martes, 23 de julio de 2024

Las hormigas: ponderaciones sobre la entomología casera

 

 de Karen 

Siempre me han fascinado. Intento no hacerles daño, y evito pisar a sus convoyes de cargadores con sus grandísimos bultos. Como mi casa está construida sobre un terreno húmedo y de relleno, he tenido que convivir con ellas, tanto en mi patio como en la mesa de la cocina que colinda con él. He admirado su solidaridad con sus compañeros que a veces quedan lastimados por mi esponja de limpieza, y me fascina su asiduo búsqueda de cualquier grano de azúcar o miga de pan que queda sin asear.

Compartimos tantas características. Pueden transmitir conocimientos a sus descendentes, una especie de "memoria" generacional". Y son leales dentro de su colonia, pero no parece que establezcan relaciones sociales productivas fuera de ella. Y allí está el problema. No hay como convencerlas a que me dejen en paz si las trato bien.

En general, intento lograr una convivencia pacífica. Pero ellas no tienen ni orejas, ni sangre ni un corazón para oírme. 

Nunca me han gustado las insecticidas, primero porque no quiero matar a nada vivo, pero además estas sustancias son demasiado indiscriminadas, matan a las mariposas, las abejas, e incluso a los pájaros. Así que disuado a las hormigas con vinagre, borrando sus senderos de feromonas, y, en general, haciendo inhóspita a mi cocina para ellas -para que se vayan a buscar su azúcar por otro lado-.  

Pero recién, no sé si es por las temperaturas promedias más elevadas, las hormigas han cambiado de actitud. Si antes tenían algo de timidez, ahora han decidido reclamar todo. Vienen en todos los tamaños, y me miran directamente a la cara diciendo: “¿Y qué??” ¡Una colonia intentó instalarse en mi receptor de Internet! Se metan en el plato de frutas en la mesa del comedor. Han destrozado varias matas, y había que pintar los materos y la reja del porche con aceite de carros quemado.

La convivencia es difícil.

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