Los recientes escándalos de acoso sexual en los Estados Unidos me dejan con emociones en conflicto. Por un lado, reconozco que sea una preocupación y una causa de sobresalto para todas las mujeres, desde la inseguridad de la calle hasta el malestar en el lugar de trabajo. También reconozco que pueda llegar a ser algo realmente peligroso y maligno.
Personalmente en mi vida no he tenido que confrontar algo así que no he podido controlar; normalmente basta con un más o menos elaborado “no”. Pero, sobre todo para mujeres jóvenes, cuando haya amenazas físicas o emocionales, o cuando un hombre poderoso deje en claro que un empleo esté en juego con la respuesta que recibe a su “invitación”, el acoso se vuelve serio y amenazante.
Por otro lado siento que hay cierta histeria en algunas de las acusaciones. Recién acusaron a un entrevistador que admiro de acoso. Dicen que ha invitado a mujeres a lugares privados para reuniones de trabajo, y que se ha desnudado en su presencia.
Me parece que una mujer en estas condiciones podría reírse o enojarse o echarle un balde de agua frío al payaso, y exigirle que se viste. No es necesario que el incidente tenga más repercusiones.
A lo mejor no estamos enseñando a nuestras hijas a manejar estas situaciones. Y tampoco a nuestros hijos a respetar a las mujeres.
Por otro lado las mujeres también acosan. Para los hombres es especialmente difícil porque la cultura de hombría no le deja al macho espacio para sentirse víctima en estas situaciones. ¿Va a acusarle a su acosadora frente a la opinión pública o frente a la policía? Quedaría en ridículo.
En general, creo que tenemos que revisar a fondo cómo usamos nuestra sexualidad y dejar en claro que nunca jamás debe ser usada como un arma en una situación de amenaza. Pero además tenemos que proveer a ambos géneros con herramientas útiles para evitar este tipo de situación y controlarla cuando ocurra.
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