domingo, 21 de febrero de 2010
Venezuela en llamas, parte II
omo muchos hemos predicho Venezuela ardería bajo el sol de la sequía. Ahora está en plena conflagración, y sólo estamos en febrero.
Los políticos dicen que lloverá en mayo, pero el año pasado las lluvias no llegaron sino a finales de junio. Este año probablemente aparecerán en julio.
El viernes, la Perimetral de San Antonio de los Altos se cubrió de una densa nube de humo debido a los incendios de maleza en los Altos Mirandinos; en el Ávila se han quemado hectáreas, y la semana pasada el biogás que emana del relleno de basura La Bonanza se incineró, arrojando vahos venenosos por gran parte de la Gran Caracas.
Los bomberos están exhaustos por el esfuerzo de apagar incendios día y noche.
Todo esto podría haberse evitado. No hablo de la falta de mantenimiento en los reservorios que suplen Venezuela de agua y electricidad; hablo de medidas que tienen que ver con el cuidado general del ambiente. Digo esto sin señalar a lealtades políticas particulares: se trata más bien de amor por el planeta.
Con respecto a la basura, podríamos haber separado los residuos orgánicos de lo demás para hacer abono, el cual podría estar nutriendo nuestros parques y plazas. Esta medida hubiera reducido la producción de metano en el depósito en La Bonanza.
Podríamos haber tomado la precaución de recoger las aguas grises y regar con ellas los espacios aledaños a las viviendas y edificios. Es una medida efectiva y que provee no sólo líquido a la vegetación sino nutrientes también.
En casa riego mi pequeño jardín con el agua jabonosa de la lavadora de la vecina que me llega por gravitad porque su casa está más elevada que la mía. Traigo el agua por medio de una larga manguera llena de huecos que esparce el fluido por donde pase. Las tres matas de rosas están en flor y la grama está de un verde esmeraldo.
Además vierto el agua de lavar platos sobre los materos del patio y el resultado puede verse en flores exuberantes. Claro, lo que está para consumo humano como perejil, tomates y ajís recibe agua potable, pero reduzco grandemente la necesidad de emplear este recurso escaso donde no es realmente imprescindible.
Un lugar que me produce especial dolor es la Plaza de las Tres Gracias frente a la entrada sur-oeste de la Universidad Central. Los sauces llorones están casi muertos todos. ¿La sede del Instituto de Previsión del Profesorado (IPP) no podría ubicar mangueras para llevar sus aguas grises desde allí hasta aquel lugar tan seco y triste?
Tomé estas fotos de la plaza hoy:
Las fotos que aparecen abajo de estas líneas contrastan con el abandono en que se encuentra la plaza: se puede apreciar los efectos beneficiosos del uso de aguas grises. Las tomé en mi jardín.
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