miércoles, 25 de mayo de 2016
Odio y obediencia
En el cuarto contiguo está prendido CNNI, y escucho los noticieros con el pasmo usual que me producen. Aparece la piloto ucraniana Nadezhda Sávchenko que recién fue liberada por los rusos; habla de su odio y rencor –aunque para reconocer los matices de su discurso, habla también de su deseo que este encono se convierta algún día en “sabiduría”-. Muchas de las otras noticias también refieren a los grupos que aborrecen los unos a los otros por la sencilla razón de que son diferentes.
¿Por qué tenemos que odiar a quienes no nos parecen? En parte, creo, se trata de un residuo de la necesidad infantil de pertenecer y el miedo a lo extraño. Esto existe en nosotros, y es un algo -como la torpeza del adolescente- que como adultos, tenemos que transformar en compasión, tolerancia y aceptación.
Pero hay otro elemento en estas animadversiones. Constituyen una especie de asidero que tenemos pegados a nuestras nucas, por donde los políticos y los generales nos pueden agarrar y luego conducirnos a las más espantosas riñas con nuestros vecinos.
¿Por qué estos políticos y generales harían algo semejante? Lo hacen porque al odiar al otro nos unimos tras el líder que sea, y de este modo aumentamos su poder sobre nosotros.
El odio nos convierta en autómatas obedientes.
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