Como reacción a la inseguridad que sufrimos todos hay presión para cambiar las leyes y encarcelar a los niños delincuentes como mayores de edad.
Considero, sin embargo, que los delincuentes jóvenes son los reflejos de sus mayores, muchas veces los muchachos son empujados por su ambiente a participar en estas actividades.
La cárcel tal como nuestra sociedad la ha construido, no es el lugar apropiado para ellos. No se puede curar la crueldad con más crueldad, y las cárceles son los espacios más desalmados que se puede imaginar. Más bien son criaderos de más violencia. Los que resisten aquella sordidez y logran salir en condiciones para participar en una sociedad honesta y trabajadora, son personas con una enorme y descomunal fuerza interior.
Realmente estos muchachos necesitan programas que enseñan que el amor y el respeto valen más que la brutalidad. En Guatemala tienen programas para la recuperación de los jóvenes que salen de las maras: tiene una taza de recuperación interesante, similar a la de la recuperación de gente en condición de calle en Chacao. Igualmente en Sudán y Sierre León recuperan a los niños soldados, que por secuestro o cualquier otra razón han sido reclutados por grupos extremistas.
Hasta hoy no he sido robado a punto de pistola, -aunque sí con subterfugios-; tal vez me reacción sería distinta –más visceral- si hubiera visto la cara de alguien a quien no le importaría nada matarme.
Pero soy una persona que ha trabajado toda la vida en la psicología social, y no puedo rechazar categorías de personas como “malas” e “irrecuperables”. Creo que en el fondo, cada niño miembro de una banda o de un ejército rebelde experimenta profunda dissatisfaction con su vida y con su destino casi inevitable de joven muerto.
Lo que requieren es espacio para repensar sus lealtades.
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