n la era Bush, se concebía la diplomacia estadounidense en
términos de “recompensas” y “castigos” en referencia a contactos con otros
países, intereses políticas y líderes en el extranjero. Esto es un ignorante mal-uso
de los principios conductistas que sobrevive hoy en día en aquel país y en Israel.
En primer lugar, para modificar la conducta
por medio del castigo, se debe tener un control total sobre la situación; no
puede haber oportunidades para “escapar”, ni siquiera en la fantasía. El ratón
en la caja de Skinner no puede alejarse del choque. En la política
internacional esto es imposible.
Pero es todavía peor: este lenguaje demuestra
una visión totalmente etnocéntrica del mundo. Una de las mejoras maneras de
lograr que los gobiernos, los movimientos y aún los insurgentes modifiquen su
conducta es hablar con ellos y negociar soluciones que
tomen en cuenta sus aspiraciones de justicia social y cambio.
No se les puede mantener marginados. Es
absurdo etiquetarlos como “terroristas” y entonces intentar eliminarlos
físicamente. Son dragones de mil cabezas y al cortar una, diez mil crecen en su
lugar. Es solamente hablando cuidadosa y pacientemente en la mesa de reuniones,
que se puede lograr el entendimiento.