Hoy en la mañana los vecinos y yo hicimos la odisea para comprar tanques de gas para la cocina. Mi trabajo consiste en manejar a Los Teques e ir cambiando el carro de posición para que cuando salgan los hombres con los tanques llenos el vehículo esté al lado.
Es un ambiente rudo por decir lo menos. Me quedé esperando al lado de la entrada para ver “nuestro” muchacho avanzar en la cola, y una señora se paró al lado mío reconociendo la alianza internacional entre señoras mayores. Y como en los autobuses cuando personas totalmente desconocidas sienten en libertad de contar sus historias más íntimas, ella me contó varias de las suyas.
Interpretando un poco, creo que fue una muchacha casi feral en Maracaibo, sin nadie que le explicara nada, ni que se diera cuenta cuando desparecía. A los catorce años fue raptada por un hombre que le mantuvo en un cuarto en un galpón bajo llave por más que un año. Fue violada de manera repetida. Nadie se dio cuenta de su ausencia. Pudo, en un descuidado del abusador, escapar y hacer ruido para que fuera rescatada por un policía.
Quedó encinta, pero nadie le explicó qué era esto: dijeron que tenía “gusanos”. Ni en los momentos de nacer el bebé supo ella lo que estaba pasando, y los médicos tenían que explicarle que la niña bebé era suya. Sin embargo la crió -supongo que fue a su manera, porque según el cuento no tenía en su ambiente modelos para una buena maternidad -.
Luego hubo otros cuentos que no repetiré aquí. (La espera para las bombonas era larga). Pero creo que hay que admitir que las cosas han mejorado en algo: la existencia de una niña así, casi salvaje, sería difícil ahora. Por lo menos las patologías sociales son distintas hoy en día.
El cuento dejó un rastro de angustia en mi alma hoy.
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