Desde hace algún tiempo he querido decir algo sobre la ética del vegetarianismo.
Yo, entre muchas personas, resisto comer carne. En casa no lo hago, pero en otras casas, sí, porque es lo que ofrecen y no pretendo que la gente me haga platos especiales sólo para mí.
Pero de esto no quiero reflexionar ahora. Pienso que hay que hablar del significado de la cría y el sacrificio de animales destinados a alimentar a la gente.
Creo que lo primero que hay que examinar es la vida de los animales de cría. La mayoría son criaturas inventadas por el ser humano, es decir, han sido genéticamente seleccionados históricamente por sus características especiales. En la naturaleza nunca ha habido vacas, cochinos y pollos tales como los conocemos ahora. Sin la atención de los criaderos –quienes tienen motivos económicos para hacerlos sobrevivir- no existirían. O sea, sin los sistemas económicos que apoyan su mantenimiento, morirían todos. Otros como conejos y cabras existen tal como la selección natural los produjo y tienen espacios apropiados en las redes ecológicas.
Entonces tenemos que ubicar nuestras preocupaciones éticas. ¿Dónde están las injusticias y las ofensas a la vida que nos molestan?
Primero, diría yo, nos deben molestar las condiciones de crianza de estos animales. Los que viven encerrados en granjeros tipo “fábrica” carecen de cualquier posibilidad de existencia digna y justa. Algunos nunca ven al sol o al suelo con tierra y hierbas. Nunca caminan. Viven apretados los unos contra los otros hasta el momento de morir.
Segundo, las maneras empleadas para sacrificarlos carecen de toda empatía. Son empacados en camiones, llevados en masa hasta donde se los “benefician” y en estos lugares no prestan ninguna atención ni a sus miedos y ni a su sufrimiento.
Entonces, pienso yo, el problema ético proviene de estas dos preocupaciones, más que del acto de comer carne. Nuestra indignación debe expresarse contra de la crueldad de la crianza y sacrificio.
Sin embargo, en lo personal, seguiré consumiendo vegetales y huevos.
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