activas.
Barcelona: Morata
Zimbardo, P. G. (2007). El efecto Lucifer. El porqué de la
maldad. Barcelona: Paidos. Recuperado de: https://upanacollipsicopatolcrim19622013.files.wordpress.com/2013/11/zimbardo-philip-el-efecto-lucifer.pdf
Zimbardo,
P. G. (2009). Stanford Prison Experiment.
Recuperado de: http://www.prisonexp.org/).
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