La democracia como argumentación y compromiso
Karen Cronick
La argumentación es el arma principal de la democracia: las conversaciones sustituyen el traqueteo de los sables en el campo de batalla. La lógica de la negociación se contrapone a la inmediatez de las sublevaciones y ocupaciones militares. Ejemplos abundan, podemos mencionar tanto la tragedia del conflicto entre Irlanda y Inglaterra que finalmente terminó en acuerdos entre las partes, como lo que ocurre actualmente entre Israel y los palestinos que todavía tiene que resolverse. Algunos conflictos surgen del simple afán de dominio (como en el caso de Alejandro Magno), pero otros ocurren porque los participantes se fijan únicamente en las diferencias que los separan y no en sus conexiones humanas más profundas.
Está claro que todo proceso de negociación esconde agendas ocultas y juegos de poder. El lado más militarmente poderoso tiene una clara ventaja. Tiene que haber ciertas condiciones previas para el diálogo si el resultado no va a implicar la rendición incondicional de uno de los contrincantes. El diálogo supone también estrategias en que los lados en conflicto buscan aliados, demuestran su disponibilidad de conceder algunos puntos de sus aspiraciones y en general fortalecen sus posiciones antes de ventilar sus argumentos.
A veces hay que separar los problemas grandes en temas más manejables, y también es útil emplear los símbolos de la concordia, como cuando en el 2018 los equipos de Corea del Norte y Corea del Sur competieron juntos como un solo equipo en los Juegos Asiáticos. Este gesto fue muy relacionado con los encuentros políticos asociados con la terminación oficial de la guerra entre los dos países coreanos y los Estados Unidos.
Algunos cristianos y musulmanes ahora piensan que se encuentran metidos en un “Choque de Civilizaciones” (Huntington, 1993) y por ende son incapaces de negociar su convivencia. Otros grupos se confrontan porque los de un lado no pueden aceptar las prácticas del otro (por ejemplo, el matrimonio entre personas del mismo sexo), o porque se perciben como rivales para los mismos recursos (los ciudadanos de países que reciben los refugiados de otras regiones).
Muy relacionada con la idea del discurso democrático está la idea de “capital social” (Aldrich, y Meyer, 1-10-2014). Se trata del conjunto de los lazos que los individuos tienen dentro su propio grupo social. Son sus interlocutores: los lazos son visto como redes de vínculos cercanos (familia, amigos y vecinos) que tienden a ser socialmente homogéneas. También son las conexiones externas (partidos políticos, lazos en el lugar de trabajo, iglesias y grupos voluntarios). Igualmente contemplan los posibles contactos que los individuos pueden tener con entidades oficiales (el alcalde, un miembro del congreso o la asamblea nacional). Las personas en estas agrupaciones pueden ser similares o heterogéneos y sus interacciones pueden demostrar la confianza que se tienen entre sí, o por el contrario, exclusión social. Esta confianza o exclusión se expresan dentro de los grupos, o se dirigen a otros grupos. Este es un concepto relativamente nuevo dentro de las ciencias sociales, y es evidente la pertinencia que tiene para entender la voluntad que tienen los ciudadanos para participar en discurso político.
Relacionado con el capital social es la idea de Habermas (1987/1992) de las condiciones ideales de comunicación en que no hay coerción: se trata de la vasta atmósfera social en la que las personas “respiran” sus culturas e interactúan entre sí. Para este filósofo existe la categoría de la comunicación institucionalizada en la que los discursos científicos, matemáticos, tecnológicos, políticos o legales se ubican contextualmente y están regidos por reglas explícitas e implícitas que determinan cuáles pronunciamientos son aceptables y cuáles no.
La aceptabilidad de los argumentos a su vez se relaciona con la necesidad de contar con información veraz. En el Siglo XXI se habla mucho de la desinformación o “fake news” y la manipulación mediática. Su objetivo es obstruir la llegada de reportajes confiables a ciertos grupos de ciudadanos. Normalmente se trata de un fenómeno periodístico, pero también se halla en sectas u otras agrupaciones que no podrían contar con la lealtad de sus miembros si éstos tuviesen acceso a la verdad. La identificación de las noticias veraces y la discriminación las falsas no es fácil para la mayoría de las personas.
En un sistema liberal los ciudadanos se reúnen en congresos, ayuntamientos, tribunales y partidos políticas para discutir sobre lo que consideran las mejoras soluciones a sus problemas colectivos, e intentan convencer a los demás sobre lo razonable de su propia posición. Finalmente se llega a un acuerdo –esto puede tomar años- y se establece entre todos la solución concordada según las normas reconocidas entre todos en su constitución y las leyes.
Aristóteles ubicaba la argumentación entre los fundamentos de la acción política en una democracia. Pensaba que aunque el resultado de los discursos, alocuciones y acuerdos finales pueda conducir a equivocaciones, a lo larga, la acumulación de resoluciones tendrá un efecto civilizatorio. En su libro “La Retórica” (330 A.C./1946) identificó y categorizó muchos de los mecanismos que un orador puede usar para influir sobre su público. Para él, el propósito final de la retórica es la persuasión. Hoy diríamos que la comunicación retórica incluye la interpretación mutua entre los hablantes y los oyentes, así como aspectos que van más allá del acto de convencer: tiene que ver con la misma construcción social de la realidad.
La razón de la retórica es convencer a otras personas en situaciones que pueden ser políticas, legales o ceremoniales; en ciertos contextos, las afirmaciones pueden llegar a constituirse en actos con significado decisivo, como casarse (decir, “lo hago”), declarar una guerra o condenar a un reo. También en este intercambio, las personas debaten sobre cómo lograr las metas (los medios), la guerra y la paz, la defensa nacional, el comercio internacional y la legislación, y definen su cultura y sus conceptos de moralidad y ética.
Una de las grandes soluciones del entendimiento mutuo que resulta del discurso compartido es el desarrollo de la tolerancia. Los grupos distintos se ponen de acuerdo en mantener sus propias identidades, pero aceptan que haya distintas maneras de vivir que no tienen que mezclarse, y que pueden coexistir. Por ejemplo, después de siglos de lucha entre sí los protestantes y los adeptos de iglesia católica de Roma las partes gradualmente decidieron respetar sus diferencias. También en una democracia los distintos partidos políticos reconocen el derecho que tienen los ganadores de elecciones justas a asumir el mando en sus países –hasta las próximas elecciones-.
La tolerancia y las migraciones: Hay una reflexión final que hay que hacer sobre la tolerancia en relación a las demografías cambiantes en Europa y los Estados Unidos. Desde hace milenios en Europa culturas antiguas han luchado para colonizar los unos a los otros –a veces a punto de sable y ballesta-, y luego se han asentado en regiones específicas: los celtas y los galos en Gran Bretaña y la zonas de costa atlántica y central; los godos, teutones, vándalos, alamanes y francos en diferentes partes de Europa central y sur; los vikingos en el norte –aunque ellos exploraron y colonizaron otros lugares también. Cada uno tenía su idioma y costumbres. Estas culturas se concentraban en reinados específicos, y luego los Estados-nacionales desarrollaban sus identidades en base a aquel arraigo tradicional y arcaico. Aún hoy en día, en tiempos de guerra apelan específicamente a estas afinidades para movilizar el fervor de los pueblos para defender al rey (o más tarde, a la patria).
Desde del “descubrimiento” de las Américas ha habido enormes migraciones hacia el “nuevo mundo” de todos partes, pero en general las de América del Norte provenían de Gran Bretaña, Suecia, Holanda y Alemania, y las del continente sur procedían de España y Portugal. El colonialismo europeo también movilizó personas a África, la India y los países orientales como la China. Pero en los dos últimos siglos han ocurrido también migraciones a revés, de las colonias hacia Europa. Desde 1945 ha habido también oleadas de refugiados, sobre todo en el Siglo XXI debido a los conflictos en el Medio Oriente y África.
De igual modo, se puede caracterizar la migración histórica hacia los Estados Unidos como proveniente generalmente de poblaciones cristianas y “blancas” (con la excepción de los esclavos de África). Sin embargo, desde la llegada de otras agrupaciones en los siglos XX y XXI su asimilación no ha sido de todo cómoda.
Estos movimientos, y las mezclas culturales que resultan de ellos, son vistos como amenazas por los pueblos que los reciben. La reacción en muchos lugares ha sido una exacerbada xenofobia, sobre todo con el arribo de grupos musulmanes. No hay duda que miedos atávicos están en juego, activados por recuerdos culturales de las invasiones otomanes en el Siglo XV, a lo que hoy en día es Serbia, Bulgaria, Albania, Bosnia, Croacia, Hungría, Polonia e inclusive Venecia y Austria. Ahora el miedo a los musulmanes se aumenta con referencias al Yihadismo. Ocurre una especie de generalización psicológica que asemeja a todos los musulmanes con la violencia del terrorismo.
Las culturas creadas por los crisoles de la migración como Australia, Canadá y los Estados Unidos son intranquilos pero exitosos. Venezuela también ha aceptado e integrado a muchas culturas distintas: hay un punto de Caracas desde donde se ven la Cruz de una iglesia católica y el Creciente y Estrella de la mezquita musulmana surgiendo juntos de las casas y edificios de una zona llamada Candalaria.
En estos países el racismo es rampante (menos Venezuela cuya cultura es bastante tolerante) pero los movimientos para eliminarla también surgen de la misma población. Son democracias que se apropian de los talentos de sus recién arribados y finalmente los arropan en los valores locales. Con gran frecuencia los nuevos ciudadanos se afilian a partidos políticos, votan, se educan en las escuelas y las universidades y contribuyen con su trabajo a las economías locales. Las religiones coexisten –con brotes de intolerancia- en donde protestantes, católicos, musulmanes e hindúes terminan participando juntos en las reuniones de los padres y representantes en las escuelas de sus hijos. La clave está en la educación para la democracia que debe llegar a todos los sectores de la población.
Bibliografía (por orden en el texto)
Huntington, Samuel P. (1993). The clash of civilizations? Foreign Affairs. (72) 3, 22-49.
Álvarez de Toledo, Cayetana (20/10/18). Lorent Saleh, preso y torturado cuatro años por el chavismo: "Buscaban anular todos mis sentidos". El Mundo Internacional. Disponible en: https://www.elmundo.es/internacional/2018/10/28/5bd493da268e3eac7f8b45e2.html
Habermas, J. (1987/1992). Teoría de la acción comunicativa. Racionalidad de la acción y racionalización social, Vol I. Madrid: Taurus Ediciones.
Aristóteles (330 A.C./1946: fecha traducción/1966: fecha impresión) "Rhetorica". The works of Aristotle. W.D. Ross (Ed.). W. Rhys Roberts (translator). Vol. XI Oxford: Clarendon Press.