Hay muchas especulaciones en Internet y en la literatura en general sobre la ética de viajar atrás en el tiempo y matar al bebé Hitler.
Esto es claramente una fantasía ya que no es posible hacerlo en la realidad, pero además de constituir un simple desahogo emocional, revela muchas cosas sobre las relaciones que los seres humanos establecemos entre nosotros.
Primero, pienso yo, esta fantasía demuestra cómo “la gente” se relaciona en general con el liderazgo: el mito es que los tiranos –y sólo ellos- son los responsables por las desgracias del mundo. En el caso de Hitler aquel hombre no era el único responsable de las masacres de la Segunda Guerra Mundial: en Alemania había fuerzas sociales y políticas que habrían inventado el fascismo de todos modos.
Segundo, existe la creencia en “gente mala” que hay que aniquilar. En el Siglo XIX investigadores como el alemán Gall, el inglés Combe y el italiano Lombroso intentaron buscar características físicas que podrían identificar a los criminales, como anomalías en los huesos del cráneo y la mandíbula y en la forma de las orejas. Hoy en día somos más sofisticados: buscamos dichas rarezas en el hipotálamo. Los alemanes de los años 30 del siglo pasado pensaban que había que eliminar las razas “inferiores” y las personas defectuosas. Decir que el remedio es matar al bebé Hitler es utilizar un argumento muy parecido a la eugenesia de aquellos tiempos.
Tal vez un viajero en el tiempo podría encontrar otras maneras de influir en la historia. Por ejemplo se podría organizar una buena psicoterapia para los padres de Hitler, o se le podría dar clases y mejorar su habilidad artística para facilitar su entrada en la escuela de arte. Quiero decir, no creo que la solución sea extirpar los portadores del mal, sino corregir las condiciones en que él prospera.
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